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Partidos en Dos

“Donde empieza la patria” dicen los que viven en Tijuana, ciudad del extremo norte de la costa oeste del estado de Baja California.

“La tercera ciudad más grande de México” dicen las cifras oficiales.

“Tequila, Sexo, Marihuana” dice Manú Chau.

Y si nos vamos por esta última frase podemos agregar: “El lugar más divertido del planeta” según Krusty el payaso.   

Para los estadounidenses, Tijuana es también sinónimo de vacaciones y mal comportamiento. Estamos hablando de la ciudad de México más visitada por turistas gringos, ese lugar al que van a portarse mal y a hacer todo lo que no pueden hacer en su país por temas de legalidad y moralidad.

Aquí convive la gente de bien con ciudadanos en tránsito, turistas en busca de excesos y deportados que parecen no pertenecer a ninguna parte. En sus calles más oscuras puedes encontrar cualquier cosa, desde un burro-cebra estacionado en un callejón, hasta drogas duras a precio de gallina flaca.

Además de la costa y el desierto que la rodea con su poesía salvaje, una de las cosas que más destaca visualmente en su paisaje es el muro fronterizo que separa a México de los Estados Unidos y que se extiende a lo largo de 24km. Aunque se trata básicamente de la misma tierra, la diferencia se siente de manera notable dependiendo del lado del muro en que te encuentres. Pocos metros de altura separan a los mexicanos de lo que muchos ven como un abismo de oportunidades.

Durante años Tijuana fue uno de los sitios más sencillos para cruzar a los Estados Unidos. Padres y abuelos de varias generaciones cruzaron e hicieron vida en el norte sin preocuparse jamás por arreglar sus papeles para optar por una residencia legal. Sus hijos lucen como mexicanos, tienen nombres mexicanos y legalmente son mexicanos, pero se sienten gringos. Muchos de ellos ni siquiera hablan español.

Los tiempos cambiaron y las políticas migratorias de los Estados Unidos también. Se levantó el muro y cualquier excusa se volvió buena para deportar a un mexicano sin papeles, desde una riña callejera, hasta comerse la luz de un semáforo. Los deportados llegan a Tijuana, donde son llevados a instituciones públicas que les ofrecen albergue por un par de días, comida, atención médica, boletos para regresar a su lugar de origen en México y a veces, asesoría legal. Pero la dura realidad es que estos deportados no se sienten mexicanos. Se sienten prisioneros en una tierra a la que se supone pertenecen, pero de la que no se sienten parte.  Por eso muchos de ellos terminan en la indigencia, esperando la oportunidad para volver a intentar cruzar. 

Sólo que ahora estos inmigrantes deberán sortear no sólo el muro, sino también las luces nocturnas, las patrullas, helicópteros y drones que vigilan la frontera las 24 horas del día. La opción legal: El famoso cruce de San Ysidro con sus 300 mil cruces diarios y casi 50 millones al año. La opción de los resteados: El extremo este del muro en el barrio Ojo de Águila, donde quienes logren burlar a los guardianes fronterizos deberán caminar 12 horas a través del desierto a merced del clima, animales salvajes y estafadores.

Mientras tanto el muro habla a través de los escritos en sus paredes. Clama por empatía, recuerda los nombres de quienes perdieron la vida intentando cruzarlo o de quienes quedaron de uno u otro lado separados de sus familiares. Los escritos definen al muro como “Una gran herida para la humanidad. Una herida que nos parte en dos”

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Marisol armas
Marisol armas
8 years ago

Excelente trabajo sobretodo con Alta Sensibilidad Humana que es lo que falta a muchos en estos tiempos de la Humanidad .
Bendiciones .
Bravo por tu trabajo Caque

Maria Lorena Dominguez
Maria Lorena Dominguez
8 years ago

Excelente!! Una mirada objetiva a un problema que se ha hecho tangente en multiples sociedades latinoamericanas,la busqueda de mejores oportunidades.Toca fibras!!

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