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Pareja para los beneficios 

NUEVA YORK: Una Gran Manzana se está pudriendo y el gusano no tiene donde vivir porque solo, y soltero, no le alcanza para pagar una renta. La solución es un roommate. En la ciudad de New York se nos está reduciendo el espacio para dormir y el dinero no rinde para todo; las cosas no van a cambiar.

Tom y Sandra 

Sandra llegó de Colombia en 1998 y conoció a Tom un año después. Se enamoraron rápido, la diferencia entre culturas no fue obstáculo pero en esos días no había internet, no tenían email y la familia de Sandra tuvo que conocer a Tom por fotos del correo. Tom quiso ayudarla a arreglar su situación legal para que se pudiera quedar a vivir en el país. Se casaron. La boda fue pequeña, sencilla. Los primeros tres años vivieron en Queens en una casa de dos familias donde la hermana de Tom, la dueña, les rentaba un piso. Tom quería comprar su propia casa pero sabía perfectamente que eso era un acto sumamente difícil, los precios en el mercado estaban por los cielos y Queens mientras más pasaba el tiempo más estaba siendo invadido por los manhattanites. Manhattanite: Man·hat·tan·iteˌmanˈhadəˌnīt/sustantivo; nativo o habitante de la isla Manhattan, en New York City (Google). Estas personas estaban dispuestas a pagar los precios elevadísimos por una casa a la venta o un departamento en renta, lo que un matrimonio como el de Tom y Sandra no podía, ni en sueños. Tom tenía dos empleos; era repartidor de barriles de cerveza tiempo completo en Manhattan (sí, allá sí está bien visto que un nativo de Queens trabaje en la isla) y por las tardes ejercía como despachador de carnes frías en un supermercado en Astoria. Sandra tomaba clases de inglés, su ilusión era conseguir un buen empleo en cuanto dominara más el idioma. Yo los conocí en el supermercado, trabajé con Tom un par de años, nos hicimos buenos amigos. Tom logró juntar lo necesario para dar el enganche de una casa en Long Island, a dos horas de Queens, a casi a tres de Manhattan. Se mudaron pero mantuvo su empleo en la distribución de cerveza. Renunció al supermercado y no nos volvimos a ver hasta 12 años después.

Roger y Megan

Roger nació en Norwalk, Connecticut; estudió en NYU. En el 2008 viajó al Reino Unido y allá conoció a Megan. Megan es originaria de Los Ángeles, California, trabajaba para una compañía de teatro en Londres. Se enamoraron y en el poco tiempo que vivieron juntos en Londres acordaron mantener la relación a distancia hasta encontrar la manera de juntarse definitivamente. Roger regresó a América y se estableció en Manhattan, rentó un departamento modesto en la calle 75 West. A los treinta y seis meses de relación y un amor consumado, Megan viajó por los Estados Unidos con su compañía en un tour de dos años y New York City se convirtió en su hogar temporal. Fortalecieron la relación y se comprometieron sin fecha de matrimonio, Megan estaba segura de que cuando el contrato con la compañía de teatro finalizara podría volver a los Estados Unidos y trabajar. Solo así querría casarse con Roger. Él la esperó todo ese tiempo. Hubo alternación de viajes, una vez él, otra ella. Sin embargo, era más fácil para Megan viajar y establecieron una fecha mensual para que cuando ella visitara él trabajara desde casa. Les fue bien y se acostumbraron. El departamento del West Side comenzó a sentirse solo y triste, aunque fuera muy pequeño. Entonces tomaron la decisión de comprar un Chocolate Labrador Retriever. Hermoso, lo llamaron George. Era un sello más al compromiso, una de las tantas promesas y un acuerdo para conocerse la paciencia y planear mejor por si algún día dieran el paso hacia la paternidad. Cuando George tenía nueve meses, Megan por recomendación de una amiga me contrató para que caminara a George y lo llevara al parque a convivir con más perros. Una vez al mes por tres o cuatro días, cuando Roger y ella viajaban a California o a Londres, yo me quedaba a dormir con el perro en el departamento. Así los conocí y me contaron su historia.

En la Gran Manzana las cosas no son siempre tan hermosas y placenteras como las pintan en el mundo. El turismo neoyorquino es una de las fuentes de ingresos más altas para la ciudad. Las atracciones turísticas son incontables, New York City está llena de magia y es un imán para los curiosos que piensan que vivir en esta ciudad es prácticamente como visitarla. La realidad es otra. La tasa de desempleo no es alta, y el nivel de criminalidad es uno de los más bajos, comparado con otras ciudades grandes del país. Se puede decir que el servicio del subway a pesar de sus faltas y el costo, es uno de los mejores del mundo. Sin embargo, a pesar de estas estadísticas, en las últimas semanas la tarifa del subterráneo ha aumentado, ahora un viaje cuesta $3.00 dólares. La renta promedio de un departamento en un radio de diez millas de la ciudad es de $3.000 dólares al mes, por un departamento de un cuarto. Un departamento de dos recamaras, la renta promedio estando dentro del mismo radio es de $3.500 a $3.800 dólares al mes. Los costos de vida son de los más caros en el país solo atrás del valor de los de la ciudad de San Francisco, California. Vivir en la ciudad de New York se ha convertido en un verdadero calvario económico para una gran mayoría. El aburguesamiento que están sufriendo barrios que antaño eran común y corrientes, ahora está desplazando a centenares de familias enteras. Los negocios que más florecen en comunidades cercanas a Manhattan, vía túnel o puente, son solo negocios denominados hipster, y aun así muchos de estos negocios no sobreviven los cinco años. O se vive cómodo en NYC, o se la pasa uno bien. Ya es casi imposible tener esos dos lujos.

Me encontré a Tom hace un par de meses en el tren rumbo a Queens. Hablamos, compartimos acontecimientos en nuestras vidas. Él y Sandra tuvieron dos hijos: una niña y un niño que ahora tienen 12 y 8 años respectivamente. Viven en Long Island en una casa de una sola familia. Se divorciaron, me dice Tom, sin ningún rasgo de tristeza en su expresión. Le digo que lo siento mucho pero me aclara que llevan 7 años separados. Para mi sorpresa, me contó que viven en la misma casa, él vive en el basement (sótano) y Sandra, los niños y su suegra, que vino de Colombia hace diez años para ayudar con el cuidado de los nietos, viven en la parte superior. Sandra trabaja como maestra en una guardería, Tom encontró un empleo como conserje en un edifico en Wall St.. Me dice con orgullo y cansancio a la vez, que viaja tres horas diario a Downtown y otras tres de regreso a casa. Sandra se había ido con los niños cuando se separaron. Por un tiempo vivió en casa de un primo, pero no se adaptó y no había el espacio suficiente para los niños. Tom habló con ella, él extrañaba a sus hijos y ella necesitaba un lugar donde vivir cómodamente. Acordaron compartir la casa y los gastos sin restricciones, cada quien lo suyo y por su lado. Viven bajo el mismo techo pero separados sentimentalmente como pareja. Tom me dijo que Sandra aun le cocina, que él no podría debido al largo viaje rutinario. A veces, me cuenta cómicamente, y estira los brazos ahorcando el aire, quiere matarla, que no la soporta, y se ríe. Pero termina por decir con seriedad y una sonrisa pueril, que después de todo Sandra es la madre de sus hijos y entre los dos se ayudan. Ella sin él no podría pagar los gastos para mantener la casa, y él física y económicamente tampoco podría sin la ayuda de Sandra. Yo gano bien y tengo gracias a dios, beneficios en mi empleo: seguro médico y protección sindical. Pero no gano lo suficiente y entre Sandra y yo, no sé cuanto dure esto, pero entre los dos solo así podemos. Y es una gran ayuda. Dice y nos despedimos.

Roger y Megan rompieron su compromiso hace un año. Megan regresó a Londres, Roger se quedó en el departamento del West Side y con el perro. Ya no viaja pero ahora tiene los gastos del cuidado de George. Tiene que trabajar largas horas y si no fuera por mí George se quedaría sin salir del departamento por más de ocho horas. Responsablemente llegaron a un acuerdo, ella le envía mensualidades que le corresponden por la mitad de los gastos del cuidado de George. Son costos que cubren ejercitación, comida, veterinario, y hasta renta por su espacio de vivienda. Este es un alivio económico para Roger porque aunque tiene un buen empleo y un buen sueldo, la renta del departamento y el amor a George salen un ojo de la cara. Megan los visita cada dos meses, unas veces va a California y se lleva a George. La mayoría del tiempo se hospeda en el departamento de Roger, así se ahorra lo del hotel. Roger me cuenta que la ayuda que Megan le da es de gran importancia porque el precio de la renta le aumentó al renovar el contrato por dos años más. No está seguro si al concluir el acuerdo seguirá en New York o regresará a su natal Connecticut. Lo que sí es que su situación en la ciudad está complicada.

Los neoyorquinos sabemos que New York City nos da mucho. Pero casos como los de Roger, Megan, Sandra y Tom son ya más comunes. No es nada nuevo ni nada para alarmar a la tradición cultural. Al contrario, este es el resultado de los cambios económicos y políticos que la ciudad y el país están sufriendo. Lo escribí al principio del texto y lo repito; esto no va a cambiar. Quizá se modernice, en la Gran Manzana un gusano se va y otro entra.

Con el permiso de mis amigos pude escribir parte de su historia.
Pero tomé la decisión de alterar sus nombres debido a que dudo
que todo el mundo comprenda las circunstancias
en las que se encajan estas vidas.
Lo digo con todo respeto y la suficiente experiencia.


Photo Credits: Redboy

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