El carnet que usé hasta hace un par de semanas apunta: Corrector de textos. En la sala de redacción escribían las notas de información y las enviaban a mi departamento, donde revisábamos cada nota con la vana esperanza de que no hubiese errores. Primero leíamos en la pantalla, luego releíamos un borrador, sobre el que rayábamos con un bolígrafo rojo.
No sé si éramos conscientes del todo de lo que hacíamos. ¿Les decíamos a otros cómo hablar, cómo decir, cómo ordenar? Quizás de una y otra parte se percibía así. Pero la verdad es que apenas lográbamos algo, más allá de lo «meramente» gramatical… de vez en cuando. Esas correcciones jugaban con fuego. No puede salir ileso quien hurga en la escritura de otro. Alguna enfermedad contrae, alguna alergia. Y no porque esa otra persona porte el virus, sino porque el lenguaje —red al fin— engaña, enreda y subyuga.
Ahora entiendo que leí mal o, al menos, que me faltó por leer, mirar en otras zonas de la página, justamente donde yo rayaba y dejaba los signos para corregir: en el margen.
Una periodista me preguntó por qué había cambiado un par de puntos y seguido por comas. Yo le hablé del lector y de la fluidez del texto. Ahora pienso que he sido bastante temerario para dar semejantes argumentos. Fluidez del texto y estilo van de la mano, y el estilo, ¿no constituye parte de la identidad de la persona? Pero además, ¿pude haber leído suficientemente bien la intención como para determinar que la fluidez necesaria era otra? Las preguntas pueden sucederse una tras otra hasta dejarme vacío. Bastaría con poco; por ejemplo: ¿Qué es la fluidez del texto?
Por eso insisto en que nunca leí donde más era necesario: en los signos rojos, en las correcciones que yo mismo hacía a diario. Estas me devolvían las preguntas mientras yo me decidía entre un punto y coma y un punto y seguido o entre una cursiva y unas comillas. Las rayas del bolígrafo rojo y el corrector líquido decían más, mucho más, de lo que yo apenas vi. Incluso trazaban una poética del lenguaje, como cuando propuse una mayor fluidez, lo que de alguna manera presupone un lector; o con el mayor uso de puntos y comas en otras oportunidades, cuando —como lector— sentía que las ideas/frases conectaban o desconectaban de extrañas maneras; o bien, cuando me tocó «explicar» la diferencia entre junto con y junto a: hacer algo de manera conjunta o al lado de alguien (palabras más, palabras menos).
Yo pensaba que corrigiendo me comunicaba con otro (el que diagrama, el editor, el que escribe), pero la verdad es que con cada tachadura (roja o del liquid paper) me miraba en un espejo, me exponía, dejaba pedazos de mí en una poética; una manera de leer(me).