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Adriana Mora

Palabras para un amigo que se ha ido

“La cura para todo es siempre agua salada:
el sudor, las lágrimas o el mar”.
–Karen Blixen-

Cuando uno le debe tanto cariño
y gratitud a alguien,
es imposible olvidarlo.

La muerte siempre confiere un aire de grandeza a todos los que se van, pero tú no le debes nada a ella, tu importancia viene de antes, de una vida entregada al mar, a la fotografía y a los demás, sobretodo a los demás. No sabías decir No. Mejor, no querías decir No. Más allá de las funciones como biólogo en las Medas, tu compromiso con la defensa de la fauna marina era inmenso, casi tanto como tu corazón. La tarea ambientalista en la que dejabas el alma no te daba descanso, ni tiempo, ni dinero, pero el dinero era lo que menos te importaba y a cambio recibías la satisfacción más grande que puede tener un hombre que ha hecho de su pasión, su trabajo. Y así, siendo completamente fiel a tu espíritu noble y sensible diste tu vida al mar, pero no entendiste que esa labor de dar la vida por completo todavía no tocaba, no se puede hacer todo tan pronto, aunque a tus 37 años después de haber vivido en varias ciudades, dos continentes y un barco rescatando animales marinos, se puede adivinar que eso de esperar no era lo tuyo.

Tal vez te fuiste joven para convertirte en leyenda, algo a lo que sólo pueden aspirar personas como tú, una leyenda que ya has sido pero que ahora ratificas con tu vida, esa que no pasó sin gloria y cuya misión además de velar por tus queridos bitxos era enseñarnos que podemos ser mejores, porque tú eras mejor que nosotros. La muerte no es justa, siempre se lleva primero a los más buenos y si hablamos de bondad, tu te llevas el listón. No dudaste en dejarle dinero a alguien que apenas conocías con tal de que no cerrara el negocio que mantenía a su familia. El dinero que recibiste por las fotografías del libro sobre el Parque lo usaste en comprar ejemplares para regalar a familiares y amigos más cercanos (con los muchos que tenías!) y yo, que cuando el libro se publicó no estaba en Barcelona, igual recibiría mi ejemplar cinco meses después al reencontrarnos en las Medas… yo, que nunca te regalé uno de los míos. Así eras tú, lo material no te importaba en absoluto, la única posesión que anhelabas era un barco para seguir cruzando los océanos, otro de los sueños que injustamente se ha quedado sin cumplir.

Fuiste muy importante durante mi estadía en Barcelona, de esas personas que llegan a tocar la fibra y cambian la vida, hablar contigo era recargarse de alegría, optimismo y paz. Nadie que te conoció podrá estar indiferente ante tu muerte porque tú no dejabas indiferente a nadie. Bastaba cruzar un par de frases para darse cuenta que eras especial, lo confirman cientos de mensajes de cariño y condolencia dejados en tu Facebook que están allí como esperando una respuesta que nunca va a llegar. Eras buen amigo incluso a la distancia, aún recuerdo tu foto vestido de árbol que enviaste con tal de sacarme una sonrisa en los días en que algo me preocupaba. Ahora ya no podremos hablar de viajes, no sabrás de mi nuevo trabajo, que me mudo a Bogotá, ja no tindré amb qui practicar el català, pero yo te seguiré hablando con la esperanza de que en ese inmenso azul de abajo escucharás, porque para buscarte no tendremos que mirar al cielo si no al mar.

Nunca dije que te quería, esas cosas que se suponen ya están dichas entre amigos pero no… me queda la esperanza de que lo sospecharas, sabías que contabas con el aprecio y admiración de todos a tu alrededor. Tampoco alcancé a terminar el cuento a tiempo, el que querías que escribiera sobre el mar. Lo inicié hace un par de semanas y aunque inacabado, ya le tenía un final, la libertad que da la literatura de que las cosas sucedan desde atrás y como en una aterradora premonición, tú, el protagonista, terminaba sumergiéndose para siempre en el Mediterráneo para perseguir un pájaro extraño con plumas de colores que te espiaba desde L’illa petita. Ojalá bastara reescribir ese final para que aparecieras en el puerto de L’Estartit luciendo tu sonrisa contagiosa que parecía una máscara pegada a las orejas de que no se te borraba nunca, que pudiera cambiar el desenlace de tu historia tan fácil como se cambia el final de un cuento.

Lo lamento muchísimo por tu familia y también por todos tus amigos que debemos aprender a la fuerza a convivir con un vacío igual de grande al mar que te llevó en el momento en que hacías lo que más amabas, ese es el único consuelo… si hubieras podido elegir un final seguro no hubiese sido otro si no este. Te sentías mejor bajo el agua que fuera de él, siempre decías, pero no tan pronto Alex, no hacía falta.

Decir adiós en un tanatorio es muy difícil porque aún cuesta creerlo, pero estando lejos la impotencia por no acompañarte la última vez es peor. Imposible regresar a les Medas sin hacerse un nudo en la garganta, el mismo que ahora tengo escribiendo esto y aunque la escritura es para mi la mejor terapia, sé que me tomará un tiempo retomar tu cuento sin sentir que algo muy pesado aprieta en el pecho.

Mientras el agua salada te acoge ahora como uno de los suyos y te paseas interminablemente por los corales como siempre quisiste, los que te sobrevivimos debemos tomarte un poco más de esa pasión y valentía para vivir a plenitud, sin miedo y con todo el corazón, porque las grandes cosas no pueden venir de otra parte más que desde adentro, tal como tu existencia lo demostró. Me queda, como le queda a todos tus amigos, la gratitud con la vida por haber alcanzado a conocerte antes de que te sumergieras en el mar que así como te dio la razón para vivir también te la quitó, estará contento, se llevó a su mejor guardián. Lo que viene del mar, siempre vuelve a él.

 Petons blaus estimat Aleco.


Photo Credits: Dark Indigo

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