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Juan Jose Rondon Duque

Otro sur: Montpellier, el escenario

La gente parece olvidar que en las ciudades más soleadas se producen las más intensas sombras. Sobre todo en Montpellier, la ciudad al sur de Francia donde el sol nunca se oculta y las sombras siempre guardan su presencia.

Entre los lentes de sol y los ojos que se entrecierran por la luz, cada persona va guardando historias de esta ciudad. Una ciudad que no tiene un gran eco internacionalmente pero poco a poco va deslizando su susurro en el discurso universal como una llave maestra de una puerta dónde todos tocan para entrar.

Montpellier es la capital de la región Languedoc-Rousillon, es en esta ciudad donde se realizó el primer matrimonio gay en Francia. En la Place de la comédie, la cual es la principal de la ciudad, de vez en cuando puedes ver al “Pibe” Valderrama caminando, ya no con tantos rizos, y también es el hogar del FISE World, una de las competencias más grandes de deportes extremos en el mundo; es la ciudad donde Nostradamus estudió medicina y ya en 1783 Louis-Sébastien Lenomard saltaba desde La tour de la Babotte probando su primer paracaídas. Sobrevivió.

Montpellier siempre ha sido locura y vanguardia, razón y clasicismo, Montpellier es una puta vieja que sabe bien disfrazarse de joven. Entre tanto brillo, entre tantas miradas robadas por la aquiescencia cotidiana ella logra disimular lo que hay debajo de las mesas y detrás de las esquinas. Está l’aqueduc Saint Clément, en el barrio Des Arceux, donde caminando por la noche encuentras a las prostitutas con acento español, al igual que los hombres que han dejado de ser hombres y que hablan un francés nativo. A unos diez minutos caminando, cerca de la estación de tranvía Rondelet están las que tienen acento africano, que te preguntan lo que buscas mientras sostienen el celular en su oído, en un intento sencillo pero efectivo de disimular su trabajo y lidiar con la policía. También están los reportes y los cuentos de boca en boca que durante la fiesta de la toussaint sale un grupo de personas enmascaradas de payaso a golpear a los solitarios poco prevenidos, y los SDF (Sans domicile fixe – Sin domicilio fijo) que viven en la calle siempre con una camada de más de tres perros para protegerse en la noche y para que la policía no se moleste en llevárselos, ya que se puede llevar preso al hombre ¿pero qué se hace con sus perros?

Claro que entre tanta luz y sombra están los grises: la gente saltando las rejas para entrar al Parc Peyrou después de estar cerrado, al igual que al Jardin des Plants solamente para saber cómo es de noche. Están las personas que intentan engañar a los controladores porque no pagaron el ticket del mismo tranvía donde se puede armar una golpiza repentina o donde puedes ver una pareja Erasmus lamentándose porque es el momento de que cada quién regrese a su país. Quel dommage!

También es el hogar de cientos de latinos que hemos venido buscando no sabemos qué.

Aún.

Si bajas por la rue de Verdun cerca de la Place de la Comédie, puedes llegar a casa de la señora mexicana a la que le gusta que le cuenten los sueños que se tienen al dormir. Es pintora y solía pintar sus sueños pero desde que tuvo a su hijo no sueña más. Puedes visitarla, ella hará de cenar y luego te dirá si vale la pena pintar lo que hay en tu mente o no. Cerca de su misma casa, dependiendo la época del año, en algún kebab puedes encontrar al poeta venezolano Rafael Cadenas, quien viene a visitar a una de sus hijas quién se ha establecido hace unos años en Montpellier. Él no es el único letrado que ha marcado esta ciudad, el cubano Leonardo Padura caminó, de visita, por estas calles. Su charla permitió ver a los pocos cubanos, junto a su nostálgica pasión, en estas tierras. También se encuentran los que pronto tendrán un nombre: la bailarina peruana y la bailarina uruguaya, la actriz colombiana, el guitarrista ecuatoriano, el mago chileno, la directora de arte venezolana, el malabarista que se hace llamar Machu, todos más cercanos de lo que hubiésemos estado en nuestros países.

En Montpellier puede caber todo, sin embargo no es una gran ciudad, somos pocos habitantes, cada día puede ser un reencuentro. Te montas en el tranvía y está la chica con la que dormiste anoche y en la próxima estación se monta otra con la que te acostarás mañana. Dos días son suficientes para conocerla, se presenta abierta, cercana, promiscua, está la playa que es más amada por los franceses que por nosotros los latinos, el mediterráneo es buen vecino pero hay mejores. Nadie realmente es de Montpellier, si encuentras a algún nativo es una sorpresa, todos somos de otras partes. Venimos a usarla, la necesitamos como se necesita a una de las mujeres de l’aqueduc Saint Clément cuyas manos reposan cansadas en los muros. La usamos lo suficiente hasta dejar de quererla, hasta no querer volverla a ver porque no nos puede ofrecer más. Todos somos amantes de paso, deshaciendo sábanas que están desechas desde hace ya mucho tiempo. Todos nos creemos novedad en Montpellier pero nadie tiene más experiencia que una mujer que conoce. Hasta sabe como cada uno de nosotros va a acabar antes de llegar, y si estás creyendo en el cuento de quedarte en Montpellier, ella misma te recuerda que todo es temporal. Que pagaste dos horas o dos años, nunca toda una vida, mi rey. Vas-y, casse-toi, j´ai d´autres clients susurra Montpellier y sientes que apenas estás despertando, el sol está muy por encima y abajo, siempre, las sombras.


Photo Credits: Daniel Oines

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