No será fácil para nuestra descendencia, ni, y sobre todo, para quienes sí la tienen, definir el mundo que le dejaremos porque, así como a nosotros, sin explicación alguna, los dueños del siglo veinte nos legaron el caos de la desinformación, ellos tendrán tanto para absorber que ni siquiera con todos los poros del mundo lo podrán lograr. Por ejemplo, ¿cómo explicar que la cantidad de videos en la plataforma más usada por ellos supera por mucho la población mundial y que, en menos de lo que cante un gallo, la triplicará, o que cada día se publiquen tantos libros que una vida no alcanzaría para leerlos? Otra sería la historia si se tratase de series televisivas o películas que tuvieran la capacidad de adoctrinar a muchedumbres enardecidas de jóvenes que nunca dejarán de serlo. Pero sobre todo, y es aquí donde radica el punto central de esto, porque ellos mismos, en su grandísima mayoría, no querrán dejar descendencia porque habrá tantas necesidades, que dejar ralea no podrá verse sino como un lujo que nadie querrá pagar.
Todo esto porque un científico noruego acaba de anunciar en su blog personal que su viaje al pasado resultó ser un éxito y que en su siguiente entrada nos detallará todo lo demás. El pasado del que habla, por supuesto, es nuestro presente, porque vino del futuro, pero casi nadie se enteró porque ¡quién tiene tiempo hoy en día para leer un blog en noruego de un científico al que nadie más que yo conoce!. Imagino que yo mismo, que me la paso de aquí para allá, del pasado al futuro, de libro en libro, de imaginación en recuerdo, como si no fuera otra cosa que aire, como ese que está pasando junto a usted, desconocido lector, y el que está al otro lado de su ventana. Pero no voltee a verlo, porque ya se fue.
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