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oswaldo estrada
Photo by: Eduardo Otubo ©

Oswaldo Estrada: escribir para dar luz a la emergencia

Franz Kafka dijo que la literatura es más poderosa cuando revela ficciones que gobiernan las vidas de los hombres, cuando muestra un discurso que el tiempo ha convertido en una verdad incuestionable. Pensar en ficciones y verdades incuestionables es una manera de adentrarse en los once relatos de Oswaldo Estrada comprendidos en Luces de emergencia, su primer libro de cuentos publicado por Valparaíso Ediciones en 2019, donde en la brevedad y contundencia del género ilumina las vidas de niños, jóvenes, adultos, y ancianos atados a un orden simbólico que ha llevado a la sociedad al deterioro, la desigualdad social, la violencia, pero también la esperanza.

Ya reconocido por su trabajo sobre género y memoria histórica, Estrada forma parte de una generación de académicos que se han destacado por la revisión profunda y reflexiva de la obra literaria como un objeto que, además de su calidad estética, es un instrumento que informa la opinión del lector reforzando estereotipos, ficciones, y “verdades” que se vuelven incuestionables con el tiempo. Académicos que nos recuerdan la responsabilidad que tiene el escritor y el peligro de las representaciones equivocadas —pensemos en el reciente debate sobre libro de Jeanine Cummins—. En su trabajo crítico y de investigación, Estrada muestra ya su preocupación por analizar las estrategias de representación del género y del cuerpo femenino, y la construcción de arquetipos que obedecen a una lógica neoliberal, como lo plantea en Ser mujer y estar presente. Disidencias de género en la literatura mexicana contemporánea (UNAM, 2014) y Troubled Memories: Iconic Mexican Women and the Traps of Representation (Albany: SUNY Press, 2018). Como cuentista, encuentra otro medio para acercarse a esa zona indeterminada que Ricardo Piglia considera ubicaba entre ficción y verdad, pues “la realidad está tejida de ficciones”, para ser ya reconocido por sus primeros cuentos como parte de un “novísimo grupo de escritores viviendo en Estados Unidos”, como Jhonn Guerra Banda lo ha dicho.

Hoy, Luces de emergencia, consolida esta nueva faceta. El volumen incluye cuatro cuentos publicados previamente, “El otro mar”, “La carga de los sueños”, “Náufragos en la ciudad”, y “Volver a la tierra” —todos ellos coincidentemente centrados en personajes masculinos— para sumar a ellos siete historias más. El título anuncia la línea que siguen. “Son luces de emergencia que te van avisando que el final se acerca” (80) dice la anciana en el relato que cierra el libro, “A falta de cielo” que nos acerca a un tema poco abordado por el cuento latinoamericano: los estados demenciales y seniles de los adultos mayores, la reclusión en centros de retiro, y la eutanasia. El libro da una gran posibilidad de lecturas, desde las masculinidades y feminidades tóxicas, y los roles de género asumidos o impuestos, hasta la enfermedad y los falsos dioses de una cultura globalizada.

Inevitable iniciar este recorrido con el cuento que abre el libro, “Ganar la guerra”, una historia de absoluta tristeza y desesperanza, la de Demetrio, que da prueba del daño que la violencia está provocando a los niños y jóvenes que tienen que huir y recorrer kilómetros para encontrarse de nuevo atrapados en otras violencias. El término mismo “guerra”, en el título; en la voz de la madre, “Esta guerra es para valientes”; en la mente del niño, “¿Qué sabían ellos de la guerra?”, constituye la gran verdad incuestionable de nuestros días, que mancha a todo un continente en una “Maldita guerra”, donde los individuos quedan sometidos al imperio de los poderosos y del poder simbólico. El cuento nos recuerda que, a pesar de la imposibilidad del habla, la violencia no puede ser silenciada, porque siempre queda el cuerpo para tatuar el horror, y los ojos y las manos para pedir un auxilio que muchas veces no llegará.

Iluminado con una luz diferente, aunque también de migrantes, “El otro mar” presenta una figura masculina positiva que funciona como padre sustituto. Es la historia de un joven que encuentra a un hombre mayor que él, Shimokawa, quien lo aconseja e inspira, así como a una comunidad que lo ayuda a sobrevivir. Estrada aprovecha la oportunidad para hablar del gran desconocimiento que existe sobre Latinoamérica en los Estados Unidos, vista por muchos como un concepto amorfo y amalgamado—no olvidemos el canal de noticias que aseguró que a Estados Unidos “llegan migrantes de tres países mexicanos: El Salvador, Guatemala, y Honduras”—. La historia gira alrededor de la relación entre el joven y el amigo que termina aconsejándolo como padre. “Me hubiera gustado que mi viejo me dijera eso y no Shimokawa” (25), dice el protagonista.

En esa misma línea temática de paternidades, está el entrañable personaje de “La carga de los sueños”, historia de un joven con una enfermedad terminal y sus últimos días de vida. La descripción de una masculinidad amorosa, solidaria, entrañable, y filial —tan necesaria de ser representada y promovida en nuestros días— contrasta con otros personajes en el libro, donde la masculinidad tóxica ha definido una ideología que le da valor al hombre en su posibilidad de suprimir sus emociones y confundir fortaleza con violencia y agresión. El cuento tiene una escena entrañable donde el padre, Don Ángel, se asoma a la intimidad y la fragilidad de su hijo, Eduardo, cuando este último se abre a que juntos revisen las canciones y poemas que él había escrito a lo largo de su vida.

Otros cuentos en el libro abordan la fragilidad humana frente a la enfermedad y cómo el mundo se mueve de una manera diferente frente al enfermo. Así sucede con la historia de Luciana en “Naúfragos en la ciudad”. Narrada en primera persona por su pareja, nos lleva por el proceso que pasa una mujer feliz y brillante, editora de una revista, “Salía de la ducha cantando las canciones de los Beatles en voz alta. Hablaba a gritos. Se reía de sus propias ocurrencias” (40), hasta que empieza a sufrir de ansiedad y excesiva euforia que terminan en la locura, el hospital psiquiátrico y la muerte. Interesante la conexión que establece Estrada de nuevo entre enfermedad y poesía cuando la protagonista dice “Soy un poema” (42), y el amante finalmente se marcha para hacer una nueva vida lejos de ella. Otro enfermo en el libro es el que viaja a la India en “La tercera profecía”, cuento que hace un guiño a la espléndida obra de Margo Glantz, Coronada de moscas (Sexto Piso, 2012), en la ambigüedad que ese país despierta como sitio de encuentro espiritual y a la vez uno de los lugares más pobres e insalubres del mundo, una tierra “llena de moscas y gente desesperada por escapar de la miseria” (44). El narrador omnisciente nos presenta al viajero quien sigue una profecía —tal vez muestra del conflicto existencial tan presente en nuestro mundo contemporáneo— buscando una cura para sus males hasta llegar a un lugar donde lo hay todo menos salud. Son estos los falsos dioses que en un mundo globalizado ofrecen la fuente de la felicidad y la salud, como también lo es el “dios” de la dieta vegana en “Los placeres de la carne” y donde al final la carne es la que gana la batalla. Ahí, la protagonista, “Ante los ojos horrorizados de la amante, devoró el tamal, saboreando la manteca del puerco en la lengua” (70).

Tres son los cuentos dedicados a la violencia hacia las mujeres: “Salida de emergencia”, “Mole para ratas”, y “Cuento de hadas”. En el primero, la historia narrada en primera persona nos deja indefensos ante las circunstancias de Rosita, una joven que, enamorada del estereotipo del hombre fuerte, macho, violento, protector, “Me gustó por eso. […] Muy machito y bien cotizado entre las chicas del barrio” (53), cae en una relación donde la violencia emocional, la manipulación y el chantaje marcan su vida. La narración nos hace partícipes de la ansiedad que va creciendo en la protagonista y cómo, 42 años después, revive con la misma intensidad cuando encuentra a su ex esposo. La escena de la muerte del niño en este cuento es fundamental, con la imagen del testigo mudo y víctima como lo son todos los niños en estas circunstancias.

En el segundo cuento Estrada da una vuelta de tuerca a la historia de una mujer que es víctima del patrón, cuando había sido empleada doméstica de la familia, “La culpa era suya por haberle hecho el favor cuando la encontró limpiando una recámara” (65). Después de años de abuso y cinco hijos, se agrega otra víctima en la nueva amante, la hija de la frutera de escasos dieciséis años. La acción principal ocurre, ante la mirada inmóvil de sus hijos más pequeños, fija en “la tele, distantes del drama familiar” (66), indirectos espectadores acostumbrados a la violencia cotidiana. El tema de los niños y la forma en que crecen normalizando patrones de violencia ha sido representando de manera brillante en cuento por escritoras como Itzel Guevara, Socorro Venegas, Sylvia Aguilar Zéleny, entre otras, lo que muestra la urgencia de hablar sobre él.

“Cuento de hadas” también habla de una madre y su hija. Utilizando el arquetipo de los cuentos medievales y decimonónicos de reinas, princesas, y madrastras, el autor nos adentra en la historia de Anastasia —nombre de por sí sugerente si se le relaciona con la duquesa Anastasia Nikolaevna de Rusia o el personaje de la película animada de Walt Disney del mismo nombre (Fox Animation Studios 1997)—, donde abre diciendo “Había una vez, en un pobre reino desangelado, una madre severa y despiadada, egoísta y ponzoñosa, salida de un cuento de hadas” (57). Este cuento aborda uno de los temas más estudiados por la crítica feminista, la relación madre-hija donde, desde Adrienne Rich, Nancy Chowdorow, hasta Marcela Lagarde, se problematiza. La violencia doméstica que acá se relata es la de una madre dominante que acorrala y amedrenta a su hija, a través de la manipulación y el sentimiento de culpa. La luz que alumbra este relato muestra cómo ambas quedan separadas, solas, hundidas en la miseria, el odio, y la locura. Anastasia, ya de adulta, pierde a sus hijos, para enloquecer, “lloraba sin llanto (…)”, y recordarnos como Gilbert y Gulbar lo dicen en su Madwoman in the Attic, que lo único que queda al final son mujeres acorraladas.

Luces de emergencia cierra el círculo de la vida con la historia de un matrimonio de ancianos en una casa de retiro, donde entre recuerdos de mundos imaginados, se tienen el uno al otro. “A falta de cielo” siembra la duda de qué es la realidad sino más que una ficción, a veces casi kafkiana ante la incapacidad de escape de ella, o si es la locura la única posibilidad de sobrevivirla. Si la escritura, como dice Piglia, es el lugar donde es posible hacer borradores de la vida, Estrada los ha hecho en estos 11 cuentos donde ilumina y nos encara a verdades incuestionables, impuestas, asumidas, que forman una historia individual o colectiva fuertemente marcada por masculinidades y feminidades que no encuentran la salida de emergencia.


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