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Photo Credits: Daniel Gonzalez Fuster ©

Ojos de ocelote

Están ahí, siempre han estado ahí, desde antes de que el suelo fuera llamado suelo, cuando era otro nombre, más antiguo y grabado en la piedra de santuarios. Todos somos sus hijos, pero hay algunos que lo son más que otros, y ellos lo saben.

Lo puedes saber por el color de su piel, por lo que llevan puesto, los caminos que recorren, y por las carencias que sufren. El sistema está diseñado para mantenerlos siempre ahí, cerca de la tierra que cultivaban y que ahora pisan con tenis a punto de deshacerse.

En México hoy en día la clase media alta y la media baja se rozan frecuentemente. Son considerados el promedio y la movilidad social es relativamente fácil. La clase -realmente- alta y la clase -realmente- baja se encuentran tan alejadas de este promedio que difícilmente se comprende tanto el alcance como la falta de privilegio que tienen unos y otros.

Es fácil no verlos. Unos se mueven por el aire, envueltos en perfumes finos y evitando una ciudad que sufre un estado crónico de congestión vial, apelando a la inviolabilidad de la autonomía de los poderes para mantener sueldos millonarios. Otros están allí, en las esquinas, donde nadie quiere fijarse, pidiendo por una moneda con pies agrietados y una voz temblorosa que implora suavemente, o haciendo trabajos que los dejarán con la espalda dañada en la vejez a cambio de un salario mínimo insuficiente.

A veces nos rozan, en momentos fugaces en los cuales conectas tu mirada con la de la mujer vendiendo flores de hilo en el camellón o la del hombre que limpia el transporte público, y de manera violenta nos reconocemos como clases sociales diferentes, y nos odiamos.

Por una milésima de segundo nosotros pensamos si nos quitarán lo nuestro, si la tierra de su ropa nos llegará a ensuciar, si, de tener la posibilidad, nos llevarían a la guillotina uno por uno para expiar por lo que tenemos y ellos no, y los odiamos.

Ellos nos miran, nos reconocen con ojos que siempre parecen de ocelote, desconfiados y traicionados por los hermanos de tierra que saben que nunca los ayudarán. Miran de reojo los objetos vanos que siempre desearán los humanos y a los que no pueden acceder ellos, y nos odian.

Nos miramos, y apartamos la mirada. Hoy no pasó nada, cada quien continuó su camino. En una nación donde cada vez más se polariza el resentimiento, al cerrar los ojos desde una cama donde no llega el frío, la culpa me quema, no puedo dejar de pensar en esos ojos de ocelote.


Photo Credits: Daniel Gonzalez Fuster ©

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