NUEVA YORK: De lunes a viernes Gina hace lo posible por mantener la estricta rutina de despertarse a las 8. A esa hora su madre ya ha preparado algo de desayunar y se lo deja listo en la mesa. Cuando Gina se levanta, entre recuerdos mantiene fresco el beso en la mejilla que su hija le da antes de irse a la escuela, Gina tiene una hija de 9 y su abuelita es quien la lleva a la escuela. A Gina le queda muy duro, y ha llegado a un acuerdo con su madre, «No trabajes, yo me hago cargo de los gastos, pero ayúdame con la niña». Ese es nuestro trato, me dice mientras estamos sentados en un café en Sunnyside.
Gina es puta, y así lo dice.«¿Para qué cambiarle el nombre? ¿Quién me va a entender?» Nadie, dice ella. Nadie va a entender, entonces lo dice así tal y como es.
Después de levantarse se da la ducha, larga y caliente. Desayuna mientras escucha la radio, no le gusta la tele, la deprime. Se maquilla, cuenta su dinero, separa los pagos, «Diario hay pagos. A diario le pago a mi mamá. A diario pago taxis. A diario tengo que separar el dinero para la renta, las cuentas de teléfonos, la luz, el cable, la comida, y lo poco que ahorro lo meto en una caja». Dice que los bancos no son buenos para una puta como ella. Hay que tener cuenta de ahorro sí, pero no hay que meter todo ahí, ese es un grave error que muchas putas cometen.
Me cuenta que a una amiga un día, aquí, sí, aquí en New York, la secuestraron un par de infelices y le sacaron todo lo del banco usando su tarjeta de débito. Después de eso la siguieron extorsionando hasta que dejó de ser puta con tal de no pagarles más. Así de pobre mejor la dejaron en paz. Y es que una puta como lo es Gina, orgullosa y organizada, gana mucho dinero. A diario, puede sumar una cantidad en efectivo que rebasa los novecientos dólares. Gina es alta, tiene una melena negra, larga y suave, tiene un color de piel arena que cuida exageradamente con cremas y dándose cuatro veces por semana un baño helado por las noches. No fuma tabaco, no bebe. No come demasiadas grasas ni consume drogas. De vez en cuando fuma marihuana para relajarse, pero solo lo hace cuando está molesta. Gina tiene 6 años viviendo aquí, ya había vivido en Boston antes, allá nació su hija, pero se regresó a su país a terminar los trámites del visado para su madre. Eso duró mucho tiempo. Con alegría en los ojos cuenta que le dio gusto que su hija haya sido contagiada con un poco de esos aires extranjeros, nativos para Gina, ajenos para la niña. De su esposo, bueno, nunca ha sido casada, prefiere no meterlo en la plática, solo me dice que tiene mucho de no saber nada de él. Lleva 4 años de puta, y le va muy bien. Trabaja organizada, con mucha seguridad. Tiene una larga lista de contactos donde la contratan por una semana, de domingo a domingo, de 11 a 11. Con una hora de almuerzo.
«Me acuesto con al menos tres hombres por hora, a veces cuatro. A veces más. Es un lugar fijo donde ellos van, entran, escogen a la que quieren y listo. Se cobra 45 por 15 minutos. 30 para mí, 15 para la casa. Los minutos valen, hay que descontar el tiempo que se acumula en lo que te desvistes, en lo que te escogen, en lo que te vistes al terminar. El promedio normal es 3 hombres por hora. Aunque déjame te digo que a veces se pueden más».
Gina lleva una vida normal, trabaja dos semanas al mes, cuando es época mala las trabaja las cuatro. En su casa, solo su mamá sabe a lo que se dedica. Al principio fue duro, casi se muere de la rabia y se quería ir de la casa, pero algo la hizo cambiar de opinión, Gina piensa que fue el no querer que su nieta estuviera bajo el cuidado de alguien más.
Gina tiene una licenciatura en psicología. Pero no la usa. Piensa en usarla después, ahora no, ahora lo importante es ahorrar. Quiere abrir un negocio. Quiere tener su propio negocio de putas.
Le he advertido a Gina que no me gusta usar mucho esa palabra, ella ríe, me pregunta que entonces cómo quiero llamarla. Yo no sé, le digo, algo menos ofensivo. Ella se echa a reír. Ha pedido un taxi, es hora de irse. Hoy se acostó con 53. ¿Cómo? Ni ella lo sabe. Solo dice que hay unos que duran 5 minutos, otros 10, y los minutos valen dinero. Gina le da un sorbo al café y mira hacia la calle, afuera llueve, es esa época en que es divino estar en casa, no salir. Hoy la ayudó a que las otras putas eran feas, eso dice ella y se ríe, regresa la mirada hacía mí. A veces no toma la hora de almuerzo, en ese lapso le entran tres. O más. Yo anoto en mi cuaderno y ella muestra los dientes cuando ve que hago la cuenta del dinero, me aprieta un cachete con los dedos.
Su taxi ha llegado. Gina se levanta y me da un beso en la mejilla. Me invitó el café, dijo que no trabajará la próxima semana y que si quiero volverla a entrevistar con mucho gusto está dispuesta a cooperar. Le gustan los escritores, dice, y yo quiero preguntarle más.
Cuando se sube al taxi por la ventana me lanza un beso con la mano. Gina es linda e inteligente, amigable, en ningún momento me trató como a un cliente o como a un loco metido. Aceptó darme la entrevista porque le gusta ser honesta, oculta su oficio por ciertas razones, pero dice, «Mi oficio no es para toda la vida. A nadie le dura el oficio para siempre».
Durante nuestra charla no sentí en ningún momento que me coqueteara o me tomara el pelo. Tiene una facilidad de palabra superior a muchas personas.
El taxi desaparece en la Queens Boulevard. Yo cierro mi libreta, salgo y me subo al tren.
Ah, se me olvidaba recalcar que los ingresos de Gina son libres de impuestos.