Por lo general es en las mañanas y casi siempre los martes. Debo hacer fila en la biblioteca para dejar mi mochila de mano de la cual solo saco la carta de la semana. No sé en qué número me encuentro, tal vez la 16 o la 17, no puedo estar seguro. La mujer que sentada vigila la subida a las escalas del segundo piso, me conoce, sabe que nunca entro a leer y que no me quedo más de 10 minutos, lo que ya es una exageración. No tengo la menor idea de cómo se llama, pero expande sus labios sin mostrarme sus dientes, y tal vez abre un poco los ojos. A mí me sale un: “hola”, seco y afanado.
Por el gran salón donde se encuentran los computadores de búsqueda en el centro de la biblioteca, voy llegando a mi espacio. Solo conozco la ubicación de un libro en todo el lugar, ningún otro me importa lo suficiente, pues la mayoría de los libros los adopto en otras partes, además esta biblioteca no es mi biblioteca, es mi oficina de correos. Mi biblioteca se encuentra una cuadra bajando por el parque del Periodista hacia la avenida Oriental, aunque con su variedad, solo me interesan los libros de poetas alemanes, los viajes fotográficos por Escocia y los de historia del rock; también suelo regresar a mi infancia con las Cartas a Papá Noel de Tolkien. Pero ha pasado mucho desde que estuve entre sus corredores, lo más probable es que ya no sea mi biblioteca y mis amados libros estén perdidos en otros estantes y la silla de cuero que estaba detrás de una gruesa columna, donde me sentaba porque nadie podía verme, debe estar en algún basurero o en el despacho de quién sabe qué doctor.
Pero los martes en la mañana es día de correspondencia. Todo el ritual de entrada en mi oficina de correos, es un acto de ansiedad, ese tal vez haya una carta, ese tal vez sigan las de la semana pasada, esa búsqueda por no seguir tan lejos, por salir de tanta ausencia, esta idea de un mar de noche. En todo caso, exceso… ansiedad… este único pensamiento de que haya una carta directamente desde tu país de papel y una mía desde las montañas y la niebla, una flor seca para ti…
Puedo decir con exactitud el espacio donde descansa mi buzón, el único libro que me puede importar en aquella biblioteca, y no solo por la magia de sus palabras, o las cartas a mamá, o los secretos en cada uno de los paraderos a Marsella; sobre todo, es y siempre será… el silencio compartido, las sonrisas en camas distantes, un “buenas noches” que nos decíamos sin saberlo. El ver su letra en la ficha de registro del libro. Y por amor y conservar aquel silencio no diré mayor cosa sobre la localización de mi libro… buzón, no podré decir más que se encuentra en el cuarto pasillo contando desde el ventanal de la izquierda, teniendo en cuenta que el ventanal se encuentra en tal dirección tomando de referencia la entrada por las escalas. Es extraño como siento que las personas que leen y estudian sobre las mesas junto a los pasillos, se quedan mirándome porque voy a grandes pasos, solo con una carta en las manos. Puedo sentir sus pesados ojos, yo, que tengo prejuicios por las miradas ajenas exceptuando la mía, incluso la de ella. No ve más que cabezas flotando que me impiden el paso para buscar la correspondencia. Me incomodan, si por mí fuese, los sacaría y no permitiría que hicieran parte de esta historia… es más… los anulo, nunca han estado allí, nadie lee, ni estudia, ni nada. Aquel gran salón está vacío y lo llenan nada más que mis deseos por encontrarme con ella, no hay nada más… si lo hay es un espejismo.
Paso con gran velocidad las páginas, pensando que podré encontrar algo más… antes… por supuesto… de buscar en la página 247, donde todo empezó y donde… no puedo permitir que termine, porque aquella hoja tiene el título entre comillas por su lápiz, porque es un lugar tan maravilloso, porque allí mi alegría se parecía a la lluvia de abril, a palabras y abrazos de mayo, porque sé que ella también busca el libro de vez en cuando, para sentir el polvo entre las fotografías y dibujos, ese polvo que fue nuestra piel cuando se deslizaba entre una palabra y otra; aunque de terminar y morir allí… sin olvidos… eterno… como uno… sería una perfecta y aceptable muerte después de una tragedia de vida adornada únicamente por un clavel, en nuestra autopista, porque siempre lo será, y será el reino que solo nos pertenecerá a nosotros…
Pienso en este instante desde que pongo los pies en el suelo al bajarme de mi cama. Me encuentro con que las otras cartas ya no están, solo pudo habérselas llevado ella, nadie más conoce y buscaría en la página 247. Dentro de mí hay una sonrisa, no suelo enseñarla, por una prioridad en el bajo perfil, pero allí está y sé que ella estuvo. Ahora es mi turno para dejar mi extracto del manual de Bonita, aunque la versión oficial la guardo para mí. Ya me estoy viendo el próximo martes con ansiedad, haciendo fila para entrar en la oficina de correos.
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