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Benjamin Furman

Oda a lo que siento cuando…

Oda a lo que siento cuando hago un nuevo amigo,
Cuando sus ojos abiertos abren los míos,
En el espacio exacto entre risa y palabra
Aprovecha el silencio la alondra
Y viene con su canto,
y teje su nido.

Oda a lo que siento cuando mi viejo amigo
Se ríe en mí de lo ausente,
Ironía, cuánto falta en este cuarto vacío,
Porque se hace eterno el tiempo presente
Porque se suman sus años
con los míos.

(Alguien atrapó a la mariposa,
Y mediante la tortura de cristal
Le exigió los relatos del viento,
Anécdotas de los años de libertad,
¡cuéntamelo todo, ahora ya!
Tras las descepción del captor,
La liberó y ella jamás a nadie,
Sus historias contó).

Oda a lo que siento cuando viene mi madre
En silencio y me asusta,
y me regala, en perdón, una flor
Y luego, cuando se ha despedido y se va,
me regala en su ausencia,
su amor.

Oda a lo que siento cuando mi padre,
Con su melena, su fuego y caudal,
Crece, se desborda e irrumpe en la escena
Destruyendo a su paso el orden, los frascos, las mentiras
Y aunque todos saben que nadie se salva,
Nadie sabe que todos lo miran.

(La leona estaba sola,
Posando encima de la colina amarilla.
Y todos se preguntaban, temerosos,
«¿Cómo está tan sola,
pero tan serena a la vez,
¿y dónde tendrá su mirada negra y lejana,
Puesta tan lejos en la esteparia sabana?»

Y ella con un solo bramido,
Respondió a ambas preguntas diciendo:
«allá afuera, más cerca que lejos,
corren mis crías en libertad»).

Oda a lo que siento cuando escucho,
Desde afuera lo que ya está adentro,
Y se reconocen como antiguos amantes,
En el espejo.

Susurro del campo, el bombo legüero,
La memoria, aroma de un coro
Al escucharlo de nuevo.
La harmonía oculta en el terciopelo,
Sobre el cual se teje en líquido de oro,
La melodía que desde antes de nacer,
Yo ya cantaba.

(Resulta que no fue Cohen, ni Lennon,
ni Paez, ni Drake, ni Quinteros,
Ni mi profesor particular de veinte la hora,
Quien me enseñó a cantar fue otro,
El mismo que se oculta
Detrás
espejo).

Oda a lo que siento cuando un film se acaba,
Y yo aparezco de nuevo,
Con la frescura de las primicias,
Desnudo sin la hoja del pudor,
Vacío sin el líquido del miedo
Retornando a casa de la guerra,
De la soledad, éxtasis
De la ficción, de 2 horas
de agonía.

Oda a la realidad que resulta ser ficción
Cuando a un film ésta va seguida,
Y luego oda a la cocina de madrugada,
Oscura y fría,
Mientras aún todas las especias duermen,
Encerradas, respirando por los agujeros,
Con obediente sabor esperan
Su día.

(Casi nadie pudo dormir aquella noche,
antes de la guerra.
Demasiados sueños de victoria,
Demasiado viento entre las tumbas,
Demasiado silencio
para una trinchera).

Oda a lo que siento cuando provengo,
Y soy inmigrante en mi propio cuerpo
Llega de lejos, se instala adentro,
La lluvia de las nubes de Europa,
Que vienen viajando desde Oriente,
El viento de la palabra trajo a mi boca,
Sabor a lágrima, amargura
y ladrillo.

Oda al millón de manos
que sobre mi cabeza se posan
Y al abuelo que al mirarme
No es a mí quien mira,
Pues yo estoy vacío
Mira lo que de mi brotará un día,
La eterna continuidad,
Plenitud vacía.

(Viajé al Norte,
al Sur y al Oeste,
pero lo que nunca comprendía
era cómo es que se viaja al Este,
porque del Este
yo siempre venía).

Oda a lo que siento al concluír,
El poema propio o ajeno,
Pocas veces logra convencerme,
La falsa harmonía de su rima
Cambiante.

Oda a salir del poema
Con un nuevo amigo,
Desnudo frente a mi padre y madre,
Como he nacido, nazco de nuevo,
Y vuelve la música del día,
Los mismos sonidos de cinco mil años,
Cantos milenarios,
De una mariposa, una leona, un cantautor,
una guerra y un viajero.

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