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Hector Ordonez

Nueva York o la Isla del Tesoro

Recibir la invitación de viajar a la ciudad de Nueva York fue como encontrar el mapa rumbo a la Isla del Tesoro. La novela de Robert Louis Stevenson, uno de los clásicos de la literatura universal hoy en día, me ha acompañado intrínsecamente desde que la leí por primera vez. Sin embargo, ese viaje en 2011 a la llamada capital del mundo fue quizás una metáfora inmejorable de aquella novela, que marcó mi vida y que apenas ahora me siento listo para compartir.

La ciudad de León, Guanajuato, en México, es uno de los principales motores económicos del país, un lugar donde el sistema ha pactado una tregua para el progreso, aunque no por ello dejan de existir escenarios de tremenda desigualdad. Es en este contexto donde se tejió, a lo largo de muchos años, una red social migratoria entre jóvenes de universidades y colegios privados, que, con pasaportes en regla, tomábamos la decisión de suspender nuestros estudios por un período máximo de seis meses, para aventurarnos a buscar trabajo en los innumerables restaurantes y bares neoyorquinos. Mientras un grupo de muchachos aterrizaba, el otro se encontraba haciendo sus maletas para regresar a México, y el departamento ubicado en Manhattan se quedaba listo para hospedar a una nueva generación. Al llegar con mi grupo, incluso ya teníamos referencias de dónde buscar trabajo con altas posibilidades de ser contratados.

No había escrito antes sobre este viaje, quizás por no querer reconocerme más joven, inexperto e inocente, en un punto de mi vida difícil, quizás hasta crítico…donde lo mejor que me pudo pasar era salir del país.

Sin embargo, incluso dentro del círculo de compañeros de la ciudad de León, yo seguía siendo un extranjero. Era el único que no era originario de esta elitista y peculiar ciudad del centro del país, y por ende no conocía a ninguno de mis futuros roomies. La invitación, más que otra cosa, llegó como un golpe de suerte. Uno de los primeros amigos que hice en la universidad, una noche, me marcó por teléfono para decirme que hacía falta una persona para completar el apartamento, y que confiaba en mí para viajar juntos. La situación fue tan circunstancial como cuando Jim Hawkins se hizo del mapa del tesoro.

Antes de irme, mis padres me advirtieron de lo pesado que sería el trabajo físico en un restaurante, en un bar, lo difícil que sería manejar la presión de un jefe obsesionado con los dólares…sin embargo, ninguna charla pudo haberme preparado para lo que seguía, una experiencia única e irrepetible, que de manera periódica iré compartiendo a través de estas crónicas urbanas.

Esta, la primera, apenas funcionará como la introducción de aquellos cinco meses donde difícilmente algo resultó intrascendente.

Después de aquel sentimiento de haber encontrado el mapa hacia la Isla del Tesoro, llegar al mítico apartamento fue como subir al barco, a La Hispaniola, y zarpar. Se encontraba en el corazón de Manhattan, y era el típico edificio angosto que adorna las urbanas calles de la ciudad. Desde nuestra azotea, podíamos apreciar que el rascacielos de la calle de atrás era el del NY Times. Cruzar la calle nos llevaba a Port Authority, la estación de metro más grande de la ciudad, y apenas a una cuadra de nuestra puerta, se encontraba a Times Square, uno de los puntos más turísticos de todo Nueva York. Por las noches, La Hispaniola dejaba de ser un barco en mi imaginación y volvíamos a la tremenda realidad de organizarnos siete personas en un departamento diseñado para una pareja, y había que despejar el piso para tapizarlo de colchones inflables.

A todos los involucrados les recuerdo con un cariño muy especial. Todos, roomies, compañeros de trabajo, y neoyorquinos circunstanciales, figuras ambiguas y enigmáticas, como todos los tripulantes que acompañaron a Jim Hawkins en su viaje en búsqueda de la madurez.

Vivimos en Nueva York en la plenitud de nuestros recién cumplidos veinte años, y eso sirvió, quizás, nos preparó para responderle a la vida y sus circunstancias de la manera en la que lo hacemos ahora.

Y ahora, como Jim Hawkins lo hizo, yo me preparo para narrar los cinco meses que estuvimos navegando por aquella gran ciudad.


Photo Credits: See-ming Lee

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