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Mario Blanco
Photo Credits: Matthias Ripp ©

Nuestro primer amor

Nuestro primer amor guarda sentimientos encontrados, remembranzas  inolvidables. No obstante la experiencia observada por generaciones nos muestra que gran parte del primer amor no sobrevive a nuestra verdadera  encumbrada felicidad, y ¿por qué?

Medito y busco convergencias y características similares, y a pesar de que no afloran muchas, simplemente la verdad de la realidad se impone. Será, quizás, que pagamos novatadas, que nos ilusionamos sin estar lo suficientemente preparados para fraguar esa mezcla pura de los sentimientos amorosos por otra persona y que a la larga surgen impedimentas que hacen claudicar  esos primeros  idilios. Entonces  solo quedan allí recuerdos y experiencias de los que otros amores luego se beneficiarán,  haciéndolos perdurar y sobrevivir ante los intensos huracanes de la vida. La realidad de la vida es esa, zozobran la inmensa mayoría de los primeros amores y ¡como sufrimos mi Dios!

El mundo se nos viene encima, nos desajustamos en nuestras tareas, el apetito desaparece y nuestro cuerpo adelgaza; nos desconcentramos. A menudo el refugio y regazo de nuestros seres queridos y amigos nos salva de la quiebra emocional y con el paso del tiempo sobrevivimos y nos hacemos más fuertes. Tal parece que la naturaleza y Dios así nos preparan y fraguan nuestras fuerzas espirituales para que podamos enfrentarnos a la vida con más herramientas y sapiencia. Nos enseñan a elegir mejor y a no cometer ingenuos, o sobre todo celestiales errores, cada vez que endiosamos a otras criaturas que luego con sus acciones terrenales,  más o menos humanas, nos despedazan el alma.

La otra particularidad de los primeros amores es que generalmente no se olvidan, a pesar de sus tristes desenlaces. Muchos dicen  que la primera vez, es la primera vez. Es cierto,  pero esos recuerdos son mayormente melancólicos, es como cuando dimos el primer paso en la vida siendo niños o como cuando dimos el primer beso que no necesariamente dimos al primer amor.

Pero el mensaje que queremos reiterarle hoy a los sufridos o a quienes sufrirán  los embates del huracán de la disolución del primer amor, es que ese dolor sirve para forjar nuestras cualidades y virtudes. Nos enseñan a no endiosar a otra persona, ni a olvidar sus defectos, más  bien nos educan a amar y resistir, a soslayar y sopesar, de otra manera, las insuficiencias inevitables en toda persona amada y a darle justo valor a las virtudes que nos enamoraron. Nos enseñan que la perfección humana no existe, aunque muchas personas se acerquen a ella, y que incluso lo más perfecto es aquel amor que se focaliza más en lo positivo que en lo contrario, que suma y no resta, que coadyuva a sanar y erradicar y señala  con afecto cualquier rugosidad en la bella piel del ser amado, sin zaherir, sin menospreciar, sino con toda la intención de ayudar para que la pareja encaje,  y las relaciones perduren dentro del respeto y la admiración y sustentación  del uno por el otro.

Así que no nos sintamos agredidos ni decepcionados por los rastros y heridas  del primer amor, que repito, generalmente no trascenderá  en nuestras vidas, sino que ayudará  a forjarnos y a descubrir al amor futuro con el cual iniciaremos el largo y no menos escabroso camino de la felicidad en pareja.


Photo Credits: Matthias Ripp ©

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