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Pablo Íñigo Argüelles
Photo by: Robert Ashworth ©

Noviembre

20 de noviembre. Decenas de amigos en Instagram documentan la llegada y posterior instalación del árbol de navidad en sus casas y departamentos. ¿Cómo es que lo hacen? ¿Cómo es que pueden escuchar villancicos sin remordimiento? Yo sigo en mayo. Cuando mucho, en junio.

Mi ansiedad no diagnosticada bloqueó toda unidad de medición de tiempo desde abril.

20 de noviembre. Un aire poderoso e inusual abraza Puebla. Deja ––tras una noche en que el sonido de los árboles pareció el oleaje de un mar agitado–– frío polar, un cielo prístino, nubecitas blancas y dispersas.

Ya es ese momento del año que esperaba con ansias cuando era niño: el momento en que puedo sacar ‘humo’ por la boca y parecer un volcán.

20 de noviembre. Es el día en que Trump no acepta que perdió. Es el día en que el presidente de mi país, un tipo claramente desencantado con el ejercicio del poder, un tipo venido a gris, un tipo empequeñecido, no reconoce a Joe Biden. Lo anterior es prueba, dicen los que saben, de que Trump y el presidente mexicano son, si no grandes amigos, grandes aliados. Dicen, los que saben, que el presidente anda últimamente distraído, ausente.

Dicen, los que saben, que habría apostado todo por Trump.

Qué ironía.

20 de noviembre. Hoy se cumplen 10 años de que tiré por accidente un plato de calamares fritos en Park Avenue. La memoria es algo curioso: olvidamos qué hicimos ayer, pero recordamos nimiedades qué ocurrieron en la 60 y Park.

Recuerdo aquello porque jamás me había sentido tan frustrado en mi vida. Y no recuerdo por qué. Ahí está otra vez, la memoria escurridiza, que recuerda un plato de calamares regados como cerebros en el pavimento, pero no recuerda las razones que me llevaron a patearlo, y a llorar, y a sentarme una madrugada entera afuera de una de esas cajas de cristal.

La historia del novel vagabundo.

20 de noviembre. Se cumplen 10 años de la vez en que fui vagabundo por una noche, la noche en que conocí a Pete, un homeless mexicano quien pasaba las noches frente al estudio de la Fox News en la 6ª Avenida para ver las noticias y el resultado de los Mets.

20 de noviembre. Pete me pide si puedo leerle el marcador. Me dice que le dan cegueras súbitas desde que unos morenos lo golpearon en Roosevelt Avenue. Y hoy es una de esas noches. Hoy es noche de ceguera. Me pregunta cuál es el inning. No sé qué responderle. Nunca nadie me había preguntado cuál era el inning de algo en plena 6ª avenida, frente a un jumbotron del que emanan trillones de colores.

20 de noviembre. A Pete se le va de pronto la ceguera súbita, me dice: oye, pero tu no eres de por acá. Qué haces aquí durmiendo. No le contesto. Él revira: sabes, hermano, yo era autista. Desde niño el doctor de mi pueblo me dijo que era autista. Nueva York me lo quitó. Aquí no puedes ser autista.

Ve a dormir a casa, niño. La calle no es para ti.

20 de noviembre. Hace 10 años, antes del affaire de los calamares fritos en Park Avenue, hubo también un aire gélido. No había hecho frío. No había hecho nada de frío para ser Nueva York.

Por eso ese día salí a hacer un magallanes sin suéter.

Pero recuerdo bien que el aire venía desde el Hudson, y conforme caía la tarde, se fue haciendo un aire polar, como el que justo ahora que escribo esto, hace mares de los árboles. En algún punto me encontré lejos de casa, en el punto de no retorno: sabía que ese día pasaría frío.

20 de noviembre. Hacer un magallanes es caminar y marcar las rutas en un mapa. Yo tenía un mapa de Nueva York y cada calle que caminaba la marcaba en ese mapa con una pluma de color morado, como para demostrar que yo había caminado toda la ciudad cuando hiciera falta presumir que yo había caminado cada centímetro de Nueva York.

Después de un año, el mapa era morado en su mayoría. Era un trabajo obsesivo, sí, y uno absurdo, también. Yo marcando un mapa de Manhattan con rutas a no sé dónde, desde no sé dónde.

Pero la ciudad se hacía cada vez más grande, se agregaban siempre calles nuevas.

Yo sólo quería encontrarme y creía que comiéndome las calles lo podía cumplir.

Pero ni la ciudad cedía, ni yo aparecía dentro de ella.

20 de noviembre. Sigo caminando, pero ya sin mapa. Los mapas son para los niños. Hacer un magallanes es de niños.

20 de noviembre. Quiero ser niño de nuevo. Hacer un magallanes en Nueva York. Hoy encuentro en mis apuntes de esos días ––los días de los calamares fritos regados en el pavimento­­–– un poema transcrito de José Emilio Pacheco:

No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.

A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.

Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.

Cierro la libreta, miro el calendario en mi teléfono: ya es 20 de noviembre.


Photo by: Robert Ashworth ©

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