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Paola Herrera
Photo Credits: super awesome ©

Nothing is the same

Hace calor, a lo lejos percibo el ruido estridente de los automóviles porque la carretera custodia las cercanías de dónde me hallo. Convoco al silencio empleando un ritual milagroso como si fuese una religiosa, pero no se consume el milagro, aún insiste el ruido en permanecer a acompañarme, así que sigo escribiendo. Mis dedos no descansan, las frases se enredan, juguetean entre ellas, quieren emerger y a la vez no, porque a veces gritar en versos, abre heridas, otras las cierra. Al sol no lo vislumbro todavía, tal vez se prepara para despertar los desvaríos más tarde o iluminar los campos de flores que tenemos dentro. Me gusta sentarme un rato en el piso, derribarme en el suelo, observar el cielo sagaz como si sonriera, ver las aves de alameda en alameda como buscando todo lo que han perdido, sin saber que, si una vez pierdes algo cuando lo vuelves a encontrar, nunca será igual.

Invertimos el tiempo en buscar lo que alguna vez se fue, se perdió, y que de alguna u otra forma nos cambió la vida, sin embargo, cuando finalmente lo hallamos de nuevo, nunca es igual y nos visita la desilusión. Estuvimos tanto tiempo creyendo en algo que al final resultó ser todo lo contrario.

Entendemos que nada ni nadie queda igual en la vida y que eso está bien porque nada ni nadie está exento de cambios. Somos por naturaleza seres cambiantes, un día queremos té al otro día solo agua, un día nos apetece mirar el mar, otro día caminar por las montañas, un día queremos compañía, otro día preferimos que nos acompañe la soledad, un día deseamos respirar el aire verde de campos y bosques, otro día nos satisface el smog de una metrópolis. Un día sonreímos sin miedo a ser felices, otro día escondemos los grises bajo capas de maquillaje, un día desahogamos la tristeza sin miedos, otro día entre sollozos, tinieblas y sábanas escondemos la pesadez del interior. Así somos y no podemos evitarlo.


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