Dicen que la flor de cempasúchil guarda la luz del sol. Sus pétalos, entonces, vienen a ser rayos contenidos que guiarán a las ánimas en su retorno a casa.
Las semanas previas a las celebraciones por el Día de Muertos, el campo alrededor de la ciudad de Puebla se vuelve de color naranja.
Esos campos son mares, y si pudieran, inundarían todos los caminos.
Nosotros fuimos en busca de ellos.
Los más impresionantes sean tal vez los que están junto a la pirámide de Cholula. Es increíble pensar que un día quisieron llenarlos de concreto para hacer una plaza pública. No lo imaginamos. Pero los habitantes defendieron su tierra, y también el derecho de todos a ver esos campos, que en octubre florecen, justo a tiempo.
Muy a tiempo.
Pero queríamos ver más. Entonces tomamos camino, buscamos la luz y la encontramos. En el estado vecino de Tlaxcala, en el camino federal que conduce a su capital, encontramos otros mares, a través de un camino hecho de arcos naturales que forman los árboles, cuyas raíces se conectan en lo subterráneo, de lado a lado de la carretera.
Amigos a pesar de las adversidades.
Pero sin duda la sensación más próxima a estar en mar adentro, la tuvimos camino a Izúcar de Matamoros, pasando Atlixco. M dijo, por ahí. Y yo, al volante y sin nada que perder, le hice caso.
Primero no encontramos nada. Tan solo un terreno propiedad de uno de los vecinos, en cuya tierra comenzaba a dar el cempasúchil. Pero nuestra intuición nos dijo que adentrarnos en ese pueblo, cuyo nombre nadie supo decirnos, sería tal vez buena idea.
Vayan hacia Niños Héroes, alguien nos dijo, ahí van a encontrar las flores que están buscando. Y antes de preguntarle si Niños Héroes era una calle, o un pueblo, o una colonia, ese alguien dio media vuelta y nos dejó solos, a la mirada de unos perros callejeros.
Entonces seguimos. Al dar vuelta por una de las calles, por donde parecía que nadie había pasado en años, lo vimos: era un mar anaranjado, justo al fondo, un mar refulgente de flores que parecía promesa.
Cuando llegamos a él, sin nada que indicara que había vida en kilómetros, supimos entonces que no habíamos ido ahí buscando flores.
Si acaso buscábamos luz, sin saberlo.
Igual que los difuntos cuando vuelven a casa cada noviembre.