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paola maita
Photo by: wolfgangfoto ©

No te metas

Creo que uno de los consejos que escuché más veces en muchas casas en Venezuela fue no te metas. Sin importar la magnitud de lo que estuviese sucediendo en la casa de al lado o el frente, la política de no meterse en los asuntos del otro era un acuerdo social tácito. Al menos eso era lo que se suponía que tenías que hacer en apariencias, porque también nos daban la falsa noción de que podías opinar libremente en los asuntos de cualquiera, ¿Pero hacer algo? Ni de broma.

¿Un robo? No te metas. ¿Un secuestro? No te metas. ¿Aquel marido le pega a la mujer o a los niños? No te metas. ¿La vecina salió con un pantalón muy corto? Opinamos, pero sin meternos. ¿Crees que al hijo de tu prima le hacen bullying por ser gay? Qué horror, pero no me meto

Crecí con una dicotomía que es muy difícil de explicar a aquel que no la haya vivido. Por una parte, cuando quería accionar para ayudar al otro, enseguida me saltaba la alarma mental que me habían inculcado otros de que no debía meterme. Al mismo tiempo, escuchaba a esa misma gente opinar sobre la vida de otros como si no hubiese un mañana.

Con el pasar del tiempo, y las consecuencias inherentes al cuestionamiento y la deconstrucción de los conceptos sociales que me rodean, fui dándome cuenta que eso de no meterme es convertirme automáticamente en cómplice de aquello que veo y callo.

No se trata del sentido común que hace que no me involucre en una situación en la que potencialmente podría salir lesionada, como un robo o un secuestro; se trata de mantenerse en la comodidad de solo velar por lo que me afecta directamente, de pretender que mientras las cosas estén bien en mi metro cuadrado, el resto también estará bien.

Me di cuenta de lo mucho que me afecta la muerte de George Floyd, como la golpiza a Jorge Granado por ser homosexual o el haber sido objeto de bullying cuando era niña por tener el cabello rizado o el que algunos inmigrantes sean considerados mejores que otros… También abrí los ojos con respecto a que, aunque sean todas luchas diferentes en lo micro, en lo macro no dejan de ser diferentes caras de la misma moneda. Es esa que permite que unas personas piensen, tal como los cerdos de Orwell, que todos somos iguales, pero hay algunos más iguales que otros.

Humanamente, no puedo ser activista por todo lo que quisiera cambiar en el mundo, pero al menos puedo tener la consciencia de que no meterme dejó de ser una opción.


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