No me desvela publicar. JDB, editor de profesión, me asesta con su látigo de publisher: “si no publicás estás muerto”. Yo solo me rio. Los jóvenes creen que inventan el arte desde cero: por eso los he llamado adanistas. Ellos pueden dedicarse a las publicaciones frenéticas en las redes sociales. A mí me place el arte de la soledad. A quién le importan los escritos de un pensionista solitario, que tiene pensamientos para sí mismo y en contra del mundo. Como decían los antiguos, cuantas menos turbaciones tengamos, viviremos más tranquilos. La mejor publicación siempre es post mortem. Es cierto: he publicado algunos libros (que merecen ser olvidados) y escribo una columna para una revista de Nueva York. Esos textos conforman la continuación de un vicio ciego, inútil, la otra forma de mis taras. Son como el golpe que hago con los pies cuando sigo el ritmo de una música. Esos textos me ayudan a mirar el horizonte desde el balcón. En este sentido, lo más importante es pensar en los avatares de la vida y evitar la vía pública.
Si puede no publique. Aléjese de ese vicio estéril. La exposición le traerá enemigos y solo alimentará la vanidad.
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