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eva gasteazoro
Photo Credits: Arturo Espinosa ©

Niña nocturna de Eva Gasteazoro

La geografía no se limita a proporcionar a la forma histórica una materia y unos lugares. No es sólo física, escribe Deleuze, sino mental, como el paisaje. Lo que la filosofía encuentra en Grecia no es un origen, sino un medio, un ambiente. Una geografía, más que una historiografía, una gracia más que una naturaleza. De modo tal que la escritura no es un objeto, sino una demarcación.

El artista es incapaz de crear un pueblo, pero lo llama con todas sus fuerzas a través de un padecimiento que es resistencia a la muerte, a la servidumbre, al presente.

Si el sabio de la antigüedad pensaba a través de figuras y el filósofo lo hace inventando conceptos, el artista ahonda en la tarea excesiva de producir afectos. La novela no se realiza con las afecciones propias, recuerdos, archivos, viajes y obsesiones. Si el artista es alguien que deviene ¿cómo podría contar lo sucedido siendo ella misma sombra? ¿Qué es una niña nocturna, sino una mujer que ha visto algo insoportable y que en lugar de descifrarlo, se vuelve, en su oscuridad, pura visión?

Saturar cada átomo, decía Virigina Woolf. Llegar, como asumen Deleuze y Guatarri, a un atletismo afectivo. Por contigüidad, por ese alejamiento de la luz en que la niña deviene noche. Retorcer el lenguaje, hacerlo vibrar, abrazarlo, hendirlo. Sensaciones, rostros, visiones, devenires. De eso hablan los fantasmas.

¿Y qué es niña nocturna, esa niña sin singularidad, sin esa “una” que la delimitaría a un pasado, una familia, un país, sino un fantasma que se repite?

Incesantemente, la niña se vuelve otra. No es que burla en ella eso que ella es, sino que lo retoma cada noche enlutada en una sábana blanca. Sin embargo, el espectro, en la confusión de lo sin luz, se encarna. Carne del mundo, carne del cuerpo, esa niña. Un extraño Carnismo, dice Mikel Dufrenne, y habla de una mezcla de religión y sensualidad. Volver sensibles las fuerzas insensibles. Tal la tarea de esa niña que vuelve cada noche hasta hacer desvanecer el cuerpo, fundirlo con la casa. Y es en la casa donde se erige una ritualidad de misa animal.

Decíamos que la escritura es un territorio, y cada territorio engloba de forma melódica trayectos de otros animales, arranca al morador como en contrapunto y lo precipita en vértigo.

El fantasma, el que lleva como nombre Niña, se ajusta la sábana sobre su cabeza, su cabeza herida, para hacer de su dolor algo que la trascienda. Así ahueca con su palabra el grado de descomposición del cobijo.  Hace vibrar de tal modo la cavidad que forma con ella una región con el fin de abandonarlo, de salir de él.

Si la sensación piensa y el pensamiento es una tierra, los tonos en el libro de Eva Gasteazoro revelan la geografía de una Nicaragua de estancias, de pastizales, de caballos y volcanes. La madre que se pone a parir en una mesa de póker genera lo que concibe: un país que se dolerá en sus heridas, un país que jugará a liquidarse hasta la desapropiación.

Otra vez una cicatriz en la rodilla, como antes, como siempre. Niña es la sombra de esa Reina de los que habitan junto a grandes depósitos de agua, ese es el origen del nombre de esta tierra que trae una llaga que se repite y recuerda. La repetición estudiada por Kierkegaard alude en su pura literalidad en el danés a la recuperación, Gjentagelse (repetición) siginfica: retoma. Cada uno debe hacer verdad en sí mismo el principio de que su vida ya es algo caducado desde el primer momento en que empieza a vivirla, pero en este caso es necesario que tenga también la suficiente fuerza vital para matar esa muerte propia y convertirla en una vida auténtica, escribe Sören Kierkegaard.

De algún modo la repetición es una legitimación. Se repite lo que ha hecho huir, sufrir, para, de alguna manera, perdonar. Y, sin embargo, la repetición se presenta como irrupción de la diferencia.

La niña encontró otra vez el llanto. Pero la niña baila. Siempre bailará. La niña, la pasadora de lo negro no aprende a esconderse, a pelear, a oponerse, la niña- escritora responde al primer saqueo con una fuga, un modo musical cuya compulsión en repetir es una marca a reparar. La prueba que debe afrontar la sombra no es sólo estética o ética, sino que es trascendente. Pase lo que pase, es la danza la que escribe y decide su vagar.

En el momento en el cual el cura da el responso, en que deciden sepultar a la madre en la Hacienda, esa casa- tierra- país aparece una jovencita de pelo largo, vestida de blanco. Ya no la niña con la sábana en la cabeza haciendo sus apariciones como espectro, asustando; sino una joven que usa esa sábana blanca para vestirse. En cámara lenta se acerca a besarla. Toma el rosario de plata de entre las manos. Se lo pone ella de collar y reza.

El libro comienza con un parto y toda la novela es un recorrido por la cicatriz como preparación en la niña para darse a nacer. ¿Pero es la niña la que nace o lo negro alumbrándose? Las paredes agujereadas por las armas de tanto en tanto había que mandarlas a reparar es alegoría de los propios bordes del cuerpo revocados por el texto para dar a luz a un habitante de la historia, historia que es siempre grafía de un topos.

La escritura de Eva Gasteazoro arroja agua a la frente del lector como quien bautizara, pero no. Arroja el agua como en los frentes de Oriente antes de partir para la guerra, augurando un ir  y volver seguros al texto. Un regreso después de las heridas.  Así el libro de Eva busca una laceración, la llaga, luego sutura. Desmadejados tonos recorren el cuerpo del relato, hacen de él partitura. Pero la bailarina, la escritora, compone una luthería con madera. Porque le gusta serrar los días  largos y tristes de su voluptuoso trópico, convertirlos en tablas y clavarlos a algo. Mientras sucede la agonía, casi en gesto faulkneriano, transforma a la madre en mesa. Mesa de póker, dice. Y cuanto más la incrusta, la tachona, la sujeta, más se astilla el zarpazo. Madera y agua como en naufragio. Aquí. A condición de que nos saquemos las vendas, aquí, el eco de Paul Celan “Aquí…me arrojó su vaso a la frente/ y volvió/ pasado un año/ para besar la cicatriz”. En la ciudad regida por esta niña y la noche crece una boca que llama, ardiente, nuestra zona afectada; y besa.


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