Parte 1:
El asunto es más o menos así. Cuando dejamos de ingerir alimentos y han pasado tres o cuatro días sin recibir los nutrientes para mover la maquinaria de nuestra existencia, el cerebro debe tomar la drástica decisión de iniciar el autocanibalismo. Es un proceso traumático, una acción desesperada similar al “Broken Arrow”, que envía un comandante cuando ve que todo está perdido en el campo de batalla. Una vez enviada la orden, comienza el autoconsumo, y se extraen del propio cuerpo todo lo necesario para sobrevivir unos días más, mientras espera la llegada de los alimentos… si es que algún día llegan.
Primero toma los combustibles que están más a la mano. Glucosa y reservas de grasa que son los preferidos del cuerpo humano y principalmente del cerebro que es glucodependiente. En unas semanas desaparecen esos rollitos de más (y que muy pronto estarán de menos), se marcan profusamente los surcos de las costillas, la estructura del cuerpo se esculpe de formas dramáticas y los pómulos despuntan en las facciones de nuestro rostro. El cerebro trabaja, como el eficiente ejecutivo que es, administrando todo para maximizar el uso de los recursos disponibles. Después de dos semanas, si no se produce la ingesta de alimentos, el cerebro envía la orden de pasar a una nueva etapa: Alimentarse de los músculos. De ahí obtiene las proteínas para seguir en pie y su consistencia desaparece poco a poco hasta difuminarse en esqueléticas formas humanas. A estas alturas la debilidad y desnutrición del cerebro es evidente porque también han disminuido la densidad de los huesos y el sistema cognitivo se hace más lento. Tomar decisiones se torna un trabajo impreciso, los movimientos se tornan torpes, caen nuestros niveles de memoria, concentración y el sentido del humor baja hasta los niveles de John McEnroe. Cuando el cerebro ya no tiene de donde más sacar, debe llevar a cabo una estrategia distinta a la del simple consumo: ahorrar energía. Es entonces que en un acto inédito comienza a desactivar partes que ya no son esenciales para el funcionamiento del cuerpo humano.
Las tripas y el estómago, son los primeros que dejan de funcionar.
Pero si eso no es suficiente, si aún se necesita un mayor ahorro para continuar con vida, sucede lo que quiero compartir con ustedes. En esta dramática etapa, el cerebro también se hace partícipe y fiel a su misión de mantenernos con vida, desconecta partes no esenciales de si mismo. Es cuando dejan de funcionar las emociones. El cerebro comienza a trabajar en un estado “servicios básicos” o “primitivo” y el ser humano comienza a reaccionar de formas relacionadas con la locura. Así les sucedió a los tripulantes de la expedición de Magallanes en medio del Pacífico (1520). Famélicos y harapientos, con el cuerpo cubierto de llagas luego de semanas sin probar bocado, tuvieron que alimentarse de las suelas de las botas o las velas de cuero del barco (Nao). En otros casos esta locura deriva en asesinatos para comer o alimentarse de los cuerpos de los propios hijos, esposas o la nuera.
Locura…, eso es algo tan normal de encontrar en las calles de New York.
Recuerdo una foto de un accidente en el subway de la ciudad. Un hombre fue empujado a las vías justo cuando el tren comenzaba su entrada en el andén y las demás personas que estaban en el lugar, en vez de ayudarlo, enfocaron sus teléfonos para grabar los dramáticos últimos momentos de su vida. Y también el abogado, Aaron Schlossberg quien, en un inédito acto de histeria, comenzara a atacar a unas chicas porque hablaban español en un restaurante de Manhattan. ¿Racismo en un país de inmigrantes? Las cientos de personas con enfermedades mentales que deambulan por la ciudad totalmente sucias, algunas desnudas, otras muy violentas (hace una semana un tipo se me acercó para gritarme y amenazó con golpearme), deberían estar cuidadas, resguardadas y atendidas en hospitales psiquiátricos. Me impresiona la naturalidad con que los ciudadanos se mueven por la ciudad mientras observan toda esta escena tan surrealista en las calles de New York. Y ¿qué me dicen de las cárceles para niños?, sí CARCELES PARA NIÑOS. Pequeños niñitos y niñitas, hijos de inmigrantes indocumentados que han sido encerrados en cárceles y expuestos a abusos de cualquier tipo, imagino sus lágrimas secas de tanto extrañar a sus padres. ¿Que ha sucedido en una sociedad para aceptar eso? O que un adolescente de diecisiete años pueda comprar y caminar tranquilamente con un fusil de guerra AR-15 por las calles de su ciudad (Wisconsin) pero le esté estrictamente prohibido entrar a un bar a beber con sus amigos. La muerte lenta y televisada de George Floyd, es una versión moderna de las decapitaciones y torturas que en la edad media se hacían en la plaza del pueblo. Muchos neoyorkinos se impresionan con todo esto, otros simplemente lo toman como algo normal. ¿Normal? ¿Que espantoso proceso de autocanibalismo se ha producido en el cerebro de estas personas? Salvajismo en pleno siglo XXI. Será producto de la cultura del consumo, de los gráficos y curvas de producción, la cultura exacerbada del neoliberalismo y su individualismo, la perturbadora cultura del espectáculo, de la imagen, del “Time is Money”.
¿Qué parte del cerebro ha sido consumida para aceptar todo esto?
Lo único seguro es que después de unos meses sin probar comida, luego de haberse autoconsumido, de haber dado la orden de desconectar funciones no importantes para ahorrar energía, de experimentar sucesivos procesos traumáticos como la locura, el cerebro comprende que ya no tiene nada mas que hacer para seguir viviendo; entonces da la orden final y se desconecta completamente.
Photo by: Guian Bolisay ©