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Paola Herrera
viceversa

My Way Among Poets

Una vez me creí poeta porque escribía luego de que Benedetti me había revelado la preciosidad infalible de sus poesías; otra vez me creí poeta cuando Bukowski me visitaba en mis tinieblas colmadas de insomnios, en la vida virtual, y me concedía poemas sin pudor para posteriormente inspirarme en el paraje cruel de la existencia y ayudarme a permanecer el resto de la madrugada escribiendo sin detener mis dedos en el teclado, como si la sed únicamente se atiborrara con letras, como si la avidez se alimentara de metáforas, como si el dolor simplemente se convirtiera en un artilugio de versos, porque algunas lenguas maduras han expresado que en la mierda se escribe mejor. Luego conocí a Irene X, a Elvira Sastre, Escandar Algeet y a Ernesto Pérez Vallejo y me di cuenta que de poeta no poseía ni la cúspide de la lengua.

Mientras Benedetti contribuía para que escribiese sobre las utopías del amor, Bukowski me inspiraba a escribir sobre la mierda, el alquitrán, la vaguedad, el aire negruzco de la fracción racional que te diseña la vida en anarquía. Por otra parte Irene me conducía al estupor, al relato mágicamente alegórico, a un espectáculo de lo que nunca supe hablar sin que doliese. A Elvira le retribuyo la exquisitez de su alma, esa ternura que arroja en versos, esa etérea suavidad de su terciopelo poético, con ella aprendí que del desamor también nacen primaveras con avispas revoloteando entre flores que seducen y también aprendí que siempre se mudarán inéditas mariposas a la selva que tenemos en el pecho. Escandar, de él puedo expresar mucho sin decir nada, digamos que me he refugiado en sus poesías como lo hace un sirio en las capitales europeas después de escapar de la guerra civil, he desprendido de mis conductos lagrimales sal de mar y he resucitado en frases que saben decir lo que yo nunca le expresaré al amor cuando no es amor, al amor cuando es amor.

Nos queda Ernesto, él son todos los gemidos poéticos que he tenido luego de que lo conocí, es la poesía indescriptible, la miscelánea entre lo que siempre quise decir y nunca logré, la música en otro idioma que siempre entiendo, pero que nunca sé pronunciar con mi acento, la combinación entre el romanticismo y el erotismo. La pornografía poética, la lujuria vertida en versos, las palabras colmadas de benevolencia e intransigencia que nunca encontré para decir.

Escribir de los poetas que me han encaminado a la versatilidad insospechada del arte de la literatura, escribir de ellos, los líricos que han declarado en el juicio desordenado de mi corazón las razones por las cuales el papel, el bolígrafo azul, el teclado y la pantalla se han convertido en mis mejores aliados, en el crimen sin condena cautiva sino más bien libertaria. Es más complejo cuando las palabras que encuentras en la búsqueda subjetiva extenuante se hacen cada vez más diminutas e insuficientes.

Hace no mucho conocí a David mientras ambos llegamos a destiempo a la solicitud de un trámite que ameritaba madrugar. La confianza creció ferozmente y me sorprendí de mí misma porque me han atribuido el título de “desconfiada crónica”. En fin conversamos sobre su vida, sobre la superficie de la mía, sobre la situación endémica del país, de su profesión como chef, de mis estudios, inconclusos aún, por los paros alargados de mi universidad, de lo complicado que es realizar una diligencia con toda la agitación de este ambiente árido y de esta ciudad áspera. Conversamos tanto que se nos hizo corta la espera y larga la charla. David es un desconocido por conocer que te conduce a reflexionar mucho. En uno de los tantos temas que abordamos, llegamos al de la confianza imprevista entre ambos; me expresó que a veces no importa cómo nacen las cosas sino el por qué nacen. En ese momento yo solo asentí y le di la razón, pero ahora en este atardecer que no he podido vislumbrar, mientras escribo y los ruidos estruendosos de los carros llegan a mi espacio solitario donde me dedico a moldear mi arte, en este preciso momento, reflexiono acerca del raciocinio de aquel cuerpo masculino que me acompañó aquella mañana atareada, de la racionalidad justa de sus palabras. Es por eso que aquí, escribiendo sobre el camino entre mis poetas no debe importar cómo expresar en palabras adecuadas lo que siento sino el por qué han nacido.

Han nacido porque algo o alguien tenía que salvarme del caos guapo en que me sumerjo cuando la opacidad aleatoria de los acontecimientos constantes me arropan con su manta; ha nacido porque sin buscar me encontré con la revolución homo-sapiens de la poesía, me topé con lo único que ha sabido sostenerme cuando ni yo he podido hacerlo. Los poetas han sido para mí, mi vicio predilecto, ¡Salud y amor por ellos!


Photo Credits: Benjamin Balázs ©

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