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daniel campos
Photo by: elad abraham ©

Murci-sueño lúcido

Me encontraba en Islas Murciélago. Estábamos juntos en la playa, acostados en la arena, formando un nudo de cuerpos entrelazados. Yo recostaba mi espalda sobre la arena, miraba al cielo nocturno, escuchaba el leve oleaje de la bahía y sentía en la piel el frescor de la brisa marina y el calor de los cuerpos cercanos.

Una mujer creativa y sensible estaba recostada sobre mi pecho, con su cabello de rizos salvajes y su rostro de lucero colocados de tal manera que yo veía su perfil de rasgos finos en primer plano y el cielo estrellado, con Venus ardiente, en segundo plano. Un músico bohemio, un filósofo activista de la permacultura, una bióloga marina con ojos de perla negra, un talentoso futbolista puntarenense con melena castaña y otras personas queridas nos rodeaban.

Las perseidas incendiaban el cielo en deflagraciones blancas, rojas y anaranjadas. Trazaban en el cielo su rastro fugaz en todas la direcciones y causaban en mi mente, cuerpo y corazón sensaciones de pasión y plenitud.

Entonces desperté del sueño, completamente desorientado. Me hallé en un lugar oscuro pero sin cielo estrellado. No estaba a la intemperie sino encerrado por paredes y techo. Miré a mi alrededor azorado. Demoré casi un minuto en recuperar suficiente lucidez para recordar que había llegado a mi apartamento en Brooklyn.

Cuando visité las Islas Murciélago, dormí como máximo dos horas por noche. Algunas noches ni siquiera dormí sino que me quedé en la playa, observando perseidas, conversando, percibiendo el entorno y sintiendo amor en silencio, hasta que rayara el alba por sobre las lomas de Isla Cocinero.

Luego viajé de las islas, en el Pacífico costarricense, hasta Brooklyn, en la atlántica Long Island, sin dormir, en una larga odisea de cuatro horas en lancha, seis horas en buseta y siete horas en avión, más varias horas de traslados en taxi y esperas.

Cuando entré a mi cuevita brooklynense, dejé mi mochila al lado de la puerta, me quité toda la ropa de prisa, me acosté en mi cama y me dormí tan profundamente que soñé con las islas como si hubiese permanecido allí, en la playa, sintiendo el aliento de la brisa marina, contemplando luminarias en el firmamento, percibiendo las respiraciones de mis compas y escuchando al océano. Viví un Murci-sueño lúcido. Desperté desorientado pero feliz.

Aún hoy, dos años después, doy gracias por haber ido a Islas Murciélago. Ha sido una de las experiencias más salvajes, vitales y deliciosas de toda mi vida.


Photo by: elad abraham ©

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