NUEVA YORK: Son tantas las mujeres de las que me provoca hablar. De cada una conozco tantas historias como reflejos de los que he aprendido y sin embargo desde que decidí éste mes dedicarle éste espacio a las historias de mujeres hay una imagen de la que no me he podido desprender.
Ninguna noche es igual en Nueva York, siempre sucede algo con escándalo y siempre hay silencios paralelos. Las calles están cargadas de historias y las estaciones de tren de aquellos momentos frente a la hoja en blanco en espera de la imagen que va a disparar el resto.
Otras veces no se espera nada, nos distraemos con la egoísta costumbre de pensar que nuestras vidas son lo suficientemente complicadas como para darnos cuenta de todo lo demás. Nos distraemos ignorando realidades que forzamos a nuestras mentes a aceptar. Nos perdemos en la fragilidad de un momento feliz que se sostiene con pinzas o una tristeza que se sopla con el viento. Y así con ese soplido nos llegan a veces los susurros que nos hacen despertar.
Una noche de esas esperando el tren en la estación vi una escultura en movimiento. Una pieza de arte contemporáneo que podría ser un performance y no lo era. Cuatro bolsas grandes de basura caminando en línea recta en perfecta armonía y con la delicadeza de unas dulces marionetas. Por la forma de las bolsas podía verse que adentro había botellas plásticas, cientos, quizás miles, siempre he sido mala con los números. Avanzaban ligero, sin prisa pero con un objetivo. Las bolsas llegaron frente al bote de basura de donde a menudo salen las ratas corriendo para perderse entre los rieles y recordarnos que no todo en Nueva York es luz artificial. También hay escoria y escombros, suciedad, angustia, desolación y valentía.
Valentía para desafiar el lado no tan grandioso de ésta Ciudad, para sobrevivir a costa de lo que sea mientras arriba en la superficie y lo superficial la comida se tira a la basura a granel mientras otra gente bucea en los basureros para encontrar que comer, las tiendas venden piezas de ropa por arriba de los $1000.00 mientras por una botella plástica alguien gana 5 miserables centavos que para hacer un dólar toca reunir 20. Matemática que cualquiera puede conocer pero no cualquiera aplicar. La sola idea de reunir 200 botellas para hacer $10.00 cuando eso aquí equivale a nada o casi nada, asusta a cualquiera, menos a la gente que lo hace. Enfrentarse a los monstruos es la mejor forma de perder el miedo, el monstruo del hambre, el monstruo de la pobreza, el monstruo del frío, el monstruo del miedo.
Las bolsas gigantes no llegaron allí solas, una vez descansadas sobre el piso y sostenidas por los únicos extremos libres que quedaban al final (o al principio) de su capacidad y unidas por un palo de madera que alguna vez fue una escoba, surgió del centro su titiritera.
Un cuerpo diminuto y etéreo, ajeno a la locura alrededor. Silenciosa y serena, una mujer asiática extendió sus brazos hacia el fondo del basurero cuya altura superaba su estatura. Carecía de la notable angustia de un cuerpo con hambre de una persona de la calle y la paranoia de alguien en drogas duras, ella estaba en paz, con ella, con el mundo que giraba a su alrededor y con sus botellas.
Ella estaba haciendo lo que en ése momento debía hacer.
Sin quejas ni pucheros, sin caras ni reclamos, sin tiempo para drama ni energía para sentarse a esperar que su situación cambiara, seguía acumulando botellas ahora en su bolsa al hombro que se estorbaba con la mochila en su espalda posiblemente cargada de botellas también. Ella estaba cambiando su situación de botella en botella. También estaba cambiando la nuestra, reciclando nuestra inconsciencia, nuestra vulgar arrogancia de llenar este mundo de basura plástica. No recuerdo si era invierno o verano, de cualquier forma el clima era extremo. También era hora pico y ella parecía no inmutarse por el flujo de la gente. Cuatro bolsas llenas de botellas plásticas pero quizás no eran mil, probablemente tampoco cien, insisto en que siempre he sido muy mala con los números, pero eran muchas, y juntas se veían pesadas. Ella se veía aún mas cargada pero de sacrificio. Tal vez solo eran las botellas suficientes para la cena de ese día, para el transporte que le permitiría seguir recolectando botellas para el café de la mañana que le daría la energía para seguir recolectando botellas para la renta del resto de la semana.
Una renta que probablemente sea en un espacio mínimo, con condiciones mínimas y limitaciones máximas. Tiempo después de aquella escena vi un documental sobre la situación de la vivienda en Nueva York que hablaba sobre familias que viven literalmente montadas unas sobre otras, en literas de tres y hasta cuatro niveles. Otras que se turnan para ocupar un mismo espacio en el que unos duermen de día mientras otros trabajan y a las doce horas cambian de turno para descansar. Ese día me acordé de ella, de hecho la recuerdo constantemente. Nada digno para nadie y sin embargo es una realidad que no se alcanza a ver desde la comodidad del egoísmo.
Pero lo que más me impresionó fue la calma de esa mujer. Difícil calcular su edad, ya saben, soy mala con los números. Pero por su aspecto cansado y frágil parecía mayor de 70, por su destreza para manipular las bolsas podría tener 20, por lo fuerte de aquella imagen podría tener 1000 años y ser muchas mujeres a la vez. Sentí que representaba mediante aquel espectáculo post moderno de títeres plásticos, más significado que el resto de realidad que no prestó atención a ninguna de sus escenas. Con sus años y su foco en resolver lo que para tantos es irresolvible, esa mujer me dio una bofetada con guante blanco o una caricia con electro shocks y pasó a ser una de las tantas mujeres que admiro por su honesta y silenciosa valentía de andar con los ovarios adelante por la vida.
No sé cuantos días han pasado desde aquel día, tampoco cuántas botellas ha juntado, ni siquiera imagino cómo se llama pues a las estadísticas jamás les han importado los nombres. Pero mujeres como ella hay millones, eso sí lo sé aunque sea mala con los números. Y por cada una de ellas y por cada una de las que nos han demostrado que valentía se escribe con V de vagina y de valiente, dedico éste espacio, aunque es nada lo que eso cambie, a todas las mujeres que han desafiado su rol de marionetas para ser titiriteras de su destino.