Después de muchos días y muchas horas esclavo del teléfono y de las redes sociales, decido desconectar un poco. El estar lejos de mi país sabiendo todo lo que está ocurriendo (y está por ocurrir), no me deja dormir; trato de concentrarme en el trabajo, en el ambiente, en la ciudad pero no logro desengancharme. Cuando finalmente decido retomar las redes, las notificaciones de Twitter me indican que algo pasó pues la mayoría de mis amigos humoristas están tuiteando.
A los pocos minutos me entero: ha muerto un payaso… si ha muerto el Doctor Cotillón, ha muerto Leonardo González. A Leonardo nunca le conocí en persona pero teníamos cosas en común: Le gustaba reír y hacer reír, teníamos seguramente muchos amigos y conocidos en común (como mi pana Domingo Mondongo), era venezolano y le importaba el país. Por todo esto y más me duele su muerte.
Pero ¿Por qué tiene que morir un payaso?
Para que nazcan muchos payasos más… es lo único que se me ocurre, o mejor dicho es lo que quiero creer.
Ahora bien, ¿Por qué tiene que morir un país? Pienso que los países no mueren, o mejor dicho no debemos dejarlos morir. Tanto los que estamos fuera como los que están dentro debemos seguir luchando, ojo que no sea mal interpretado lo que escribo. Ciertamente la lucha de los chamos y de los no tan chamos que se juegan el pellejo en las filas de la resistencia es más heavy pues se enfrentan a bandas criminales vestidas de uniformes. Pero también acá se libran batallas en contra de: la zozobra, la desesperación, la desilusión y hasta del hambre (aunque no lo crean).
Sin embargo para mi Venezuela no está muerta, pues Venezuela es ese chamo que cada mañana toma su escudo y sale a las calles. El país es el fotógrafo que va a cubrir el conflicto, pero también es el empleado que a pesar de las dificultades, los cortes y los disturbios debe salir a buscar el pan porque no tiene de otra.
El país también es ese venezolano que camina por Nueva York, Madrid, París o cualquier otra ciudad del mundo tratando de reconstruir y reconstruirse, con la esperanza de volver alguna vez… mi país es esa chama cuyo nombre no conozco (pero prometo preguntarlo), y que todas las mañanas está por Florida con una cavita pintada con los colores de nuestra bandera (7 estrellas incluidas) vendiendo arepas.
Venezuela somos todos… el país no ha muerto ni morirá. Tarde o temprano, los buenos siempre ganan pues los buenos somos más. El Doctor Cotillón no se ha muerto, y el sí se multiplicó: lo hizo en la sonrisa de cada niño enfermo al que alivió.
Photo Credits: Carlos Graterol ©