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eunice medrano
Photo Credits: nici parsley ©

Mucho gusto

– Tienes un tema tan controvertido como la violencia, es un plus que tengas la opinión masculina. Aunque la verdad me crea confusión, confesó un amigo mientras me contaba su percepción sobre mis textos.

– ¿Qué es lo que te confunde?, pregunté sin lograr entenderlo.

“No me golpees”, es Violencia de Género… Ahhh pero también es: “pégame, dame más duro, nalguéame”, explicó sin temor a una respuesta reactiva de mi parte.

Tenía 21 años la primera vez que un hombre me agredió -él único que lo ha hecho, en realidad-, en la inmadurez de mi juventud no le di el peso correspondiente, caí en el piso, luego de muchos arrepentimientos y solicitudes de perdón, decidí creer que no era su culpa. Al final no hablábamos de cualquier persona, era al que yo había catalogado como “el amor de mi vida”, algo de verdad debía de haber en su discurso, ¿no? Nadie engaña a quien ama.

Cuando quise creer que la responsabilidad de los insultos, maltratos y vejaciones de mi ex hacia mí, era netamente de los padres, no imaginé que tendría un tema controvertido para desarrollar en un futuro. Sinceramente, ni en mis peores pesadillas pude imaginar que una joven soñadora e idealista como yo pudiese terminar enredada en una historia tan atroz que solo me mostró la peor versión de él… y la peor parte de mí.

Por mucho tiempo, cuando cerraba mis ojos, me podía ver  ahí, en aquel pequeño espacio entre nuestra cama y la pared, con mi cuerpo encogido en posición fetal, esquivando sus golpes, suplicando que se detuviera, rogándole a Dios que me diera fuerzas para resistir. No había sido la primera pelea ni los primeros golpes, pero fue el único día que sentí cómo me faltaba el aire, me ahogaba el miedo… creí que iba a morir.
Fueron 4 años en los que pude ver cómo el demonio se disfrazó de amor -de nuestro amor-, años en los que estuve a tres pasos de convertirme en el monstruo a quien tanto le temía y peor aún, años en los que casi me perdí. Porque sin duda, una de las peores cosas que te puede suceder es pasar de víctima a victimario.


Todo pasó muy rápido, típico de estas relaciones modernas en las que no vuelas porque no tienes alas. En su defensa -sí, años después sigo sin poder juzgarlo u odiarlo, solo creo que se merece lo que la vida le dé-, él me aseguró mirándome a los ojos que no conocía el amor y que por ende no podía dar aquello que desconocía. Yo sentí que era solo parte del libreto de alguna obra de Leonardo Padrón y le resté importancia a la situación… pero era verdad, los humanos solo damos lo que conocemos y es un error creer que todos saben de qué va esto del amor.

– ¡Ya va! Una cosa es el placer consensuado y otra diferente el maltrato físico -contesté  a mi amigo mientras mi cerebro racionalizaba las emociones que te hacen insultar a las personas- de verdad, no comprendo el comentario, reafirmé.

– Me vas a decir que a ti no te gusta que te azoten, respondió retando mi estado resiliente.

– Te equivocas, a mí me encanta el sexo salvaje, lo que no me gusta es que me caigan a coñazo mientras me miran a los ojos y luego me digan que me aman, aseguré luego de hacer conexión con mi estado zen de emergencia.

Perdí la cuenta de cuántas veces escuché que era culpa de sus papás, de sus traumas de infancia… y de mí, obviamente, era mi culpa por estar en el momento equivocado, diciendo cosas erradas y teniendo una personalidad “políticamente incorrecta”.

Sí, reconstruir mi autoestima me costó “Dios y su ayuda”, como dicen en mi pueblo, pero aquí estoy cuatro años después, permitiéndome disfrutar el  abanico de besos de medianoche que caminan por las calles de Santiago, de Buenos Aires, incluso de Madrid -sin sentirme una “mujer fácil”- queriendo ser parte de la vida de esta soñadora que tras ese matrimonio fallido, un divorcio, dos hijos, una migración necesaria, solo quiere vivir un día a la vez y escribir hasta que todas las mujeres del mundo sepan el poder que guardan en su interior.

Con los años, -luego de mucha terapia sin ver películas de princesas de Disney- desmitifiqué el sexo, entendí que no tenía que amar a nadie para dejarme llevar por el placer de mis carnes y aunque hoy sigo con mi vida sexual pausada, sé que es una decisión personal, que si me dan nalgadas, me halan el cabello o pido que sea “más duro” será solo porque tengo el poder para permitirlo, no porque algún pendejo se cree con la fuerza de usar mi cuerpo para alivianar sus aguas lácteas.

Ahora sí, mucho gusto, soy Eunice Medrano, una Mamá Sin Dramas que cuenta la historia de muchas mujeres a través de sus anécdotas. Gracias por unirte a este viaje en el que a veces lloramos, pero casi siempre terminamos riendo, de eso se trata el crecer. ¡Es un placer!


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