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Georgia O'Keeffe
Georgia O'Keeffe

Mrittika admirando a Georgia O’Keeffe

El encuentro con una gran artista, su vida y su arte, puede cambiar rumbos, inspirar aventuras, atizar fuegos vitales. Así le sucedió a Mrittika, mi amiga bengalí, al conocer a Georgia O’Keeffe.

Cuando nos encontramos en el vestíbulo del Brooklyn Museum, Mrittika me sonrió y me dio el abrazo de medio lado que siempre me da. Le pregunté cómo estaba y me respondió con una pregunta:

¿Alguna vez te has sentido estancado, como si lucharas y lucharas por avanzar y siempre terminás en lo mismo? Como yo, que me gradué hace años de la universidad y sigo en la biblioteca sola todos los días, estudiando para el mismo examen que no sé si voy a pasar.

Mrittika estaba estudiando para el examen de admisión a la escuela de medicina. Ingresar era su gran anhelo por su vocación personal de servicio y su interés por la ciencia. Significaba mucho también para sus padres, en parte por apoyar a su hija y en parte porque en su cultura se valora mucho la carrera médica.

Pero Mritti sentía mucha presión familiar y social. Aunque para estándares neoyorquinos era una mujer joven con muchas posibilidades vitales, en términos de la cultura tradicional bengalí ya era casadera y estaba perdiendo el tiempo al insistir en estudiar más. Ya tenía un título universitario. “¿Qué más quería sino un marido bengalí a quien cuidar?”, le decían todas las personas metiches de su comunidad, aunque no fueran ni siquiera sus familiares.

Con el boleto en mano, decidimos ingresar primero a la muestra Georgia O’Keeffe: Living Modern. El subtítulo hacía alusión al modernismo en artes plásticas del siglo XX. Jugaba con palabras para dar a entender que O’Keefe vivió como una esteta moderna y que además es una modernista que continúa vigente. Se exhibía arte de O’Keeffe en todos sus períodos biográficos al lado de retratos de la artista tomados por fotógrafos destacados através de los años de su larga carrera.

Cuando entramos a la exhibición, ambos sentimos que descubríamos un tesoro. Yo conocía apenas algunos paisajes de las montañas de Nuevo México pintados en óleo por O’Keeffe pero no conocía otros temas, técnicas ni períodos. Ni siquiera sabía que había iniciado su carrera aquí en Nueva York. En la muestra viví mi propia experiencia estética y espiritual, sobre todo al descubrir la influencia del arte minimalista japonés en su obra y en sus diseños de ropa, como un hermoso kimono blanco estampado de espirales negras.

Pero me interesó más observar y participar de la experiencia estética y feminista de Mritti. Ella buscaba encontrar su rumbo, su propia visión de vida, tras haber vivido además la disolución de varias relaciones de amor y amistad que habían sido pilares emocionales para ella durante sus años universitarios. Y la biografía de O’Keeffe la impactó.

Desde joven la chica granjera de Wisconsin se rebeló contra la situación de la mujer en su tiempo. Empezó a pintar y pronto se fue a Nueva York sola, dejando atrás la placidez campechana del Medio Oeste en los Estados Unidos. Se casó con un fotógrafo famoso, Alfred Stieglitz, pero nunca vivió a su sombra. Tuvo su propio estilo, siguió su propio camino. Fue musa incluso de los retratos fotográficos de Stieglitz a lo largo de su vida juntos, pero el estilo plástico, los diseños de ropa y el compromiso total con la belleza estética como valor central de su vida eran totalmente suyos, irrenunciables e inclaudicables.

Vivió con su marido por treinta años en Nueva York, pero poco a poco empezó a pasar sus veranos en Nuevo México hasta que Stieglitz falleció y ella se mudó definitivamente al valle del río Chama entre montañas desérticas de Nuevo México. Allí residió sola e independiente el resto de su larga vida. Incluso cuando su vista comenzó a debilitarse continuó pintando, recurriendo a la simplicidad de trazos del shodo, el arte de la caligrafía japonesa. A los noventa y siete años posó para el último retrato fotográfico profesional.

Conforme avanzábamos en las salas de la muestra y descubríamos arte, fotografía y biografía, Mritti se emocionaba más. Sonreía.

–She was so cool decía una y otra vez, y se mecía de un lado a otro o ensayaba el inicio de un brinquito, como una niña emocionada.

Sus interpretaciones de las obras y observaciones de las fotografías me parecían más aguzadas e interesantes que las mías. Yo andaba fascinado al observar a mi amiga sacar conclusiones sobre el carácter de O’Keeffe, sobre la calidad y características de su obra:

Mirá los ángulos y figuras geométricas que crean las sombras en este retrato.

Mritti se consideraba a sí misma una chiquilla de aldea, de un poblado cercano a Chittagong, Bangladés. Y lo era, pues honraba sus orígenes y amaba su tierra. Pero también tenía el impulso vital de una mujer independiente y cosmopolita.

El marido debe haberla respetado mucho. Ella sería un alma muy libre, ¿no? decía con admiración. ¿Cómo habrá hecho para vivir sola en aquel lugar de Nuevo México por tantos años?

Repetía ese tipo de comentario una y otra vez, como si estuviera procesando el espíritu de esa mujer ferozmente independiente en voz alta. Había descubierto un posible modelo para su vida.

Mritti perseveró en sus estudios solitarios en la Biblioteca Pública de Brooklyn. Hizo el examen de admisión y logró un excelente resultado. Hoy es estudiante de medicina en Harlem, un barrio donde los niños ricos de otros lugares tienen miedo de estudiar. Ella no tiene miedo. Quiere ser independiente, desarrollar sus talentos y servir a la gente que más la necesita.


Photo: Still from «Georgia O’Keeffe: Living Modern.» – Brooklyn Museum

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