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Gustavo Gac-Artigas

Milagro en Brooklyn

En la salida 34 de Brooklyn para tomar el Brooklyn-Queens Expressway vive un mendigo.

Tambaleante, se acerca a los autos con un cartelito en la mano: “God Bless You,” clama el cartel, “God Bless You,” claman sus ojos vidriosos vacíos de esperanza esperando unas monedas para poder comprar otra botella de alcohol barato.

Otras noches, las más frías, intenta, sin caerse, bajarse los pantalones para orinar apoyándose en el viento helado que azota la salida 34 y su cuerpo.

Poco a poco, bajo el puente de la salida 34, fue instalando su casa en New York City, primero un carrito de esos de ir de compras al supermercado, en él una bolsa de basura de plástico negro. Animalesca bolsa que crece en verano y se adelgaza en invierno a medida que el frío arrecia y el mendigo se pone una tras otra las capas de harapos para proteger su cuerpo.

Un día dejó de estar solo, junto a él apareció una mendiga que, coqueta, se balanceaba a su lado antes de comenzar a sortear la línea entre la vida y la muerte que los separaba de las ventanillas cerradas de los autos.

Una noche el amor se desvaneció y la mujer de largo abrigo negro, enormes zapatos de hombre, una deshilachada bufanda en el cuello desapareció en las noches de Brooklyn.

Mi mendigo, más tambaleante que nunca, la reemplazó por mobiliario: una silla desvencijada donde apoyaba su cuerpo para observar la fila interminable de luces de los autos que abandonan en punta de pie las calles de Brooklyn y sus carteles humanos en busca de la seguridad de una autopista de enormes y luminosos carteles de esos que agreden los ojos, pero que no se acercan a las ventanillas de los autos para interpelar al conductor.

Para las navidades del 2017, al llegar a la salida 34, se produjo un cambio en el departamento al aire libre de mi mendigo: una maleta roja se había sumado al mobiliario. Una maleta roja ocupaba el puesto de mi mendigo.

Me maldije por haber tomado la fila del medio y no poder observar a mis anchas, me maldije, por lo que, Navidad obliga, llevaba unos billetes en la mano para ofrendarle una anónima botella de licor barato para que baratas luces explotaran en su cerebro y en su delirio aparecieran los fantasmas que poblaron su vida.

Miré desesperadamente, rogando no cambiara la luz roja del semáforo para poder extender mi mano y sonreírle a mi mendigo cuando…

cuando en la ventanilla del conductor del auto a mi izquierda se reflejó un cartelito de cartón en el cual se leía “God Bless You” y un ajado y vacío vaso de cartón. Más allá yacía la maleta roja, la silla, pero ni señales de mi mendigo.

La luz cambió, aceleré para alejarme de la salida 34, al llegar a mi casa prendí la luz y descubrí que el lugar que ocupaba mi maleta roja estaba vacío. “God Bless You”, musité sentándome en mi desvencijada silla mientras, sonriendo, veía alejarse un auto con un conductor que sostenía en sus manos un puñado de billetes.

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