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arturo serna
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Mi viejo

Casi lo olvido: soy un amnésico que escribe sus memorias.
Guillermo Cabrera Infante

Una cara blanca, sin arrugas; una sonrisa amplia, sencilla, espontánea. Una plaza grande, larga, con muchos árboles en derredor, una bicicleta que gira en círculos en el cemento de la vereda. Alguien grita cerca de los árboles. Puede ser mi madre, antes de la partida.

Esta es la primera imagen de mi padre: solía contarme un cuento por la noche, un cuento corto, inventado por él. No tengo registro de cuándo inicia los cuentos. No tengo el instante preciso en que dejo de ver a mi madre. Para mí, siempre fue mi padre, mi viejo, el confesor, el compinche, el que escucha los conflictos, el que me compra los juguetes. Tengo un plano fuera de foco de mi madre. El rostro límpido y sonriente de mi viejo está en todo el encuadre. Es una foto estridente, clara, nítida. Pero no es nítida como la filosofía de Descartes. Es clara como la vida más feliz, ligada a la patria de la infancia, esas corridas en las veredas de la plaza en Moreno, cerca del monte, cuando había más monte y menos cemento.

¿Cuándo empezó a hablarme de los socialistas utópicos? Solo tengo conmigo la tarde en la que me llevó al centro, cerca de Corrientes y Callao, y me mostró los buses y los taxis y me habló de los trabajadores subidos en los edificios, y me dijo que si ellos se iban un día a una isla del Tigre, todos juntos, podían fundar un falansterio y abandonar para siempre la ciudad. Así, podrían crecer juntos, con sus hijos plenos, lejos del ruido, llenos de aire fresco y con la comunidad como centro del mundo. Después estudié la República de Platón y vi que mi viejo, que no había leído a Platón (o eso creo) estaba citando la vida utópica de Platón en un isla del tigre, un proyecto soñado por su generación, o por la generación inmediatamente posterior.

¿Dónde quedó la revolución? Todo se estropeó. El comunismo se perdió, por suerte. Y el capitalismo se comió a los socialistas como mi viejo. Los anarquistas están vivos en los homeless que vi en California y en los cínicos que luchan contra el sistema.

Desde que se fue es un fantasma vivo. Pero él no me abandonó: la muerte se lo llevó.

Al final, el viejo se parece a mi madre. A ella ya no la busco. En cambio, a mi viejo lo espero todos los días.


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