CARACAS: Ayer fuimos al cine, hace tiempo que no íbamos un domingo. La gente fluía como un río incontrolable sobre las taquillas para hacerse con una entrada de algunas de las pelis que estaban exhibiendo.
Nosotros previamente habíamos escogido “Quiero robarme a la novia”; (made of honor), que dicho sea de paso fue la última película en la que trabajó uno de mis directores favoritos: Sydney Pollak.
Mientras yo estaba en la fila para los ticket, ella gentilmente y sin yo decirle nada hizo lo propio pero en la cola de las golosinas. Es impresionante lo mucho que pueden conocerse dos personas, al punto de no necesitar hablarse para comunicarse. Creo que la muñeca y yo hemos aprendido a interpretar lo que dice una mirada, un gesto y hasta el silencio. La coincidencia se ha vuelto tan evidente que ambos nos dejamos llevar en todo momento. La otra noche comentábamos lo bien que nos sentíamos al estar juntos pues, hasta nuestra pieles son permeables al punto, de fundirse en una sola.
La escogencia de la película no pudo ser mejor: La trama de la cinta gira en torno a dos amigos que se conocen en la universidad: Ella una restauradora de obras de artes, inteligente, sincera y bella; Él, un hombre súper atractivo (en eso no nos parecemos jaja), del tipo que quiere a todas, pero sólo por una noche ambos se hacen amigos; todo ocurre cuando la primera es abordada por el segundo pero como decimos en Venezuela “lo rebota”, es decir, le pone los puntos sobre las íes. Al joven esto le agrada y ambos aprenden que el fundamento para una amistad sólida es la confianza.
En varios segmentos de película tanto mi muñeca como yo nos lanzamos miradas cómplices pues, nuestra relación comenzó hace algunos años con una amistad súper sincera entre ambos. Recuerdo que no me gustaba bajar al cafetín por el ruido y la algarabía, pero si ella, quien en ese momento era mi mejor amiga (y ahora lo es mucho más) me lo pedía bajaba de inmediato. Y en las fiestas de fin de año, cuando todos los viejos babosos o los jóvenes que soñaban en llevársela de la fiesta la sacaban a bailar, ella con su acostumbrada mordacidad los ponía en su lugar. Pero cuando yo se lo pedía, accedía a ser pisada por mis torpes pies, que dicho sea de paso no conocen la palabra ritmo.
Nos costó mucha sangre, mucho sudor y hasta algunas lagrimas darnos cuenta de lo mucho que nos adoramos, imagínense que en un momento de nuestra vida nos dejamos llevar por el miedo a la soledad y corrimos por sendas diferentes, disfrazadas de felicidad, que al final sólo nos sirvieron para darnos cuenta de la necesidad que tengo de ella y ella de mi. Pero no es una necesidad enfermiza, más bien por la fortuna de haber encontrado la pieza faltante del rompecabezas, ese engranaje que activa la máquina de la felicidad.
Puedo decirles que soy el hombre más afortunado del universo porque estoy enamorado de mi mejor amiga, una muñeca hermosa que sin duda le ha dado luz a mi vida.