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arturo serna
Photo Credits: aaron_anderer ©

Mi madre y el espiritismo

Hasta el día que mi madre se fue, lo único que hizo fue maltratarme. No era irascible pero me gritaba cada vez que volvía de noche, después de estar con mis amigos fumando o escuchando música en un bar de Moreno. No es que se fijara en mí. Yo le resultaba indiferente. Ella solo se descargaba por sus frustraciones, supongo.

Mi madre siempre estuvo enfrascada en sus relaciones laborales y en su carrera como maestra de una supuesta logia. Digo supuesta ya que después todo se volvió difuso y extraño. Es como si ese pasado se hubiera borrado o no hubiera existido nunca. La investigación que hice sobre el grupo no dio ningún resultado. Hablé con un hombre que la había tratado en esos años espurios y negó todo: dijo que él no había pertenecido a una logia y que esa era una actividad prohibida por el municipio, que él jamás habría hecho algo en contra de las leyes. Mi papá decía que mi madre era una gran lectora y que su inteligencia no habría estado en sintonía con los sátrapas irracionalistas. Creo que mi padre trataba de protegerla. A pesar de lo mal que terminaron, él intentaba mantener esa imagen de niña pulcra, solitaria, esa joven altiva, intelectual y generosa.

Una escena que me quedó de niño es la de una habitación cerrada. Habré tenido cinco o seis años. Aunque me habían pedido que no entre, abrí la puerta sigilosamente y entré. La habitación estaba a oscuras. Había un ruido extraño, agudo, detrás de las cosas, como una palpitación. Alcancé a distinguir una mesa y unas sillas colocadas en un orden determinado. Un hombre grueso, a quien no volví a ver, decía cada tanto unas palabras. Mi madre estaba de espaldas. Se agarraban de las manos. Estaban concentrados. De repente, el hombre grueso saltó y empezó a hablar. Puso las manos abiertas sobre la mesa y dijo un nombre. Después supe que era una sesión de espiritismo.

Quizás ahí nació mi aversión hacia todo lo místico. ¿Quién puede creer que si dos personas se tocan las manos producen la presencia de un espíritu? Mi madre no era una intelectual. Puede ser que haya leído muchos libros pero su percepción de las cosas y de las personas no hace pensar en alguien dedicado a las hipótesis racionales o a las explicaciones científicas. Ella no era una racionalista. Al fin y al cabo, esto es lo menos importante. Lo crucial fue el trato diario: estuvo guiado por la indiferencia, por el simple descuido. Si ella se hubiera fijado más en mí, quizás ahora seguiría buscándola. Pero ya lo hice y no quiero seguir haciéndolo. Cada vez que vuelve la imagen del cuarto cerrado y penumbroso y esa veta fanática y destructiva, me convenzo de que no la volveré a buscar. Ella me abandonó y yo debo hacer lo mismo.

¿Por qué mi padre negó siempre su participación en el grupo espiritista? Quizás ella se fue detrás del líder y ahora está viva, lejos, en algún pueblo de Italia o de Rumania con la idea fascista de mejorar el mundo a través de los espíritus del pasado. ¿Quién puede saberlo?

Nadie elige a sus padres. Nadie, que yo sepa, elige una madre dedicada a convocar los rancios espíritus del pasado.


Photo Credits: aaron_anderer ©

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