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Mi hermano Gengio

Soy un viejo decrépito. Duermo hasta mediodía, como cualquier cosa y por la tarde me siento en sofá a leer. Hace casi dos años entregué las traducciones de “Guerra y paz” y “Ana Karenina”, y desde entonces no he vuelto a trabajar. De cuando en cuando me visitan los dos amigos que me quedan. Llevo mal mi vejez.

Quien esto escribe es Gianlorenzo Pacini, mi otro hermano italiano, de quien hablé en una de mis anteriores notas.

“Gengio” es especialista en lengua y literatura rusa, fue profesor en las universidades de Arezzo y Roma, ha publicado libros y traducido a los clásicos rusos. Un tío suyo fue el famoso arquitecto Giovanni Michelucci, cuya obra más conocida es la iglesia de la Autostrada del Sole, y es primo del escritor español Rafael Sánchez Ferlosio, cuyo padre es uno de los protagonistas de “Soldados de Salamina”, la novela de Javier Cercas. La hermana de Fiorella Ferlosio, madre de Gianlorenzo, se casó en los años 30 con Rafael Sánchez Masa, destacado miembro de la Falange.

El disparador de lo anterior ocurrió mientras escuchaba anoche el concierto del Cuarteto Italiano, integrado por miembros de la orquesta de la Scala de Milán. Porque en Milán, donde yo había llegado con Gianlorenzo desde Moscú, donde él profundizaba sus conocimientos de la literatura rusa y yo había estado en el festival internacional de cine, nos juntábamos en los cafés de la Galería o junto a la Piccola Scala con amigos, uno de los cuales era precisamente violinista de la orquesta. Recuerdo, no sé por qué, que se hablaba de Thomas Mann y su novela “Mario y el mago” y del restaurante milanés de dos hermanas pantagruélicas que cocinaban a la vista de sus clientes.

Cuando hablé de mis recuerdos romanos, conté que había acompañado a mi “hermano” Giorgio a pedir la mano de Lilia. Con Gengio la cosa resultó más rocambolesca. Durante los meses que había pasado en Praga trabajando en la embajada de Italia conoció a Masha, una muchacha checa rubia, alta, bonita. Fueron novios y decidieron casarse. Y Gengio me pidió que fuera su padrino de bodas, en una ceremonia que tendría lugar en la capital de Checoslovaquia.

Metimos un par de bolsos en el Volkswagen, y partimos. Como nos alternábamos en el volante, hicimos el viaje de un solo tirón, parando solamente para comer y refrescarnos un poco. Fue particularmente escalofriante el paso del Bracco, en medio de la niebla y una lluvia torrencial. Atravesamos Austria y llegamos por fin a Praga. Masha vivía con sus padres y un hermano menor en una modesta casa de los alrededores de Praga.

Me quedó grabada la imagen del padre en el pequeño jardín, afilando con un aparatejo diseñado para tal fin una hoja de afeitar. Las gillettes eran caras y difíciles de conseguir. Y tampoco olvido que si bien todos los miembros de la familia eran anticomunistas, todos tenían el carnet del partido. Era la manera de garantizar trabajo y poder estudiar.

Antes de la boda en sí misma, Gianlorenzo me condujo en una suerte de peregrinación a la hermosa Praga, con paradas en la plaza del reloj y en el café que había frecuentado Kafka. Y llegó la hora de la ceremonia que fue sencillísima. Una vez terminada, regresamos a la casa y consumimos una sabrosa cena de platos típicos. Se abrieron algunas botellas de vino espumante, se escuchó algo de música. Bailaron los novios, bailé un vals con Masha. Y llegó la hora de irnos a dormir. Gengio y yo regresábamos a Roma a la mañana siguiente. Como dije, la casa era modesta y pequeña, no había una habitación de huéspedes ni cama extra. El colmo de los colmos de esta boda fue que el padrino del novio tuvo que compartir la cama con los recién casados, que afortunadamente era lo suficientemente amplia y la cubría un abrigado edredón de plumas. Pasamos la noche en calma.

Masha llegó a Roma poco tiempo después, a vivir con Gengio en el hermoso ático de Piazza Santa Caterina da Siena. Tuvieron tres hijos, pero la vida matrimonial se fue complicando con el tiempo, y terminaron  separados. Masha se juntó con un inglés y se dedica a la cría de mastines napolitanos en una ciudad de la Umbria. La relación de Gengio con sus hijos también fue tormentosa y es casi inexistente. Y mi hermano Gengio, que en mi época romana me llevaba a comer helado a Giolitti y visitar las joyas del barroco italiano, soporta mal la vejez.


Photo Credits: Ministerio de Cultura de la Nación Argentina

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