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willy wong
Photo by: Randy Yang ©

Mi dulce intensidad

Han pasado más de cuatro meses desde que mi libre albedrío se restringió a una movilización hogareñamente perimétrica. La privación de la libertad, el castigo más odiado para un ser vivo, como a la mayoría de humanos, me llegó por mandato legal y sanitario. Empecé a experimentar la abrumadora y agobiante situación que quizás transpiran los reos sin condena judicial. Qué impotencia ser parte de una reclusión masiva, pero necesaria, de inocentes pecadores. Qué desgarrador husmear por las ventas y frenar el deseo de darle rienda suelta al bien mayor, que se nos ha dotado natural y bíblicamente. ¿Cuándo culminará esta locura?, me pregunté tantas veces, especialmente durante los primeros y exhaustos treinta días. Añoraba la risotada de mis parientes, la admiración de los aprendices y los abrazos de mis fraternos. Mi naturaleza interdependiente, minuto a minuto, explotó silenciosamente para estrellarse contra los que parecían ser unos invencibles barrotes de cemento.

Sin embargo, al término de aquellas cuatro semanas, una especie de epifanía se posó en mi vista, en mis oídos, en mi aura. Como escarcha que brota de los alones de las hadas galas, reapareciste tú para debilitar la pesada cuarentena. Qué regalo del destino has sido, eres y seguirás siendo en esta incomprensible y peculiar historia. Enardeces mis mañanas al despertarme con originales composiciones bañadas de romance. Impulsas mis tardes con un te quiero fraterno, muchas veces invisible e insonoro. Y mis noches, ¡qué noches!, las transformas en un espacio de mantas voladoras que se apaciguan y me acurrucan al escuchar tu susurrante e hipnotizadora voz de guitarra melancólica. Oh, mi dulce intensidad nacida en julio, qué gratitud y amor exhala mi cuerpo espiritual y físico por ti. Llegaste nuevamente para alegrarme, y esta vez cuando mi desasosiego estaba a punto de cuajarse con el caos colectivo, cuando el bastón emocional se hacía tan necesario. Qué el cielo te cuide por siempre y, si lo permite con beneplácito, que atestigüe y bendiga nuestra exquisita correspondencia.


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