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Alvise Calderón Berra

México surrealista: Como convertir una Pick Up en narcotiendita

OAXACA: No hay duda que México viene de una tradición de plantas psicotrópicas que supera cualquier tipo de legislatura impuesta desde la formación de las naciones.

Llegar a San José del Pacifico, tierra gobernada por pinos altos y neblina estacionaria desde Oaxaca, resulta una prueba contra los mareos y los vómitos sorpresivos, producto de una carretera que no conoce líneas rectas. Subidos en una Pick Up viajamos en una carretera por la que pasan algunos coches rumbo a Mihuatlán, famosa por ser un mercado que tiene más de dos mil años de historia. De improviso, en la lateral de la carretera, aparecen tres camionetas oscuras estacionadas. A su lado se encuentran tres sujetos armados con los ojos cubiertos por lentes polarizados y ataviados con sacos negros y corbatas. Pasamos velozmente por la carretera, pues la tripulación que vio el mismo escenario, no parece mostrar sorpresa. México es el país del surrealismo, como lo definió André Bretón, excepto para sus habitantes. Dejamos atrás al escuadrón de la muerte y después de una hora de camino, la Pick Up se detiene para subir a un joven con su madre -el cuál como buen hijo- le cede el único lugar disponible que queda en esta pequeña embarcación. El joven, que por desdicha del destino no consiguió lugar para sentarse, se ve obligado a sostenerse con gran fuerza, movido como péndulo tras las embestidas y los contactos, no tan amorosos, entre las llantas y el asfalto. Aquí la lectura no es permisible, ante el peligro que podría representar para su vecino, como para el libro. Al voltear a ver a los tripulantes, el joven que se encuentra levantado, comienza a cerrar los ojos y a mover los pies como si se tratase de una danza macabra, distinta a la que uno realiza cuando las ganas de orinar obligan a un balanceo frenético. No han pasado dos segundos cuando de la boca de aquel joven emerge el vómito como un fluido a lo imponderable. La vecina, en este caso la víctima, tarda unas cuantas milésimas de segundo en percatarse de lo inevitable. El joven, que busca cubrirse la boca con la mano izquierda y pedir perdón con la derecha, es impedido por un torrente irrevocable de vómito que, por fortuna de la señora, siempre apunta a su camisa o al suelo del camión. El camino continúa, son ya las 8:00 de la noche y dos viejos hacen la parada en un pueblo de cantinas y servicios. Ambos ancianos portan sombreros, una camisa sucia y huaraches. Uno de ellos guarda una expresión de embriaguez. La Pick Up se ha vuelto un espacio gobernado por el silencio, excepto por las voces parlanchinas y borrachas de estos dos señores. Parece que estuviesen hablando y riendo en otra lengua, una lengua monosilábica. Como si las entonaciones; “si”, “ya”, “no”, habitasen significados ocultos y la amistad tan prolongada de estos dos viejos volviese al lenguaje algo poco útil. De lo contrario nadie entendería como un “si” pudiese causar tanta gracia. Al voltear accidentalmente sus cabezas blancas, se percatan de mi presencia, de un fuereño en el asiento de atrás. Comienzan entonces a hacerme plática, preguntas extraídas del manual básico innato para conocer a otra persona:  “¿de dónde vienes?”, “¿Hacia dónde te diriges?” Le respondo que voy a San José del Pacífico. Al decir eso preguntan si me gusta fumar marihuana. Que ellos tienen una muy buena. Qué también tienen opio. Me acuerdo entonces de la hipótesis del periodista e investigador Ricardo Raphael acerca de la producción del cultivo del maíz en bola, como llaman algunos campesinos del sur de México a la amapola. Cada año, como si fuese ritual, 100 mil jornaleros provenientes de los estados más pobres de México: Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Tabasco, Puebla e Hidalgo, viajan por un camino de 96 horas, arriba de un camión hasta llegar al granero de México, Sinaloa. Sólo hay pausas para inyectarle gasolina al camión. El destino de ellos es ser mano de obra barata para producir jitomate, maíz o trigo. “Se dice que recientemente algunos jornaleros de Guerrero han optado por no migrar más a Sinaloa. Durante sus viajes anteriores trajeron consigo la semilla roja de la flor de la amapola”. ¿Será que esto haya ocurrido de la misma manera con los oaxaquitas, como denominan los del norte de México, de forma despectiva a los oaxaqueños? La situación resulta insólita. Dos campesinos borrachos vendiendo marihuana, opio y hachís, sin resguardos ni cuidados de que algún vecino de viaje diga algo. La gente del camión parece no darle importancia, como si los tres estuviésemos hablando sobre la belleza del camino y las montañas de la sierra sur de Oaxaca. Los dos abuelitos quieren vender y saben que un turista de cabello largo y barba puede ser un cliente ávido de tales sustancias. El camino sigue y ofrecen darme precio para que continué mi viaje feliz y viajando. Son las 9:00 de la noche, después de insistirles en múltiples ocasiones que necesito primero un lugar donde alojarme y al olfatear mi falta de interés por los paraísos naturales, se rinden. Llegan así a su respectiva parada, una ranchería en medio de la nada, se bajan y nos despedimos. La señora sentada frente a mí no hace miramientos, se hace la desentendida. El camión se convirtió en narcotiendita, con la diferencia de que estos campesinos han encontrado la salida para no migrar al norte o a la otra vida. Al llegar a San José del Pacífico, la tierra se convierte en nubes. Los niños juegan fútbol en una cancha, que deja de existir al ojo humano. Son así jugadores que flotan en un mar de neblina. La pelota que no rueda sino flota y los futbolistas que parecen perseguir la nada, mezclan técnicas de intuición con ciencia jedi, aquí la pelota no se ve, sólo se siente. A ojos de cualquier extranjero resultaría imposible ubicar la llegada del rival, del atacante. Aquí los futbolistas han adquirido la habilidad de ver el más allá. En los muros de las canchas aparecen dibujos de condones con ojos y boca, promoviendo querer ser el intermediario entre el falo y la vagina. Siendo México el país que registra mayores tasas de embarazos en mujeres adolescentes dentro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). A unos cuantos metros de la cancha se encuentra la iglesia. Pareciese que los discursos de Karol Wojtyla, alias Juan Pablo II, gran promotor del sida en África y enemigo íntimo de los intermediarios entre la vagina y el pene, nunca hubiesen llegado a estos paraderos tan cercanos al cielo. ¿Será que sus discursos realmente nunca estuvieron cerca de éste? San José del Pacífico vive de la tala de bosques de pino, encino, madroño, entre otros. Pero también de un extenso turismo dedicado al consumo de hongos alucinógenos, amanitas o derrumbes. Los extranjeros deambulan por este pequeño pueblo con los ojos en órbitas desconocidas. El espacio fantasmagórico promueve el acto de la aparición y la desaparición de las personas en ese amasijo de neblina. La señora de las quesadillas, acostumbrada a este turismo delirante y alucinógeno, bromea a la hora de encerrar el queso entre la tortilla. “Qué le ofrecemos joven, tenemos de champiñón, amanita o derrumbe”. Después de decir eso se ríe y con ella gran parte del pequeño auditorio del restaurante. Los extranjeros que vienen de fuera de México no saben si es verdad o no lo que dice la señora, por eso se quedan meditando y dicen: “mejor de champiñón, señora”.

 

María Sabina tuvo la suerte de encontrarse con un gringo

Aunque Huautla de Jiménez se volvió famoso por ser la cuna de María Sabina, muchos de los shamanes de la región miran con celos a la persona que internacionalizó los hongos. Dicen que tuvo “la suerte de conocer a un gringo que la inmortalizó”. Pero “aquí todos en la región hacemos lo mismo desde nuestros ancestros”. Aquí hay servilleteros con el rostro de María Sabina, una tienda de artesanía donde se muestra la clásica foto en blanco y negro de Santa Sabina, fumando lo que parece un porro de marihuana y camisas donde aparece estampado el rostro de esta anciana mazateca. Aunque los shamanes se quejan de “la suerte que tuvo ella de encontrarse con un gringo”, sigue siendo un enorme anzuelo y una pieza invaluable de marketing para sus habitantes.

 

Las enfermedades del espanto

Cabe destacar que el animismo mesoamericano podría derivar de las formas fálicas del hongo o de lo abultado y esférico de los pechos. No hay duda que los hongos pluralizan e incluyen a ambos sexos. Los zapotecas catalogan las enfermedades psicológicas, como enfermedades del espanto. Jorge, zapoteco, 34 años, originario de Miahuatlán, Oaxaca, llegó un día con el médico acongojado y nervioso por el extraño mal que aquejaba a su hijo de 5 años. Su Ba’du, como le dicen a los niños en Zapoteco en la sierra sur de Oaxaca, presentaba una descripción de un mal que llegaba sólo de madrugada. Jorge se despertaba en la noche, producto del llanto y las vueltas que daba de un lado a otro su hijo sobre el petate. Alarmados, Jorge y su esposa fueron al médico. El médico escuchó tan singular historia y posteriormente agarró el fajo de hojas, donde acostumbran escribir los médicos las recetas a sus pacientes y estampan sus firmas, dándole seguridad y consuelo a los enfermos y quebrados. Después de una semana, el niño parecía no sentir consuelo con los medicamentos, las dolencias seguían y el llanto proseguía siempre nocturno. Así fue que Jorge decidió darle a su hijo de 5 años, los Bi’che’ca, los hermanitos, los hongos alucinógenos. Jorge fungió como guía del hijo, estos se adentraron a la maleza y tras un largo día de caminata y reflexividad volvieron al hogar. El niño se retiró a dormir y al día siguiente el ba’du se despertó, se acercó a sus padres y les dijo: «se dan cuenta que cuando llegamos aquí, a esta casa, nunca le agradecimos a la tierra. Simplemente llegamos, sin pedirle permiso a quienes ya estaban viviendo aquí». Después de eso, Jorge realizó una ofrenda, como muestra de agradecimiento a la tierra que lo había hospedado. Al día siguiente el hijo dormía profundamente.


Photo Credits: iulian circo

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