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arturo serna
Photo by: Jack Wallsten ©

Metafísica y geografía

En un artículo publicado por la revista Norte, la filósofa María Eugenia Valentié llama a Alberto Rougès el primer metafísico de Tucumán. Esta designación me llevó a pensar en qué lugar tiene un filósofo en un rincón periférico. Mejor formulada, la pregunta es esta: ¿qué función tiene la metafísica en una provincia, en un espacio marginal para la filosofía occidental?

A lo largo de la historia del pensamiento, la búsqueda de los primeros principios estuvo relacionada con las capitales del mundo, con la polis. Basta leer la historia de la filosofía de Bertrand Russell o cualquier manual a mano para comprobar lo que digo. Atenas, Roma, las ciudades importantes durante el Renacimiento, Londres en el periodo barroco, Paris en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX y las ciudades en EEUU. La metafísica –esa hija mayor de la disciplina– forma una cadena hecha de ciudades centrales. Entonces, vuelvo a la pregunta inicial: ¿qué significado tiene un metafísico en una provincia como Tucumán? ¿Significa que se puede pensar cuestiones universales en una provincia? Claramente, la metafísica le da un plus a la provincia, la deslocaliza, la hace saltar de rango. Siguiendo el artículo de Valentié, el filósofo Alberto Rougès fue el primero en pensar con voz propia los problemas universales de la filosofía desde la pequeña Tucumán. Rougès postuló que la realidad tiene una jerarquía de seres. Ese orden invisible depende del nítido modelo de la eternidad.

Cuando el pensamiento es verdadero va más allá de la limitación local o del lugar de origen. Valentié consigna en su artículo la visita a Tucumán del filósofo español Ortega y Gasset. La autora cuenta que Alberto Rougès (el primer metafísico de Tucumán) exalta a Ortega, lo elogia, y manifiesta una alegría por tener al insigne Ortega en su ciudad.

En el marco de lo que estoy pensando, la visita de Ortega y el diálogo con Rougés en Tucumán es un indicio de un cambio en la historia de la filosofía argentina. No solo muestra que Tucumán fue un centro intelectual en la primera mitad del siglo XX sino que ensalza el dialogo entre Ortega y Rougès y da brillo a Rougès como adelantado metafísico de un suburbio. Ese título es una señal de que la filosofía dignifica. Lejos de los eslóganes de un tirano como Juan Domingo Perón, no es la política la que dignifica sino la filosofía. La metafísica le da un estatus que antes de ella no tenía. Rougès, ese joven tímido y aspirante (así dicen que fue en la privacidad) le da a Tucumán una jerarquía.

Puedo imaginar el diálogo entre Ortega y Rougès en la vereda de lo que hoy es el Centro Cultural Rougès. Los dos caminan bajo los lapachos y hablan del ser y de la eternidad. Las veredas y los árboles se reconfiguran por la conversación distraída.

En 1916, en Tucumán, los tucumanos –y los argentinos– asisten a un hecho histórico. Un filósofo provinciano, un señor de la aristocracia, dialoga con uno de los filósofos más importantes de la lengua española. Ese intercambio circunstancial marca el inicio de una tradición. Y muestra que la provincia puede adquirir un nuevo rostro, una dignidad que antes no tenía, debido al auspicio de la metafísica.


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