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Mercedes Roffé
Conferencia Global de Investigadores sobre Temas del Mundo Hispano

Mercedes Roffé: que las palabras hagan su obra

POÉTICA

“entretanto
dejar que las palabras
hagan su obra”
Mercedes Roffé, Diario ínfimo, 2016

Como participante en la 3ª Conferencia Global de Investigadores sobre Temas del Mundo Hispano, además de en calidad de poeta, escritora y académica, me llena de alegría que se rinda homenaje a Mercedes Roffé. Se trata de una figura cimera en el ámbito de la poesía que también ha destacado por sus traducciones, ensayos, entrevistas y fotografías, así como por su labor editorial y por sus ciclos literarios. Este caudal de sabiduría, duende y creatividad no sólo se respira entre las páginas de su obra prodigiosa, sino que también se ha transmitido en las aulas de la New School for Social Research, la Universidad de Nueva York, o Vassar College.

Sus versos son cautivadores. Cabe subrayar, siguiendo a Fabián O. Iriarte, el juego intertextual; la atención a ciertas constantes de la poesía oral —desde los romances viejos hasta la poesía indígena norteamericana—; el lugar central de la música y el ritmo en el poema; un especial manejo de la ironía; la intermitente atracción por el mito del poeta decadente; y una declarada adhesión a la estética simbolista. Así, Mercedes se graduó en música y toca el piano, por lo que es posible apreciar el tono, la armonía y la estructura musical en sus creaciones.

En su etapa más reciente, aflora este carácter versátil y polifacético, al amalgamar con genialidad sus fotografías y poemas, confirmando cómo las distintas artes conviven y se nutren mutuamente produciendo, si cabe, un resultado de mayor belleza.

En suma, Mercedes Roffé ha dedicado su trayectoria vital a crear, inventar y a dar a conocer su poesía, pero también la de otros poetas insignes que la han precedido en el tiempo, así como la de la generación de poetas emergentes, cuya voz fresca, vital y ardiente merece ser escuchada. En sus propias palabras, esta ilustre autora ha pretendido sacar a la luz una “nueva concepción de la poesía, en el sentido de que contribuye a una comprensión única de lo que la poesía puede llegar a ser”. ¡Enhorabuena por este reconocimiento! Confiamos en que “las palabras hagan su obra” y la poesía y los poetas, al igual que otros agentes sociales, podamos llevar a cabo una acción transformadora: la acción poética. 

Les dejo, por último, con una entrevista a Mercedes Roffé, una de las voces de la poesía argentina actual de mayor reconocimiento internacional, a quien se rinde homenaje en la Conferencia. La entrevista la realiza una de las organizadoras del evento, la profesora Inés Mónica Archer.

 

Mercedes, ¿cómo dirías que aparecen las ciudades en tu obra poética?  

Creo recordar que no aparecen mucho. Lo que es raro, siendo yo tan urbana. O tal vez, precisamente por eso. Las ciudades aparecen más bien mediatizadas por experiencias que las suponen, pero que no las describen ni las representan. También creo que en mis poemas son muy pocos los elementos que implicarían alguna forma de presencia de la naturaleza o el campo. Y cuando aparecen creo que lo que se destaca es más el componente simbólico o connotativo de cada elemento, que su correlativo real. Algo tal vez equivalente a las plazas y las calles y los cielos de De Chirico, ¿no? No apuntan a ninguna realidad inmediata.

Esa reticencia a aludir a la ciudad, tal vez, ahora que traes el tema, sea resultado de una reacción muy ligada al momento en que empecé a escribir, en el Buenos Aires de principios de los ‘70. Aun si mis primeros poemas pudieron haber incluido algunas referencias a elementos urbanos, pronto me di cuenta de que esas marcas eran características de una estética que no me interesaba adoptar. Una estética que en ese momento se asociaba a los poetas del ‘60, especialmente si de ese grupo se excluía, precisamente, algunas de sus más grandes voces, como lo fueron Pizarnik o Miguel Ángel Bustos. El café, el cigarrillo, la calle… eran elementos recurrentes en la obra de muchos poetas de esa generación anterior a la nuestra y de la poesía y la canción popular, algunas de un altísimo nivel lírico, sin duda, como las letras de César Fernández Moreno, Horacio Ferrer o José Tcherkaski.

Pero claro, como siempre digo sobre ciertos legados familiares, de entonces a todo lo que siguió después, bien habría tenido tiempo y ocasiones de reconsiderar esa estética, o las asociaciones y supuestos de esa corriente, que tanto lugar adquirirían en los 80 en otros países hispanoamericanos. Muchos de nosotros, en cambio, en Buenos Aires —aun con grandes diferencias de registros entre unos y otros— nos mantuvimos bastante alejados de ese tono, por lo general nostálgico y claramente urbano que había sido frecuente en la generación inmediatamente anterior a la nuestra.

 

Y en tu obra visual, ¿qué dirías que capturas de algunas de las ciudades donde has vivido o que has visitado?  

Allí también creo que podría diferenciar bastante entre mis fotografías y mi trabajo con tintas o pastel.

Mis dibujos son por lo general gestuales y monocromáticos en los que combino tintas, acrílico, pastel, paint stick y otros materiales en distintas calidades de negro.  

Otro sector significativo de mis dibujos, donde puede entrar el color, o no, alude siquiera muy ligeramente a la tradición de la escritura asémica. Pensá que en Argentina tuvimos muy tempranamente dos genios en este campo: Mirtha Dermisache (1940-2012) y León Ferrari (1920-2013). Aunque en verdad mi primera experiencia con la escritura asémica no fue con la obra de ellos, sino el encuentro, en Madrid, cuando era muy joven, con Roberto Elía, un pintor argentino más o menos de mi edad con el que nos hicimos amigos, que en ese momento estaba haciendo unas obras en papel, como grafías quemadas. Tiempo después, en una muestra en Buenos Aires, Roberto montó cada obra entre dos cristales, de modo que se apreciara de ambos lados la huella gráfica del fuego. Una muestra que siempre recuerdo.

En esta trayectoria no tengo idea de cuándo se produjo el primer encuentro con las tintas de Michaux. Como escritor recuerdo haberlo leído en los años ‘70. Pero no estoy segura de haber conocido tan temprano también su magnífica obra visual, de la que no creo que nadie salga ileso. Seguramente ya había tenido antes algún contacto con ellas, pero no puedo dejar de recordar especialmente la pequeña muestra de sus obras en el Drawing Center y la bellísima publicación con que se celebró la muestra, Alphabets, a la que cada tanto vuelvo.

Luego, claro, las exposiciones permanentes de arte chino en el Met, donde poesía y caligrafía van tan unidas, fueron otro momento clave de esta trayectoria por la escritura como arte visual. Hasta que —no sé si te acuerdas— en el 2013 se presentó esa magnífica muestra de tintas, Ink Art, en las salas de Asia del Met, en la que la mayoría de esas escrituras eran ficticias. Un verdadero hito en la historia de la verosimilitud. Entre ellas, la inolvidable sala totalmente recorrida de un extremo a otro por scrolls minuciosamente caligrafiados en los que ni un solo grafo portaba significado alguno—excepto, claro, el de su pura belleza.

Así que para decirte cómo entra la ciudad en mis dibujos, tendré que concluir que entra por sus museos, por sus galerías, por la oportunidad de acceder a mundos que de otra manera me habría sido muy difícil descubrir. Eso sí tengo claro: especialmente desde mi re-instalación en Manhattan en el ‘95, la ciudad se inscribe en mis dibujos y en mi vida especialmente a través de los y las artistas a cuyas obras me acerca. 

 

¿Cómo piensas que el paso por distintas ciudades marcó tu fotografía? ¿Fue diferente a la relación que nos dices que instituciones como museos y galerías tuvieron sobre tus dibujos? 

Completamente. No que no haya aprendido enormemente también a través de muestras en lo que respecta al arte y la historia de la fotografía. Lo distinto es la manera en la que la ciudad misma fue proponiéndome distintos trabajos y series que luego llegaron a constituir proyectos fotográficos.

El primero de ellos fue la serie The Blue Line / La línea azul, que luego fue materia de una primera muestra, en el Cento de Arte Moderno de Madrid, en 2012, y la publicación, en ocasión de esa muestra, del libro de artista del mismo título, publicado por Del Centro Editores —una bellísima edición de 100 ejemplares. Ese proyecto surgió a partir de las marcas trazadas por los trabajadores en el piso de las calles del Upper East Side de Manhattan, por donde yo vivía entonces, para indicarse unos a otros dónde era prudente taladrar sin toparse con un caño de gas o de agua, al comenzar la extensión de la línea de subte de la Seguna Avenida, un proyecto que llevaba décadas siendo postergado.

Aun cuando yo ya había trabajado anteriormente en otras series de fotos igualmente sugeridas por la ciudad, ese proyecto tuvo el carácter de una iniciación que no dejaría de trazar cierto rumbo —cierta estética, digamos— que de algún modo se continuaría, con cambios, en proyectos ulteriores. Por ejemplo, la serie inspirada por los graffitis que durante años invadieron algunos barrios no privilegiados de Madrid y Barcelona. Esas grafías fueron la materia de lo que luego sería el fotolibro The Eye You See, título que proviene de un poema de Antonio Machado. De ese fotolibro derivó, en 2019, la publicación, en Argentina, de Otras lenguas, un libro con fotografías mías y poemas de Inés Aráoz.

Lo interesante es ver también cómo la fotografía permite retrabajar en algún momento tomas hechas años antes, cuando ni se pensaba en la estética que terminaría unificando cierta selección. Pienso, por ejemplo, en ciertas fotografías del Central Park, que pasaron a reelaborarse y a formar parte de la serie Homenaje a Neverson, solo porque en algún momento, al manipular esas fotos, di en encontrar un tono de negro semimate que me hizo pensar en las obras de esa gran escultora. O en otras fotos tomadas en distintas ciudades que, en el proyecto en el que trabajo ahora, han pasado a integrarse a una serie inspirada en las tintas de Víctor Hugo.

Lo que suelo notar en estas reelaboraciones es que por lo general cada serie cobra sentido a partir del momento en que es sometida a algún tipo de mediación o tamiz que por lo general la asocia a alguna etapa muy reconocible de la historia del arte. Ya mencioné el homenaje a Nevelson y la serie a partir de las tintas de Victor Hugo, pero lo mismo se han relacionado, años atrás, algunas de las fotos de The Blue Line con ciertos cuadros informalistas, o casi todas las fotos de Otras lenguas con obras del expresionismo abstracto.  

 

¿Qué recuerdos y experiencias convoca París? ¿Qué otras ciudades dirías que atraviesan tu obra? 

No he estado tanto tiempo ni tantas veces en Francia como me habría gustado. Justamente, tenía planes de participar este junio en el Marché de la Poésie de la Place Saint-Sulpice, reencontrarme con amigos y con mis editores de Quebec y París, y recorrer otra vez la ciudad. Pero bueno, ya se hará en otro momento.

Las experiencias más hermosas que le debo a París se relacionan con dos grandes poetas y dos colecciones de arte. La primera: recorrer la ciudad con Luisa Futoransky, gracias a una beca Guggenheim que me permitió pasar varios días en la ciudad y, especialmente, en el Musée d’Orsay. Yo estaba trabajando en el proyecto que había presentado a la beca, y que resultaría en mi libro La ópera fantasma. En ese momento, el contacto directo con los simbolistas fue absolutamente clave. También descubrir allí la obra de Francois-Auguste Ravier, uno de los primeros pintores que trabajaron a partir de los experimentos del entonces nuevo arte de la fotografía.

La otra memoria clave fue un día compartido con la poeta Elsa Cross, con quien acabábamos de coincidir en un encuentro en Lieja. Elsa ya estaba viviendo en México, pero había vivido muchos años en París y recorrer la ciudad con ella fue inolvidable —además de conversar y escucharla hablar, que es como sumergirse en un mar de serenidad y sabiduría. Con Elsa visitamos la casa-museo de Gustave Moreau, otro artista fundamental para mí en esa época.

Como ves, las experiencias de algunas ciudades se han hecho presentes en mi trabajo de distintas maneras, aun cuando rara vez las mencione. De algunas, son sus mismas calles y paredes las que resurgen en mis fotografías —aun si a veces enormemente transformadas. Otras se han hecho más lugar en mis poemas, no porque hablen directamente de ellas, sino por la manera en que algunas obras o corrientes estéticas, de las que me permitieron tener una vivencia directa, permearon mi escritura.

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