Hace algunos días atrás decidí reorganizar mi apartamento, una manera de desempolvar recuerdos.Me encontré con mi niñez entre cajones colmados de fotografías hechas en lugares que había olvidado, me encontré con algunos aparatos electrónicos que había utilizado en mi infancia y que había guardado porque la antigüedad me parece guapa, porque no somos hoy si no tenemos una historia en el ayer. Me encontré con regalos que me hicieron aquellos que ya no están en mi vida porque todos somos vaivenes, transitorios en una estancia, efímeros en todos lados. Me tropecé con cartas del pasado, escritos que derraman el querer inocente, sin reproches, sin culpas ni arrepentimientos. También me crucé con cosas que tal vez no quería recordar, pero que de alguna u otra manera dejaron huella en mí. Los recuerdos son ese ático que uno cierra con llave pensando que nunca más volverá a entrar y de repente, una noche cualquiera, una tarde de un sábado o un domingo lluvioso, decide buscar la llave y abrirlo porque a veces, solo a veces necesitamos recordar todo aquello que nos sucedió.
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