CARACAS: Anna Valvin vino de puntillas a mostrarme su tesoro esta mañana; casi con timidez, pero con mucha alegría y un brillo orgulloso en sus bellos ojos azules. Lo tenía en las manos, entusiasta y emocionada. Es un librito pequeño y discreto como ella, pero vale mucho. Es el producto, sabroso y tenaz, de tantas horas de cuidadoso trabajo – inclusive “interior”- en que los recuerdos y los sabores de su infancia se han divinamente revuelto y mezclado, tomando forma, trayendo a la memoria de las imágenes concretas – pero sobretodo de los olores y los sabores – mucha infancia, mucha vida.
Hay gustos e ingredientes, aromas y gestos grabados irreversiblemente dentro de nosotros, que agudizan y alborotan nuestro sentido de pertenencia y reafirman nuestra identidad, a veces un tanto desdibujada en ese infinito ir y venir bajo cielos diferentes en que se nos ha convertido la vida a nosotros, ciudadanos del mundo, con el corazón eternamente repartido entre múltiples afectos y los recuerdos apretujados en el espacio mínimo de una maleta…
Anna se ha dado a la tarea hermosa y puntual de reunir recetas sencillas y caseras, con los sabores inconfundibles de la espectacular tierra del Cilento, en el sur de Italia, de donde es originaria su familia y con pocas pinceladas acertadas nos lleva a revivir junto con ella los desayunos familiares, las ruidosas cenas navideñas, las ricas meriendas con sus padres, hermanos, primos y hasta vecinos de la cuadra.
La evocación de esos sabores, de esos platos sencillos pero exquisitos no sólo nos hace agua la boca (¿cómo no adorar unos fusilli con ragú, un calzone relleno de scarola, los maravillosos dulces de la Pasqua o una simple rueda de pan casero bañada en aceite de oliva?), sino que despierta en nuestro corazón la memoria nítida de unos fogones generosos y cálidos, siempre encendidos, de unas manos maternas (y, en este caso, paternas también…) afanadas en la preparación amorosa – nunca aburrida – de la comida, de esos “secretos” de su nonna Giovanna que no son otros sino la sencillez y genuinidad de los ingredientes, la paciencia y el profundo amor a la cocina, nutrimento para el cuerpo y alegría para el espíritu.
Cada receta es acompañada por una breve “historia”, un lindo recuerdo, una pequeña anécdota familiar y es evidente como Anna se haya aferrado a ellos con el deseo prepotente de dialogar con sus seres queridos, de acercarlos, de volver a abrazarlos, de rendirles de alguna forma un tributo, de conectarse íntimamente con sus orígenes, manteniendo vivas unas tradiciones y costumbres que le hacen revivir “el hogar”, “su” hogar, no importa en qué lugar del mundo se encuentre ni cuán lejos esté de casa… Hay sabores y olores que nos transportan mágicamente, que nos desnudan el alma y nos visten la cara con una sonrisa imborrable de felicidad.
En ciertas circunstancias de la vida en que los bordes de nuestra identidad tienden a desdibujarse, a difuminarse imperceptiblemente bajo la presión de infinitas influencias externas, en esos momentos en que la prisa y los afanes cotidianos parecieran hacernos especialmente difícil entender a fondo o recordar quienes somos y de dónde venimos, la cocina hogareña surge de lo más profundo de nuestra esencia para sacudirnos las raíces y amarrarnos a lo más auténtico de nuestro ser.
Eso es lo que se aprecia en el “Elíxir de larga vida”, en este lindo recorrido de Anna entre colores, texturas, aromas y mal disimuladas nostalgias de viejas tradiciones familiares, con su mirada vuelta hacia atrás, hacia el tiempo y las personas que se fueron pero que aún siguen con nosotros, en el calor reconfortante y delicioso de la cocina de casa.
Photo Credits: Emigdio Hernández