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daniel campos
Photo Credits: David Pirmann ©

Memoria ancestral y baile con banda en Cholula

Cholula, Puebla, es antiquísima. Fue hogar de culturas prehispánicas por miles de años, hasta que los españoles liderados por Hernán Cortés, aliados con tlaxcaltecos, masacraron a la población cholulteca. Querían amedrentar a los mexicas de Moctezuma en su guerra de conquista. Destruyeron la ciudad prehispánica.

Hoy queda la pirámide de Cholula, retomada por la naturaleza, cubierta por tierra y flora. Parece un cerro y no una pirámide. Su base es la de mayor perímetro y área en México. En su cúspide se erigió el Santuario de Nuestra Señora de los Remedios.

Ingresé al túnel en la base de la pirámide. Es estrecho y bajo, con largos pasillos y abruptos recodos en ángulo recto. Sentí el frío húmedo en los huesos y las vías respiratorias. Me dio la sensación de ambular por las entrañas de un lugar sagrado. ¿Y si fuera un laberinto? Quizá no saldría nunca y me quedaría atrapado entre memorias ancestrales.

Pero salí del túnel y bajo el sol brillante y fuerte caminé por el sitio arqueológico que rodea a la pirámide. En el patio de los altares hay una acústica especial que amplifica y agudiza el sonido. Frente a una estela de piedra labrada, rodeado de escalinatas, aplaudí en media explanada. Mis aplausos hicieron un eco agudo. Aplaudí en clave salsera, tres-dos. Fue un aplauso a la Vida y el gozo y el sabor.

Subí al Santuario y saludé también a la Virgen. Mi abuela Dora le era devota, como tantas abuelas latinoamericanas. Fue mi manera de honrarlas. Desde el patio del Santuario contemplé a los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl al oeste, el primero con cumbre nevada y el segundo perfectamente cónico. Luego saludé al volcán La Malinche al noreste. ¡Qué belleza contemplar todo el valle de Puebla rodeado de colosos!

Del Santuario bajé al pueblo San Pedro Cholula, donde la cultura cholulteca ha continuado su evolución sincretista. Recorrí sus calles empedradas de casitas coloniales de fachadas coloridas, de amarillos, azules, lilas y magentas. En el Zócalo me senté a descansar frente al quiosco, bajo la sombra de un gran árbol de flores púrpura que no supe identificar. Me entusiasma esa extrañeza de encontrarme ante lo desconocido. Luego almorcé en los Portales de Guerrero: mixiote de mariscos frescos con cerveza rubia de Sinaloa. Delicia.

Pero faltaba lo mejor. Caminé hasta el mercado del pueblo y en los portales me encontré una fiesta con música de banda. La Explosiva Banda Potrero de Oaxaca animaba la fiesta con percusión, viento, ritmo y alegría. Los músicos vestían una chaqueta satinada blanca con el nombre y el logo de la banda bordados en la espalda, camisa blanca abotonada hasta el cuello, pantalones negros y botas de cuero. ¡En ese calor de media tarde! Con clarinetes, trombones, trompetas, cornos, tuba, redoblantes, bombos y platillos tocaban corridos, quebraditas y otros ritmos.

En una larga mesa, personas ancianas, adultas y algunas jóvenes compartían comida y bebida. Los niños andaban en sus propios asuntos. Los chavos vestían camisas blancas y pantalones negros y las chamaquitas, vestiditos blancos con abalorios, bordados y vuelos. Aún así, jugaban, bailaban y se revolcaban juntos por el piso. La gente más bailarina no se quedaba sentada, sino que improvisaba una pista de baile al lado de la mesa.

Me acerqué a un señor de frondosa cabellera negra y piel morena curtida por el sol y arada por el tiempo. Vestía anteojos oscuros, camisa azul de manga larga, pantalones de mezclilla y botas. Le pregunté por el motivo de la fiesta. Primero me sirvió agua de jamaica y un taquito al pastor en tortilla fresca de maíz. Luego me respondió.

La fiesta de los comerciantes del mercado le agradecía a la Virgen de Guadalupe su protección para el mercado y le pedía bendición para el futuro.

—En Puebla el comercio es sagrado— me explicó Noé, dueño también de un puesto en el mercado. —Por eso todos los meses le hacemos un agradecimiento a la Virgen. Este mes buscamos un padrino que contratara la banda e hicimos esta fiesta. Acércate a comer más y bailar, es para todos.

Purísima vida esa fiesta. Me apunté y allí pasé el resto de aquel jueves por la tarde, bailando con señoras, chicas y chamaquitas. Experimenté la alegre devoción cholulteca. Continúa viva, más allá de la memoria ancestral.


Photo Credits: David Pirmann ©

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