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Jonhen J. Rivas R.

»Memento Mori»… estas palabras resuenan incluso en los oídos de los Dioses

Ya casi no quedaban deidades para asistir a los funerales…ahora solo visitaban las tumbas polvorientas aquellos lo suficientemente fuertes como para realizar el viaje hasta el cementerio o lo suficientemente nostálgicos como para pagar respetos a los Dioses caídos…Bast había asistido a más funerales y había visitado más tumbas que lo que la mayoría de los Dioses podría soportar.

»Tener un pie en la tumba» había dejado de ser una expresión y se había convertido en una cruda realidad de vida para Bast, el proceso de muerte de un Dios es lento y penoso, una ruina que refleja el estado de devoción al que se expone, si los mortales dejan de venerar, el Dios deja de vivir…Bast había durado más que la mayoría, pero no duraría para siempre, su proceso de desvanecimiento había empezado en su pata izquierda, pero aun conservaba poder, »mientras haya gatos, siempre habrá quien los respete» pensaba amargamente mientras entraba al cementerio, aunque ya notaba que su divinidad menguaba, la Diosa Gata había perdido el brillo en su pelaje, el filo de sus garras, la cadencia de su danza y su renombre entre los mortales…pero si había algo que mantenía era su andar seguro y felino, y la chispa en sus ojos, que no delataban nada pero percibían todo.

Asistir al cementerio se había convertido en una actividad regular para Bast, ya no se asociaba con las deidades solares, así que poco le importaba caminar entre las sombras, y, sintiendo las manos de la muerte reptando sobre su piel con cada paso que daba, se habituaba poco a poco al lugar en el que descansarían sus restos en algún momento, después de todo…las eras son solo simples instantes en la vida de los Dioses, y Bast había hecho las paces con su existencia hacía mucho, el mundo cambia, pero los Dioses permanecen. »Graso error, nuestra constancia en el tiempo es lo que eventualmente nos deteriora» pensaba, con amarga ironía al pasar frente a la tumba de Ra, pues si bien el sol seguía brillando sobre el mundo de los hombres, ya ninguno buscaba su protección ni se regocijaba en su brillo, en sus andares, Bast se contoneaba melancólicamente entre las tumbas de Hera, pues el matrimonio y la fidelidad ya no eran nociones sagradas para las mujeres mortales, siguiendo el sendero del valle de sombras, se encontraban las tumbas de Artemisa, Hathor, Hestia, Besta…ya todo carecía de valor divino en sus reinos y la muerte vino por ellas cuando se dejo de venerar la cacería, el hogar y los partos se volvieron fáciles e incluso poco deseados…parecía, según la noción de Bast, que al hombre le importaban cada vez menos las cosas esenciales de la vida y veneraba cada vez más las cosas que lo llevaban a su muerte…»ah» pensó ella, »La Muerte…ella es la Diosa absoluta, se ha adaptado a todos los panteones, ha adoptado toda las formas y si bien no ha sido fervorosamente venerada…toca con su sombría mano el corazón de todo lo que vive, pues todo lo que exhala aliento de vida siente su beso y piensa en su faz»…y cierto era, pues, aun sin templo, el Cementerio era su dominio, y Bast podía sentirla, si bien no verla, dado que ese honor es guardado solo para aquellos que la muerte toca…y aun no era el turno de Bast.

Los pasos se extendían, el camino sinuoso se alargaba, la noche eterna del cementerio perdía cada vez más estrellas en su firmamento color sable, las cuales se apagaban al morir un Dios, siendo este el único rito funerario que brindaba la muerte…y hablando de ritos funerarios, Anubis, Isis, Sekhmet, Seker, Nephtys…todos muertos. El panteón Egipcio se había llenado increíblemente rápido, comenzando por las deidades de los ritos funerarios y asociados a la magia más primordial, quizás La Muerte monopolizaba su propio territorio ahora, quizás los mortales habían dejado de creer en la preservación del alma y en la importancia de dejar el cuerpo y permitirle al espíritu ir al más allá….o simplemente creían en esas mismas cosas, pero bajo una forma diferente…la forma del Dios de los Hombres.

Había entre las Deidades sobrevivientes un alto número de quienes maldecían y resentían a los Dioses nuevos, en especial al Cordero, el León Humano, el Dios de los Hombres, El Triunvirato Unificado, este y muchos nombres exaltaban a aquella Deidad que otros culpaban de la muerte de un sinfín de otros Dioses, pero no Bast….con silenciosa resignación ya ni pensaba en aquel Dios de forma humana, que simple y llanamente regía cada aspecto de la vida de los mortales, el cual solo requería de la aceptación de cada hombre en su vida y no de su veneración recurrente para subsistir…para ella era simplemente parte de la evolución divina, para otros era un fraude, una mera unión de lo que otras deidades poseían individualmente…para La Muerte, no era más que otro regalo de la vida, al cual simplemente tendría que esperar para recibir.

Continuando por su senda, y desviándose del caótico panteón Hindú, el cual siempre bullía de actividad, en el cual sus deidades nunca morían completamente o simplemente retornaban como otros aspectos de si mismos, causando una multiplicación constante de dioses…»simplemente demencial» pensaba Bast, sin molestarse en pasar por los linderos del panteón, continuando hasta el panteón nórdico, sintiendo la nieve bajo sus patas, un escalofrío recorrió su larga y sinuosa cola al pasar por las tumbas invernales de aquellos dioses que se veían tan duros y que cayeron tan frágilmente bajo el peso del tiempo, Skadi ya no era venerada, el invierno se había convertido en una trivialidad para los mortales, Niord, así como Poseidon, Tetis, Ceto y las Oceánides, habían muerto cuando el Hombre aprendió a navegar sin necesidad de consagrarse al mar, los elementos de la naturaleza habían sido subyugados bajo la fascinación e idolatría del Hombre ante sus propias creaciones…»maldita tecnología» mascullaba Bast mientras seguía su camino, canturreando sus himnos de protección y fertilidad, trayendo flores frescas a las tumbas de sus compañeros muertos…y menguando así su poder…Bast se detiene en medio del Valle de Sombras, escucha….puede sentir el cariño de los mortales por sus gatos, puede absorber el respeto del Hombre por el Felino, pues Bast había creado al gato para que el Hombre pudiese acariciar al León; sin domesticarlo jamás….recobrando algunas de sus fuerzas, sigue adelante….

– No está sola en el Valle de Sombras, el cementerio bulle de susurros….casi puede sentir a Hécate, derrochando el poco poder mágico que aun logra absorber de los mortales que practican la hechicería bajo la luz de la Luna, también escucha a Dionisio, llorando en estado de reprochable ebriedad ante la Tumba de Ares, uno de sus congéneres griegos, pues pese a que la guerra aun habitaba en el corazón de los hombres, ya no poseía sentido, peleaban sin convicción y sin honor, causando la muerde eventual de los dioses guerreros…mientras que Dionisio se mantenía joven, sin rastros de decadencia en su faz, puesto que al Hombre aun le encantaba perder el conocimiento y morir poco a poco bajo los efectos de sus brebajes, los bacanales aun existían en mil formas diversas…pero no era esa la misma suerte de Ishtar, Inanna, Lilith, Afrodita, Freya…si a los dioses masculinos les iba mal, las Diosas habían tenido un destino peor, las Deidades femeninas se habían convertido en brujas con la llegada de los dioses masculinos, demonizadas y depuestas de toda gracia, habían perdido su belleza junto con sus poderes, y así ocurrió con sus dominios, pues la fertilidad, el deseo y la entrega del cuerpo en son pasional fueron convertidos en nociones repudiadas por los hombres, ya nadie practicaba la prostitución sagrada y los pocos que rezaban por amor, lo hacían a deidades masculinas…»el mundo se ha vuelto loco» pensaba Bast, llena de nostalgia al salir de esa zona del cementerio.

Con pasos cargados de nostalgia y los ojos puestos en su destino, Bast llegó resuelta y decidida al sitio que buscaba…su tumba.

Cuando un Dios nace en la mente de los hombres…La Muerte abre una nueva tumba, dedicada para su uso eventual. De rodillas ante la cavidad de tierra adornada con figuras felinas y las incontables momias de gatos que se le habían consagrado durante su primera vida, Bast suelta lágrimas inundadas de desesperación, su orgullo de diosa herido y su corazón de gato adolorido, podía soportar la muerte, ya la había vivido antes, pero los gatos no mueren una vez, ese es el don divino de La Muerte hacia ellos, aun le quedaban 7 de sus 9 vidas….pero con cada existencia y que pasaba, su ser menguaba, se extinguía no como una vela si no como la arena de un reloj, poco a poco…escucha los ecos de los pocos quienes aun adoran a los felinos, escucha sus plegarias, y en su vacuidad, bajo ese estado de tristeza y auto-compasión, Bast responde a sus llamados, aquí y allá en el mundo mortal un gatito consigue un dueño, una gata vieja muere en su sueño, un macho alfa mantiene su territorio….es un logro para los pocos poderes que le quedan, agotada y avergonzada de su propia tristeza, Bast enjuga sus lágrimas con el dorso afelpado de una de sus zarpas…y emprende con sus andares felinos y su mirada inmutable el camino de regreso a su dominio, siguiendo por la senda del Cementerio, que eventualmente todos los dioses recorren sin caminar…pero aun le quedan 7 de 9.

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