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Mario blanco
Photo Credits: Oscar Saunders ©

Meditación invernal

Observo los copos en el pináculo de los pinos. La nieve cae como un cuerpo sin gravedad, pero todo lo abarca. En la vejez el invierno congela no solo el suelo y el medio ambiente, también los sueños y hasta el espíritu de un caribeño que encontró, cuando aún se sentía fuerte, esperanza y futuro en estas tierras nórdicas.  Hoy la crudeza invernal vence sus ánimos. Sí, quiero ir al Sur donde el viento es cálido y el sol refulge y me impregna de energía, la necesaria para continuar la vida, seguir amando a mi familia y amigos y por qué no, planificar la visita a algunos lares no conocidos y escribir alguna que otra historia, pues como ya dije antes, la literatura es la última novia por conquistar, la novia de la tercera edad.

Hoy a mis años sopeso mejor la crudeza del invierno canadiense, pues ya pasó la etapa de los deberes laborales que me hacían vivir impensadamente. Hoy tengo tiempo para hacer supuestamente lo que quiera, pero no es verdad, el hombre sigue atado a reglas y principios fácilmente vulnerables. Ya no tengo aquel ímpetu, y además al menos aquí, el clima invernal para mi juega un rol clave y decisivo.

Medito si exagero en mi apreciación, pero cada vez son más los días en que no se sale de casa por el clima, ¿es vida eso? Hasta nuestra bella mascota canina, El Milo, sufre los embates, ¿entonces qué hacer? Lamentablemente el próximo invierno pasaremos más tiempo en el Sur, lo que conlleva la separación de mi familia que aquí se ha hecho fuerte, pero según la teoría de mi madre, los hijos deben irse acostumbrando también a nuestra ausencia, que un día será definitiva, al menos físicamente. Son ideas tristes pero reales. Miro otra vez los copos sobre los pinos.


Photo Credits: Oscar Saunders ©

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