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sergio marentes
Photo Credits: Bradley Gordon ©

Medio mundo es el mundo entero

Si me dicen que la computadora más pequeña del mundo – por lo menos hasta que empecé a escribir esto, porque lo más seguro es que al terminarlo ya haya una más pequeña todavía – no necesita que la operen, aunque sea un hombre diminuto quien oprima sus teclas casi imperceptibles; no me lo creo hasta que la vea funcionar por sí misma. Y ahora mismo lo veo y no lo creo. Veo apenas la punta de un grano de arroz gigantesco junto a la máquina. A ojo de mampostero calculo que para completar un solo grano de arroz común se necesitarían unas treinta computadoras de esas. Y como no soy un gran científico, pero tengo las neuronas suficientes para dudar de la autenticidad del aparato y del arroz enorme de la fotografía, me lanzo a pensar en una historia ficticia sucedida con ella, el arroz y el hombre diminuto.

Pero lo que más importa en esta noticia no es ni la autenticidad ni el tamaño del uno o del otro, ni siquiera la posible existencia de un hombrecillo, funcional y minúsculo, encargado de operar la maquinaria y, por supuesto, no dejarse capturar por nosotros, los gigantes que todo lo saben. Lo que más importa es preguntarnos por qué, si la humanidad fue capaz de llegar a semejante avance tecnológico y de salud, no pudo controlar el incendio del Museo Nacional de Brasil, uno de los más antiguos de América Latina, en donde se albergaban más de veinte millones de artículos, entre otros, un esqueleto humano más antiguo del continente, el de una mujer de más de doce mil años, el meteorito Bendegó, y su colección de arqueología egipcia, que era la mayor de América Latina. Lo que más importa preguntar es por qué la humanidad de hoy, con más herramientas en la mano de las que hubo en toda la historia no fue capaz de evitarlo, controlarlo ni, muchos menos, ser capaz de repararlo.

Salí a caminar luego de enterarme de ello. Hace mucho no caminaba tanto. Con las fuerzas suficientes hubiera llegado a las cenizas históricas. Pero luego de caminar, se sabe, nos convertimos en el viento que viene y que va a la vez, y en lo que este lleva y trae. Y ya tuve oxígeno suficiente para pensar que la historia es tan liviana que con facilidad el museo ya está desperdigado por el mundo, y ya está siendo otra vez fuego en algún pueblo perdido de Asia central, pan en alguna costa del Mediterráneo, grano de arena en el centro exacto del Sahara, piedra en el zapato de un escalador en Los Alpes o, por qué no, lo que está usted imaginando ahora mismo. En cualquier lugar estará, eso sí, menos en donde estaba el museo, que ahora está lleno de futuro.


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Photo Credits: Bradley Gordon ©

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