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dinapiera di donato
Photo Credits: Shaun Dunmall ©

Ni medievales, ni sentimentales. Ni de viento, ni de Carrara

No hay día que no nos bombardeen las prédicas y los profetas asuman personalidades míticas para reconquistar Granada disfrazados del Che o poniéndole voz a los indeseables. Una máscara social con cachos nos calma mientras otra bien temperada nos azuza. El asunto es no soltarse del presente resbaladizo. Es un iceberg que pasa flotando sin nosotros, rebotados. Hoy la cruzada por las estatuas correctas o por el derecho a la libre expresión nos empuja y manifestamos en un vagón inmundo y sin aire. Saltamos entre ratas más excitadas que nosotros y a nadie le importa que hayamos pagado varias veces por un tren limpio que nos lleve a tiempo y por los sin techo que pernoctan entre anuncios y poemas de las fundaciones de poesía que tal vez también salgan de nuestros bolsillos.

Desde la imaginación inmediata del Manhattan de la líder latina, Cristóbal Colón fue un exterminador. En el imaginario de 1892, los inmigrantes que tenían un periódico circulando en su lengua nativa, Il Progresso Italo-Americano, respondieron a la colecta para conmemorar en mármol de Carrara el vecindario hecho entre todos. El monumento lleva una inscripción que reza que Colón le dio un mundo al mundo. Estaba hablando del lugar donde los expatriados recalaban y con algo de suerte fundaban la casa. Y pagaron de sus bolsillos la casa y el monumento.

Mi madre me dice que duda que la inmigración mía le esté prestando a mi inteligencia. Exploradores o genocidas, salvadores o asesinos, artistas basura o mejor situados, hay minutos para adorar identidades y minutos para derribarlas. Cuántos filósofos sociales, expertos políticos y económicos, todos acertados, y no logro asimilar lo mío cuando hablo con mi madre que ya está desmintiendo las imaginaciones del funcionario de allá. La guerra de narrativas políticas es una burbuja que ya no le interesa. “La burla del sistema neoliberal que se opone a profundizar el proceso revolucionario niega el poder popular y ataca las luchas de clases desde el punto de vista feminista y el empoderamiento de la compañera mujer”, repite el funcionario, con saña, de foro en foro. La compañera de las zonas mineras donde vive mi madre en realidad ya no presta atención. Corre por su vida. Sigue sola cuando entrega su oro para que el compañero festeje y descanse para tener fuerzas para defender al compañero líder. Acude a platós, presta servicios por todas partes y aplaude, pero ya sabe que nadie la defiende. Lo que sí tiene en común con el funcionario es que se hace la loca. Agarra los regalitos, entrega el oro, pero solo en parte. Como siempre. Detrás de las polémicas por el control regional, la zona de mi madre ha sido desmantelada deliberadamente y todas las mujeres lo saben. Todo empezó con el proyecto de ciudad integrada de finales de los cincuenta que para ellas fue el diseño aliviador de sus vidas. Ya no tendrían que enterrar a maridos e hijos por falta de servicios y medicinas, ya no habría que ir a buscar agua al río, ni parir desde la primera regla. En cambio, para el funcionario que hoy recauda el diezmo, obsesionado con el enemigo de clase, aquellas ciudades son el símbolo capitalista por excelencia, planificadas para mayor usufructo del control imperialista de las compañías y sus cómplices (ahora en la oposición) desarraigados que entregaron lo mejor de la tierra: las serranías cubiertas de orquídeas, las sabanas olorosas a mastranto, la tierra y el agua que custodiaba el mineral más poderoso del mundo. El funcionario líder adopta guiones fundacionales con los que gana premios literarios y el botín de esta lucha de clases.

Como habla desde el pasado imaginado se hace el loco. El despistado que no sabe que ahí no vivía nadie. Monte cerrado precioso, pero monte cerrado y en los poblados aledaños, las mujeres trabajaban todo el día para los maridos, los paisajes, los hijos y los animales medio muertos. La psicología de la venezolana de su zona no se parece a la del resto del país, aunque se hagan las locas, dice mi madre. Dudo de su versión en la que comendadoras y encomendadas, sirvientas o principales, hijas de caciques o de esclavos, catalanas, canarias, británicas, francesas, italianas, alemanas, turcas, asiáticas, colombianas, guyanesas y eslavas, todas, ricas o pobres, con o sin apellidos y en distintos tiempos, llevaron palo parejo en aquel lugar. Por eso no son unas malcriadas, ni unas sumisas del harén del gobierno. El orgullo de mi madre ha crecido y me esfuerzo por seguirle el hilo.

Recuerdo entonces un detalle. Fue cuando intenté tomarme una foto delante de una bandera con siete estrellas que alguien izó conmovido en la acera frente a la sede donde acudíamos a votar la última vez contra la dictadura. Una muchacha se atraviesa. Tiene una mano apoyada en un coche con bebé y la otra ocupada en el celular. Tal vez trabaje a distancia. No puedo sacarla ni a ella ni a su niño en mi foto. Le pido permiso con un por favor podrías… No me oye. Espero otro poquito. Le insisto con otro por favor podrías… Hace un gesto exasperado y empuja el coche como si lo fuera a volcar.

Su mirada podría resumir mi ridiculez de foto con bandera. Tal vez piense que es por eso, por ridículos, que los mayores no les respondimos por el país. Su desprecio ante el fracaso de los ridículos podría comprenderse. Pero su mirada cargada de cierta insolencia que me resulta familiar, me recuerda un sentimiento de superioridad de una sociedad dividida entre superiores e imbéciles. Eternamente divididos entre los mejores y los que seremos barridos si no aprendemos.

Mientras me reeduco, cada quien es lo que es en esta hora. Usted no es la heroína de la vanguardia tricolor. Ni una madre que protege a la especie poniéndola a salvo. No va delante de la contienda entregando el último suspiro, ni abriendo campo con su excelencia para las comunidades venezolanas que se están formando en el extrarradio. Si tiene suerte (o si no la tiene) y sobrevive al objetivo de hostigar al adversario para que se repliegue en puntos débiles, como explican los estrategas, quizás siga bajo fuego. Caemos con las imágenes disparadas. Reconozco entre los vanguardistas quemados a hijos y nietos con nombre y apellidos y entonces ya no sé si podré seguir llamando a mi madre cada domingo contándole lo que he ido aprendiendo. O lo que desaprendo.

Pero es ella quien me calma porque aumenta el asedio a su zona. Me dice que cada quien negocia donde y con quien le toca, ella está clara y el ocupante es un experto en hacerse el loco hablando de otra cosa, desesperado o vándalo, va rompiendo todo lo que toca. La basura y la enfermedad desaparecen y vuelven a aparecer, iguales, los mismos escombros, pero un poco más allá. No volverá la serranía con sus flores doradas o ferrosas de 1950, pero sí las niñas traficadas. Llega un momento en el que cada quien se da cuenta de cuál es su tipo de rabia y cómo administrarla, pero yo sigo hecha un lío con las órdenes y contra-órdenes por más que mi madre insista en que lo importante es haber salido del círculo de los cuentos ajenos.

Con «el grupito» (la menor de ochenta) caminan y caminan buscando billetes para poder comprar donde solamente les aceptan efectivo (los bancos los entregan por partes y nunca el mismo día, siempre en fracciones mínimas lo que hace que las señoras lleven cajas de zapatos y se escolten entre ellas. No le digo que en internet han explicado muy bien estos detalles y otros que mejor que ella no sepa porque la web a veces confunde más mientras ellas caminan y caminan ubicando lo que les interesa, sorteando escombros y a resistentes del gobierno medio locos. En la televisión, los líderes religiosos se reconfortan con el desfile de cuadros de sus dioses. Las fotos inmensas parecen avanzar solas y un santón desafina himnos por los altoparlantes. A todas estas, los revendedores aprovechan y aumentan todo, pero “el grupito” de mi madre ya apalabró a algunos. El asunto es que los taxistas quieran ir por donde va “el grupito”. Y que cuando paren, si lo hacen, y pidan lo que ellas no puedan, no faltará una buena persona y la satisfacción de mi madre seguirá imbatible. Cuidar su oro y negociar con el lagarto que le come los tomates.

En “el grupito” nadie se atreve a pedir la asistencia de familiares de otras zonas, sería ponerlos en riesgo. “El grupito” abandonó también la pelea con los que cortan los árboles para cerrar las vías o para protegerse. Le digo que se están ablandando para que me cuente por enésima vez aquel episodio donde trataron el suelo de la parte arenosa de la ciudad para llenarla de matas de sombra y frutas. ¿Las recuerdas? Se interrumpe y me pregunta, ¿cuánto tiempo hace que no nos vemos? Cuando le digo se enfurece. Me ha tomado años conseguir un pasaporte que todavía no tengo. Me recomiendan que viaje a un país simpatizante donde los venden barato. Ni una palabra de esto a mi madre. De nada valdría que “el grupito” trabaje lo de los rencores femeninos y la lucha de clases, por mi culpa podrían olvidar que están ganando la guerra defendiendo su zona presente del pasado ofensivo imaginado por los dictadores. ¿Qué es más importante, la postura en contra de la corrupción o ir a ver a mi madre? Mi imaginario colapsa. ¿Te vales de la personalidad poética y logras llegar a un congreso de poesía poderosa, como la que suelen hacer los cubanos, y entre poema y poema nutriente negocias un permiso para entrar donde naciste solamente por el motivo ridículo de ir a ver a la madre y sus camaradas? ¿Lavarías dólares por algo tan cursi? ¿La poesía podría compensar la moral enlatada? Me siento culpable porque si ella se entera perderá fuerzas maldiciendo a los perros desgraciados y a sus muérganas y del profeta local dirá otra vez, (por mi culpa, por mi culpa) que a ese tonto exterminador lo retorcieron en vida sus propios amigos que se reían de lo ridículo que era tratando de vestirse con el mismo diseñador de Carlos Andrés, pero adaptándole una boina de maricón enamorado y ojalá que se siga retorciendo en la última paila del infierno. Esas palabras sería un retroceso para la avanzada final del batallón terrorista protector de la zona de resistencia de mi madre contra el invasor del gobierno con su multinacional antiimperialista en puertas.


Photo Credits: Shaun Dunmall ©

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