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patricia arenas

Medianoche en París

Pretender escribir una línea, al menos, sobre París es un deporte arriesgado. De la Ciudad de las luces se ha hablado, escrito y recitado en todos los idiomas; y por personajes célebres y no tan célebres. París siempre ha inspirado un comentario. Conocerla es un lujo, y un sueño para muchos de nosotros, enamorados profundamente de ese imaginario colectivo creado en torno a la ciudad del amor.

Esperé por años tener el gusto de decirle bonjour, y cuando me tocó mi turno cada melodía de la Vie en rose resonaba en el aire, y ahí estaba en un día de invierno con cielo azul, croissants, crepes y café. París te susurra, al oído, como ha logrado seducir a tantos escritores, pintores y turistas en cada esquina, caminarla es la mejor manera de comprenderla, perderte en sus callejones, calles empedradas y largas avenidas; caminar bordeando el Sena y vislumbrar las luces de la torre Eiffel es una experiencia fotográfica, ya que como buena modelo no importa de que ángulo la mires, si la detallas siempre encontrarás una faceta distinta seduciéndote, una expresión, una muestra de arte.

La elegancia dicen es una cuestión de actitud, París te da una clase magistral. Cortázar solía pensar que era un mito, uno de los que te enamoras perdidamente y terminaba describiéndola de este modo “Yo digo que París es una mujer; y es un poco la mujer de mi vida…” y no puedo más que estar de acuerdo, hay ciudades para todos los gustos como mujeres y hombres. Pero París es esa chica perfecta que lo tiene todo, si eres mujer la admiras quieres ser como ella, elegante, audaz, divertida y romántica. Si eres hombre caes rendido a sus pies, locamente enamorado de sus placeres o la odias.

Se va a París en busca de nada, y se encuentra todo; así funciona esta ciudad de manera caprichosa, tienes que soltar el control y dejar que ella se te muestre, que decida seducirte; es algo absurdo pretender recorrerla tachando monumentos en una lista, hágase un favor y conózcala como haría con una pareja, enamórese poco a poco de ella primero de todas sus virtudes, y luego ame aún más sus defectos. Eso le concederá una relación de amor eterno.

Una relación que es un lujo tener entre su repertorio, ese tipo de relaciones que se hacen mejor con los años y los momentos compartidos, como el buen vino, esta ciudad solo mejora ante el ojo de su amante. Para Hemingway, París era una fiesta, donde “si tienes la suerte de haber vivido en ella cuando joven, luego te acompañará vayas donde vayas, todo el resto de tu vida.”

Una atmósfera cargada de literatura y romance, con esa melancolía y gracia, sus juegos de luces jardines y palacios. En contraste siempre con todo, irreverente, pero al mismo tiempo clásica, con millones de nacionalidades caminando sus calles; quizás en la actualidad con más cosas en común con Dalí, que con la escuela de Bellas Artes. Un surrealismo de ciudad sin dudas así es París.

Una medianoche en ella es vivir en un fragmento de una película en blanco y negro, con acordes de jazz de fondo, y respirar romance. Pero así como el amor, París puede lastimarte, no es su culpa no es la tuya, son los riesgos que se toman al vivir, al caer profundamente en ese espiral de mitos y realidades que solo ella crea. Ciudades maravillosas muchas, París una sola.

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