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Medellín sin Ojos de Papel

MEDELLIÍN: El Flaco ha dado más de dos vueltas sobre el LP, bailando y contándome la historia de un buen tajo. Yo voy por la segunda botella de vino rosado porque fue lo único que encontré. Junto a la basura no hay sino botellas verdes con corchos rotos. Era un verano y pensaba en el invierno del sur, el que no conozco, donde no podría tener la camisa en el piso y las tetillas a viento de navaja.

Medellín tierra de todos sucios. Salí, ¡claro que sin camisa!, compré un paquete de cigarrillos sin filtro. No me gustaron los ojos de la muchacha del mostrador, porque ni siquiera me miraron. Niña triste muy acostumbrada a decir: “a lo orden”, tanto en casa como entre esas rejas de cobre, ¡por supuesto que lo supongo! Porque todo lo que vivo lo supongo, incluso cuando voy caminando supongo que camino, por inercia, ¿sí?

Cuando regresé, por mala costumbre que tengo de regresar y nunca irme de verdad; me senté en el balcón de un metro de ancho, por uno y medio de largo, pintado con una brillante hortensia azul sobre una maceta con vitral como lo hacía mi madre. El cenicero de cerámica sobre la baranda junto a mis pies alzados y comenzaba el marino desfile de cigarrillos. Al de arriba le fastidiaba porque su esposa había muerto de cáncer y cada vez que me lo encontraba en las escalas me decía: “dígame por favor, ¿a qué hora fuma usted para cerrar la puerta del balcón?” era de las preguntas más estúpidas que me habían hecho y de costumbre, mierdosamente le respondía: “cuando sienta el olor”. No me hablaba más que eso, lo que está bien. Y en todo caso me senté en el balcón con mi aburrido vino rosado y mis cigarrillos sin filtro mirando el alambre de edificios.

Una señorita parada en la ventana reduciendo su voz con humos azules, una pareja casi a los golpes por quién sabe… nada; mucho más lejos un viejo echándose a dormir dejando los lentes sobre la mesa porque no puede hacer nada más a media tarde, alguien vistiéndose, alguien sin sonreír, todos siendo nadie, Medellín una serpiente hecha puta.

Todo se ha convertido en vidrio, vidrio y cemento pobre mal pintado, cristal empañado por grasa, gente cansada simplemente de seguir sentada esperando… o parada sin lograr algo más que… y yo buscando el Buenos Aires de Borges, las pastillas de Pizarnik y las cartas al otro lado del mar de Cortázar. Medellín a su forma con toda su peste posible.

Ya el ultimo cigarrillo y las lamentables ganas de más vino rosado, que me hacen recordar a Ojos de Papel cuando me dijo: “No me gustó Buenos Aires, no me gusta la ciudad. Yo quería campo”.


Photo Credit: Mario Pleitez

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