Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Javier Sulé
Javier Sulé

Medellín no puedo estar a solas contigo

Conozco la mugre pero no me gusta, estoy cansado de ella, hombres con las axilas vinagres, mujeres con piernas curtidas, brazos, pechos, cabellos, niños, sudor, Medellín putica con mal aliento; te quiero, loca, pero ya no te aguanto, así son los amores, los míos por lo menos, y niña borracha, no soporto más tu desprecio a pesar de que me haces reír, no más, ya tuve contigo suficiente, cambié de trabajo, ya no arropo mujeres desnudas.

Una vez, Lector (supongo que le hablo a un Lector), esta ciudad enfermamente maravillosa, me intentó arrancar el vientre con un cortaúñas, supongo que es la única tan demente para eso. Muchas tienen un atravesado en la cabeza, pero Medellín, niña atractiva, insatisfecha, eres la peor de todas, te llegan las ideas envenenadas y atragantadas; no te caben en la garganta las cenizas que te fumas. ¿Cómo haces? Buses y buses amanecen a podrirte los pulmones de ladrillo picado, las ganas de nada, la tontería, a eso amaneces, a eso despiertas en tu sabana de nubes blancas; porque sí, Lector, me formé en las montañas de oriente y cada mañana vi la manta blanca de frío intentar cubrir como si pudiera arropar aquella monstruosidad. No se puede arroparte, no hay manera, un kraken es lo que pareces, Medellín. 

Como ya dije, soy de los campos altos y hace poco comprendí con exactitud la tristeza acumulada en las paredes extendidas de la ciudad. Fue un cigarrillo y una colina muy verde, casi daltónica, la que me hizo aferrarme a mi propio Green daltónico. Una tarde (a mí particularmente no me gustan mucho las tardes, más melancólicas de lo que puedo aguantar, pero en todo caso fue una tarde), los árboles muy anticipados al rojo y el azul extravagante que proporciona la muerte del día. Árboles como esqueletos con hojas y centros crecientes desde la raíz, asuntos con líneas delgadas, astutos, los árboles, distractores, maravillosos, pero con los árboles no basta. Las ramas se movían como suelen moverse las ramas al viento, como todo el mundo cree que se mueven las ramas al viento, y yo lo supuse también. Primero delinearon muy bien el otro lado del camino, toda la silueta azulada del altiplano de oriente, así azulado y con esos tonos a veces delirando en lo violeta por el atardecer que viene de la montaña equivocada. Entonces sí, se veía perfectamente y se me ocurrió que la ciudad, que Medellín con sus locuras y carreras de motos no podía darse cuenta de lo que había allí en la colina daltónica. Y eso fue lo que creí. Fue una chispa la que comenzó a saltar abajo, en donde se supone que no había nada más que una ciudad preparándose para dormir, lo que es un error pues aquella bestia no descansa, siempre está acechando. La chispa se vio alta, ¡uf! Hasta arriba se fue y se deshizo en colores, ¡PAN, PAN! Luego otras dos explosiones más pequeñas y todas cortaron la línea de montañas que dibujaban las ramas del árbol. ¡Carajo! Era diciembre ya, no tampoco, otra vez me volví a equivocar. Entonces saqué otra conclusión, una sencilla, se me ocurrió, fácil; en esta ciudad la enfermedad por el trueno de la pólvora se esparce en cualquier época, si no escuchan pronto un cañón o si no se libera fuego de sus dedos, se sienten perdidos, es como si se nutrieran de la explosión. Siempre hay un agujero en el pecho del cielo. 

No se puede estar solo con esta ciudad, siempre hay cosas más de la cuenta, más de lo que se desea, yo me pude haber conformado con la silueta de las montañas y la tarde que no me gustaba, pero no, Medellín da su opinión desde todos los puntos de vista, es muy metida, no puede ver un cristiano tranquilo. Después cogí bus para donde fuera que me fuera, y lo mismo, Medellín, esta vez de espalda se metió en mis asuntos; la joven que iba dos bancas atrás la atracaron un par de tipos que se subieron cruzando San Juan hacia el Palo. ¿Qué hice? Lo de costumbre, hacerme el marica y sacar la cabeza por la ventanilla, pero no servía, igual podía escuchar lo que le decían y como la intimidaban y más tarde mi pobre compañera de viaje, se arrancó a llorar y hasta el conductor se dio cuenta de lo que pasaba, pero también se hizo el marica, ¿qué se puede hacer?, ¿qué? Pues muy sencillo señor Lector, un viejo se bajó donde se bajaron los ladrones y fue a perseguirlos para entregarlos a la policía. De nada sirvió porque ellos, la policía, tenían su parte del botín. ¿A quién le podía importar? Solo se esperaba que la próxima vez fuera tu turno, el tuyo Lector. Ten cuidado no vaya ser que mientras lees y tienes esto en tus manos alguien te esté observando y te lo arrebate de un golpe. 

Y Lector, las cosas como son, lo de siempre que no me había dado cuenta, y puede que haya sido el árbol y su dibujo, o la tarde con malas intenciones, o la pólvora o cualquier cosa, pero me di cuenta y no vale la pena decir qué. Encuentro algo ahí. Solo imagina esto: un hombre, una calle en la noche, alcohol, vómitos atrasados, brazos que ahuyentan ratas para poder poner las bolsas de basura como almohada. Una calle loca, Medellín, la que es.

Subscribe
Notify of
guest
5 Comments
pasados
más reciente más votado
Inline Feedbacks
View all comments
Gajaka
Gajaka
9 years ago

La crónica de un valle inundado de presagios, bandas que no son musicales sino «gonorreadas» por el asunto de que no cabemos o acomodemosnos así no podamos, y como así, si nos copiamos el uno al otro, y como estamos pasando de gueno.
La buena imagen contra una mala imagen de los conformistas. «A solas contigo».

rodolfo
rodolfo
9 years ago

Que calicatura de nadaismo fue esta lectura, nada nuevo.

Oscar Botero Pérez
Oscar Botero Pérez
9 years ago

En la literatura urbana de Medellín ocurre un intenso devaneo entre lo que está escrito y lo que está por escribirse. Las voces suenan en todos los ámbitos porque en este valle los ecos rebotan y se mezclan indefinidamente. Damos por entendido que el traqueteo irá apagándose ante la palabra.

Hey you,
¿nos brindas un café?