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Prólogo a la primera edición de Oncecielos de Tulio Mora

Si en las catacumbas se está escribiendo la Nueva Biblia, Tulio Mora publicará Oncecielos y su Obra Completa en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento. Guiado por Mora, usted recorrerá el infierno y el purgatorio de Oncecielos, alternará con nuestra Mitología, comparable a la griega por su ferocidad, refrescará sus remordimientos, y el libro no se le irá del alma.

Los hijos devoran a los padres y estos a aquellos. Los vencidos rinden sus mujeres al vencedor. Las vencidas rinden sus hombres a la vencedora. La moral es humana; el mal es escatológico en su doble filo y única punta.

Los once cielos se forman a partir de Cementerio general de Tulio Mora. negación de Canto general de Pablo Neruda, fin de la inocencia, entronización de la desesperanza (Donoso). Valor, madurez, claudicación, fatalismo, cobardía, eterno retorno, profecía.

El habla poética se eleva a metalengua o lengua que explica nuestra lengua. Arte a escala que distribuye el espacio en el castigo de la ambigüedad. Una gasa separa la inocencia de la traición. Acecha un doble Dios con pecho de arrogante aire y voluntad de emboscada.

Plan del agravio excesivo. Un puro sufrir. Cielos de camal, cielos cementerios, cielos laberintos y nunca sucesivos en el perpetuo movimiento.

Paisaje, geometría, cinestesia, sinestesia. Avatar. Pantomima subyacente. Fabla cuántica más allá del género.

En Oncecielos sobra la eternidad.

Locus amenus, lugar ameno: Ardía la pastura en la quijada del arroyo y los amantes se mordisqueaban.

Un buen libro puede matar.

Música recomendada: Huaynos y huaylas del hoy (con falditas cabronas) y del ayer; Stravinski, rocanrol, Sonora Matancera.

Así, bailando una rica borracherita, entraremos por la amplia manga del mondongo. Bote sus flemas y que se las lleve el río espinudo de sus nervios.

El verbo crea el verbo. La forma engendra la forma. Gramatología.

De Oncecielos o el pensamiento impuro. Trae de regalo dedos humanos en caja de zapatos.

«Buscamos a nuestros semejantes entre estas menudencias de camal» le dice Oncecielos a Babilonia, la ramera de la historia.

Altura y profundidad: Freud, Vallejo, Guevara, Pimentel, Cervantes, Shakespeare, Pérez-Galdós, Valle Inclán, Hugo.

Actualidad: hoy y mañana y el ayer que nos quita el sueño. Síndrome de estrés postraumático.

Vocación de coronista. Visión de los vencidos. Escuela del sobreviviente. Principio de incertidumbre. Esclavo de los indios. Indio o negro esclavista.

El hombre honesto conoce el alma de su Bestia; sabe que sus pies son delicados porque no pisan la tierra sino las cabezas de los hombres.

«¿Qué gana con saber lo que verá?» dice Oncecielos a Babilonia, o dice el viejo al joven, que sin embargo insiste en ver el pulgar rodando sobre el paño de una mesa de billar.

Flora y fauna al servicio de la ilusión.

Fellini, Herzog, Passolini, Kurosawa.

Nos cae el rayo descendiendo la escalera de las vértebras. «Los que sobrevivimos al rayo somos divinos y adivinos» dice Mora. Yo no sé. Será pues que el rayo me ha partido en mil mitades.

La metáfora se enlaza con la metáfora ascendiendo en abstracción, atada a este mundo por el detalle. Yavé y Satanás están en los detalles.

Al rodar de monedas cascabeles en las mesas, el par de anteojos más esquivo se lleva una felina al cielo innumerado del hotel, y una catarata de cerveza baja por sus nalgas.

En Oncecielos se piensa. Pensar es ser. Ser es sublimar y componer.

¡Qué de caiguas y sandías, qué de maniquíes y triciclos con balones de gas!

En Oncecielos, como en Cementerio general, Mora elabora nuestro País interior. La diferencia respecto a los mitos de origen es que Oncecielos no retrata el comienzo del mundo ni de la especie humana sino más bien, con definición agudísima, el estado actual de vosotras en el mundo.

Reconozco en Oncecielos mi patria, mi terruño, mis plantas y mis animales, ajenos, así como la crueldad, la dulzura de la inteligencia andina, la frustración perversa del criollismo, y la torpeza ingénita del capital, que de no ser por la guerra podría elevarnos a la utopia en lugar de atrofiarnos en la distopia o cacotopia y en la aporofobia.

Amazonia arrasada.

Según Babilonia, la puta de Oncecielos, la Lozana Andaluza de Roma, la Virgen Ramera del Trocadero limense, el tiempo es una confusión de hombres; cuantos más ha tenido más se convence que lo mismo son. Hélas, hoteles de lechos golondrinos, arte perverso de la carne.

¿Filosofía de congal o la mayor parte de la ética está mejor dicha en el refranero popular?

Basta sintonizar Radio de las Almas para que en un abanicar de mosca te enteres de que los cielos del libro son recuerdos vividos o revelados. Cuando los unes, te transformas. περιπέτεια ‘peripecia’ en la trama de la obra y catarsis κάθαρσις ‘purga’, ‘purificación’ en el espectador.

Exaltación, hija de Babilonia, opta por el terror: lugar común y por lo mismo atractivo según Ribeyro.

Ardía la pastura en la quijada del arroyo, sin embargo, no es un lugar común aunque peque de ameno para los amantes que se mordisquean todito.

L’homme qui rit de Victor Hugo aparece en el parlamento de Oncecielos: El niño se prende de una teta de su madre muerta. En L’homme qui rit, el niño está junto a la madre, a varios grados bajo cero, y en el pezón de la madre brilla una gota de leche congelada. Robachicos.

No confunda usted, despistado lector, Oncecielos con Oncecielos. Lo primero es el libro que tiene entre manos. Lo segundo, el shaman de la obra.

Plaga evangelista, opiáceo, opioide, tramadol, oxycontin en los campos de batalla del África, América Latina y Medio Oriente. Hélas, el Hermano Macabeo inyecta a los pobres de la tierra el cuento de nunca acabar. ¡Salvación, salvación! Milagreros zamarros. Álvar Núñez Cabeza de Vaca matóles con su virus estomacal y vivió de los indios de la Florida curándoles a fuerza de rezos cristianos, y ellos y él se lo creían aunque no sanaban —efecto placebo.

Exaltación reniega de su partido porque el Presidente de los Nunca Duermen pacta con el capo del enemigo. La fábula adquiere sospecha de extensión predicativa y toque referencial.

«20 mil millones de años de batallas» escribió el Presidente, pero a la primera bofetada y dádiva delató a medio mundo, se rindió, firmó la paz externa y el infierno interior, se casó con su cómplice y vivió del Estado hasta el fin de los siglos.

La última batalla de Exaltación se reducirá al asesinato de Espuma, el militar que en su cubilete en lugar de dados agita dedos humanos debidamente momificados y numerados.

Olor a chirimoya, a lúcuma, a pesar de la matazón.

Sólo la cocina salvará al Perú

«Hay un Terruco Insomne en todo espejo» dice Espanta aludiendo al terrorista que hay en su reflejo y el terror que nace de la finitud y de la culpa. Schuld und Endlichkeit. El terror se aplaca y se potencia con el asesinato. Manual de psicología humana válida para ciertos animales; chimpancés, por ejemplo.

Texto de guerra y de la guerra, a Oncecielos no podía faltarle su oráculo o papa Pancho en Roma, en Cusco ‘Qosqo’ o en Delfos ‘Δελφοί’. Su nombre es Oncecielos, creado por Mora a partir de la mitología yagua, una de las tantas etnias que van perdiendo o han perdido su lengua, su saber y sus territorios, allá en Loreto. Tala y extracción de oro ilegales. Bajo Putumayo, río Yaguas. Yoyo, the conquest ain’t over yet! Hallelujah, hallelujah! La Biblia yagua y el carbono de los pantanos.

Con mueca de dolor, arrastrando una pierna, cojo y viudo, cojiviudo, sin hijos, sin alijos, danza; danza Espanta su danza de tijeras mientras hablan o cantan sin parar el Hermano Macabeo, el Coro de las Almas, el Coro de los Peregrinos. Los cielos suceden al mismo tiempo y se mezclan en perjuicio de los más débiles.

Carga una señora a su hijo en la balanza de las coles. Los toros mugen con ojos líquidos del pánico. Quien ha fracturado la unidad del cuerpo tiene gobierno de la belleza.

«No hay peor pestilencia que la del miedo en el cuerpo» dicen los torturados.

El Poder es pureza dinámica de impacto, prescindencia de unidad por reducción, y el terror es el legítimo sentido de la pena permanente exclusive la idea de reposo.

¿O no van parejas la corpulencia de la ley y la opulencia?

Lo hasta el momento dicho y pensado ha sido escrito o provocado por un poeta al que sigo la pista desde hace treintaidós años. Si existe lo borgiano y lo shakesperiano o shakespeaerean —o chaquesperiano, como decía Chochita, mi hermano siamés de mí nombrado tanto como de mí inducido el silbido melodioso de su barrio—; si existe lo cervantino y lo kafkiano, entonces habrá de haber y difundirse lo moriano, moranesco, túlico, tulínico, tuliesco, tuliomoresco, como aquellos predicados que signan la ternura extrema y la extrema maldad. Como nadie paga ni dicta estas palabras, afirmo sin temor a equivocarme que Tulio Mora alcanza la inmortalidad en el restante tiempo terrenal (Belli).

¿O no van parejas la corpulencia de la ley y la opulencia?

¿Cervantes? ¿Góngora? No, no: Tulio Mora. Tuliesco o tulínico o moresco. No importa quién lo haya escrito.

Plagiando a Babilonia, no temo marrar el disparo al afirmar que para el buen lector el tiempo es una confusión de grandes libros, y por lo tanto la erección de un solo libro, finito. Bellos abismos del alma, precipicios cerebrales, sinapsis innúmeras, ascensiones y caídas.

Purgue el poeta la descomposición de su silencio. Hurte sus culpas y las nuestras y escríbalás /eskríbalás/. Desmembramiento reinventando el todo mutilado. La culpa es del recuerdo: recompone en lo que calla.

Las memorias angustiosas, esas que torturan a los insomnes de García Márquez, se neutralizan mediante sermones ajenos, voces ajenas en la radio, en el teléfono, en la computadora, con o sin audífonos. Por eso el Poder habla, habla, habla. Y Mora le contesta sin dar paso atrás. Might makes right. Macht über alles. Arbeit macht frei.

¡Kakistocracia, kakistocracia! Cobre su aguinaldo y venda su curul.

Nos hurtamos nuestras culpas y las amasamos como un trillonario sus trillones: poesía se está chillona.

Los dados de Dios. Los dedos de los desaparecidos que cubiletea el capitán Espuma.

Un general con dos dedos de frente sabe y pregona que la guerra es una estafa (War is a racket, libro seminal del Major General Smedley Butler).

El patriotismo es la inscripción en la lápida del pobre. Oración frente a un plato de col. Después de la batalla, un soldado muerto con un tronco de col en la mano (Pérez Galdós). Sí, sí. Pero todavía hay guerras por ganar.

Múltiple gemación de identidades. Festín de la muerte. Y a pesar de los cientos de millones de muertos en las guerras —¿habremos alcanzado ya la codiciada meta del billón?—, aquella panadera del Señor mezclaba con jazmín la masa para perfumarnos las mañanas. Ángeles detrás de la lluvia. ¿Quién le gana en delicadeza a Tulio Mora?

Payasos mexicanos, payasos chilenos. Circo pobre. Que no Cirque du Solei. Circo de la Parca.

¡Zafa que ahí viene la parca!

La alteración de la morfosintaxis implica la modificación del habla y de la lengua y por tanto de la identidad de los hablantes y de la nación —si la hubiera, lo cual no es el caso.

Nos hemos pervertido en el clímax de nuestra anomia, aculturación, heteronomía. Y lo peor es que ya no hay lugar para la violencia pero insistimos. Órale.

Cuatro clases de resignación en el mismo pozo donde soñamos el sueño de la soledad propia. La multiplicación de los diablos. Ándale, güey.

«En la mira de mi láser imperial», dice el capitán Espuma, lanza los dedos sobre el paño verde y cinco ases, cinco asesinos < ḥaššāšīn. Alamut. El Viejo de la Montaña o Popeye los manda matar a cambio de cocaína. Colochos y peruchos y boliches producen y exportan el noventainueve por ciento de la vaina que usted se mete por la nariz. En caso de necesidad, tabique de titanio y a seguir jalando.

Palmas y pañuelos, compañeros. Dime qué vendes y qué jalas y te diré quién eres.

¡Zoncas!

Si Oncecielos no se equivoca, las conexiones de psyché < ψυχή profunda y del Estado profundo son idos no reunidos, occisos esparcidos en perfecto estado de salud.

Nos acercamos, golpe a golpe, al final del delirio de Oncecielos. Corresponde llevarlo a las tablas y al Kino.

A Tulio Mora se le dio por delirar y en su delirio alucinó la verdad. En trusas y con los brazos cruzados los pequeños contemplan los cadáveres que bajan arrastrados por la maraña de la palizada. Qué nombres tuvieron aquellos cuerpos. Qué nos dijeron esos cadáveres durante los años en que para aguantarla decidimos solazarnos con la muerte.

«No puedo dormirme en paz si no he visto muertitos en el noticiero.»

Multiloquio dramático. Gran personaje ausente y dominante: Historia. Quizá ya no quepa interrogar a los harapos del futuro. La cosa se ha vuelto irreversible. El Mundialito del Porvenir, el Mundialito de Rusia, no los recomiendo. Una araña teje su hermenéutica. Detrás de lo escrito pulsa otro texto y detrás de éste otro y otro y otro.

Si fuera por mí, me quedo escribiendo hasta mañana sin parar, saltando la soga cada dos horas para evitar el síndrome de clase ejecutiva.

¡Ah, qué desadmirar, qué desnombre, qué ajenación, qué alienación, qué desmadre! ¡Cuánto turista!

«Y usted, en la resaca de anisado, sigue enumerando citas, deudas, las cochinadas de su vida» me dice, te dice el Abonado Ausente.

Y el Hermano Macabeo:

«Muchos cantaban sus vergüenzas; más que sus martirios, aburrimiento de batallas.»

No ser cuando se es más.

Pactan los hermanos gemelos: terror con terror se paga.

«¡A Él no lo toquen!» exclama la señora del Presidente.

Mientras tanto, vidas que gastaron sus acasos en este viejo territorio, demoliendo su inocencia, jóvenes ansiosos de desperdiciar su sangre, aquellos que la enternecieron en el parto de la guerra. Juicios, súplicas, degüellos. ¿Qué fue, si no, el Gran Acuerdo de los Invisibles? ¿Veinte mil millones de años de batallas? Traiciones peruanas (inédito). De Presidente de la revolución mundial a tinterillo suplicante. De chief spy a recluso tercermundista. De dictador a esperpento cocainómano que pervirtió a sus hijos, «Puñete», y mandó torturar a su sumisa mujer. Así de fácil.

Oncecielos formula el idioma de todas las calamidades.

Las llamas de un montón de rejas estirando los perfiles de los socios que pesaban en la romana las rumas de tanta inmolación. Los socios, ocios, ocios.

Ruma de ratas humanas.

Infatigable, el capitán Espuma arroja los dedos de Dios, juega su videojuego. Usted puede ganarse la vida matando mientras se toma una Coca-Cola o textea o consume pornografía sin precedente entre bomba y bomba.

Pronto, los celulares vendrán con genital.

Los dedos gobiernan el control trayendo el arte del dolor: descomposturas del signo. La tensión entre el significante y el significado genera infinitas representaciones de Dios (Hegel). Mil disfraces de una misma pasión, mil máscaras distintas del mismo pánico. Peor aún: Simulación de la máscara. Nos convencemos de que nuestra fragilidad es la manía de lo uno. En consecuencia, nuestra mayor fortaleza es la diversidad y la apertura: Hora Zero o De bueyes [y güeyes] jalando los siglos (inédito) y los signos.

Echaremos dados redondos, pues.

¿Qué ganamos con saber desde chiquillos lo que veíamos y era gastado, y que por lo mismo quisimos reemplazar? Nos duplica la vileza del epílogo, el principio circular hundido en el fantasma.

El tiempo asiste a Tulio Mora en este velero cargado de cadáveres que sin embargo llega a puerto completando la vuelta al mundo en cincuenta años de escritura; años tan bien vividos y escritos que desafían el tiempo. Escritura que renueva las ganas de vivir y escribir y acusar e imitar y condenar y equivocarse y decir la verdad y fornicar y leer agazapado bajo mi lámpara las letras inmortales de quienes se atrevieron a renunciar a las pompas de Satanás.

Evite la muerte todo lo que pueda pues mientras más viva, más machucará en el teclado la porosa lógica de los sueños.

Exaltación siente el palazo del mundo cuando ve al capitán Espuma, al Presidente y su Otro y su legión de Insomnes Elegidos sentados sobre cajas de cerveza, bebiendo, bromeando. Son opuestos en su similar omnipotencia. Traiciones peruanas (inédito), encore.

Exaltación captura al capitán Espuma. Ruedan los dedos de Dios. Entre dos arbustos junto al río lo ata por los pulgares que más tarde resonarán en otros cubiletes, y calato-desnudito lo goza y luego de los orgasmos jadea con el puñal hundido en su pescuezo.

«Ellos saben que son más que olvido en el bostezo de otros» sentencia Oncecielos.

Y no le falta razón. Padecemos de sopor de combate virtual. Convertidas la calle y natura en aquella acera, aquel mar, aquel desierto verde y cielo sucios y peligrosos de cada día, vivimos en un teléfono creyendo que hablamos. Ciudad horrísona. Existe otro mundo de colores y odio a camionadas en la bandeja de entrada de tu espíritu.

El tiempo nos desmiente con la turbiedad de sus asaltos, sea de aullido o de silencio.

Y así, luctuosamente, dulcemente, se cierra el telón de esta tragedia, huidizo lector. Otros que vendrán después de Oncecielos y de Oncecielos, otros heridos en la misma madre (Guevara) reescribirán su biografía en el lomo de la nueva edad. Por lo que a nosotros respecta, nada está dicho hasta el gong del último round.

Un libro da trabajo. Un libro da amor. Un libro causa otro libro. Inflama pasiones. Ejerce justicia donde no existe. No rinde el ideal. Profetiza y acierta. Trasciende a su autor. Rejuvenece. Hace soñar. Aterroriza. Da que hablar. Da rabia. Da envidia. Da ganas de haberlo escrito. Induce el sueño sobre el pecho lleno de suspiros.

No olvide usted, suertudo lector, lo que dijo un taxista a Tulio Mora:

«Sólo bailando con el diablo se puede salir del infierno.»

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