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torre de babel
Photo by: Peter K. Levy ©

Más allá de La torre de Babel

En el Museo de Historia del Arte de Viena (el Kunsthistorisches), reposa una obra muy significativa: La torre de Babel, del gran pintor flamenco Brueghel el Viejo; un óleo sobre madera de roble, de 114 centímetros de alto y 154 de ancho, realizado en 1563.

Su obvio tema es la interpretación pictórica de la leyenda bíblica según la cual los hombres construyeron la célebre torre de Babel (asociada a la Babilonia antigua). para trepar hasta el cielo y desplazar a Dios como gran poder del universo.

La Biblia narra cómo Yahvé confundió la lengua de los hombres, lo que derivó en que ya no hablaran la única lengua del origen, la lengua adánica, y de modo que no se entendieran, que padecieran incomunicación y división. Una humanidad dividida y fragmentada como castigo por su soberbia construcción de una torre para llegar hasta lo más alto y sustituir a Dios.

Además de la versión de Brueghel el Viejo, en la historia del arte encontramos otras representaciones de la célebre torre como Construcción de la Torre de Babel del hijo de Brueghel, Peter Brueghel el Joven, o La torre de Babel, de 1947, de la notable artista argentina Raquel Forner (1).

La torre de Babel es un símbolo muy extendido en el siglo XVI, en el Renacimiento, comienzo de la modernidad, para condenar el orgullo humano. Y en lo político era también una indirecta crítica alegórica al poder imperial de la monarquía Habsburgo que se perfilaba como máxima potencia terrenal de ese entonces.

En esta interpretación tradicional la anomalía se produce en la relación entre el humano y Dios. El sapiens es sancionado por querer sustituir al ser supremo. Una creencia religiosa, la afirmación de la existencia de Dios, conduce a una carencia moral:

la soberbia humana.

La torre de Babel representada por Brueghel se muestra en un paisaje, como si fuera vista desde arriba, en una virtual toma aérea. La arquitectura de la torre acaso se inspira en el Coliseo romano, que alude a la Roma pagana, a la desmesura y el pecado, según la visión cristiana tradicional.

En su versión de la torre, Brueghel el Viejo parece sugerir que ésta no alcanza la máxima altura por problemas de ingeniería en su construcción, por un defecto en la edificación. Los arcos de construcción perpendiculares los tornan inestables, incapaces de soportar con firmeza el peso de las capas superiores.

Si la torre no cumple su propósito por una falla constructiva, explicable por un mal cálculo, la crítica a la arrogancia humana no disminuye, sino que se desplaza: Dios no castigaría solo la soberbia humana, sino el mal uso de sus propias facultades de cálculo racional.

Pero hoy, desde una mentalidad moderna, podríamos rechazar la existencia de Dios en el sentido tradicional de las religiones monoteístas, pero, aun así, el cielo sigue simbolizando algo superior, que si el humano pretende dominar es a condición de su arrogancia.

Así la mítica torre no sería solo lo que recuerda la soberbia humana ante Dios, ya que desde la declaración nietzscheana de “Dios ha muerto”, esa vieja divinidad se extingue. Por lo que hoy la torre más nos recordaría, quizá, la razón que mal “calcula” cuando pierde el recuerdo de sus límites, y cuando olvida que, acaso, en un nivel superior, la racionalidad es lo que piensa la humanidad como unidad, no reducida a estar solo dividida como cuando queda atrapa en “la confusión de las lenguas”.

Hoy bien podría pensarse que el sapiens moderno que se pretende nuevo dios, u homo deus (en términos del historiador Harari), tiene su nueva Torre de Babel para imaginar la conquista del cielo: la torre-tecnología (lo tecnológico como voluntad de poder, no la tecnología en sí misma) lanzada a “dominar el cielo” para desde esa altura ejercer un gobierno “divino” de las cosas y los seres: y una razón que “mal calcula” porque ese propósito de conquista no une sino que mantiene a los humanos en la división.

Entonces, desde la razón que calcula mal y se equivoca en la construcción de la torre de Babel podríamos pasar a otro mal uso de lo racional: el olvido de la racionalidad que, en su fase moderna e ilustrada, fue postulada por Kant como destinada a construir una paz perpetua y un Estado supranacional mundial. La razón moderna que la posmodernidad estigmatizó como invalida en sí misma, y que fracasó (por cuestiones a considerar en otro momento) en lo que quizá sea la verdadera altura de la racionalidad: no sus cálculos técnicos para pretender el dominio de todos y de todo por la torre-tecnología, o para justificar que unas culturas o naciones tienen un destino superior a otras, sino una razón que “calcula” de otra manera. Porque sería una razón que entiende, primero, lo que no puede ser conocido y que pertenece al misterio (por ejempló: el origen y sentido último, de tenerlo, de la vida); y, segundo, la razón de la búsqueda de la integración y la unión desde las diferencias, lo opuesto a la arrogancia y la división por la confusión babélica.

Lo que nos sacaría entonces de la división y nos llevaría más allá de la Torre de Babel sería el intento de edificación de otra torre (que, aunque suene utópico sería una utopía necesaria): la construcción de la humanidad reconciliada y unida, y no la de la torre que simboliza la división continua y la pretensión de sustituir a un Dios, real o imaginario.


(1) Raquel Forner (1902-1988), pintura, escultura y profesora de dibujo argentina. En su Torre de Babel las personas no trepan hacia lo alto, sino que están aprisionadas dentro de la construcción. Quizá la expresión del humano moderno encerrado en dogmas o prejuicios que le impiden ver más allá.


Photo by: Peter K. Levy ©

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