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Marruecos, notas de viaje (Parte II)

Antes de mandar estas fotos me preguntaba cómo podría justificar la razón por la cual había retratado a las personas o cómo darle forma y narrativa a mis fotografías.

Creo que sigo sin saberlo. Siempre me ha costado trabajo justificar mis proyectos, pues creo mucho en el valor de mis sentimientos y en mi estética como artista, a veces solo escupo texturas o simplemente me dejo llevar por mi instinto acompañado de visiones, sueños, experiencias y emociones.

Cuando viajo, me interesa retratar lo que voy observando a mi alrededor, me interesa el diálogo, empaparme un poquito de la cultura, cambiar la ruta típica. Disfruto con perderme, disfruto sentirme libre, probar cosas nuevas, etc. Creo que en los últimos dos años mi vida de artista ha cambiado mucho. No sé si he madurado, pero por seguro he perdido el miedo a muchas cosas. Sin embargo, en mi cabeza hay algo que no cambia, y es el pensamiento: «no puedo viajar sin mi cámara, no puedo apreciar el viaje sin ver lo que me rodea desde un visor». Me repito: «quiero enseñar lo que veo» y  todos los clichés que me persiguen tratando de justificarme.

Vayamos al grano, sin rodeos, tomé estas fotos durante mi viaje a Marruecos entre el mes de diciembre 2018 y enero del 2019.

Notas de Viaje: Y con esto quiero vomitar lo que sentí en este viaje.

Me encuentro lejos de casa una vez más. Extrañaba la sensación de viajar sin una ruta definida, lo único cierto en este viaje, es que lo emprendo motivado, muy contento y que me acompaña alguien muy especial, lo cual hace que todo esté en orden en mi cabeza. Encuentro color en Marruecos, es lo primero que me viene a la mente, un color deslavado, un color en el cual la arena pareciera adherirse. Veo a niños jugar en las calles sin estar tan apegados a un móvil o a una tableta, veo rodar la pelota, veo a niños divertirse con lo más mínimo. Hay algo que me impide retratarlos, y no es por falta de confianza sino por respeto. Lo mismo me pasa con las mujeres, quisiera retratarlas pues veo mucha textura, color, sonrisas y luz debajo de sus vestimentas que, por códigos religiosos, se vuelven intrigantes, pero percibo una barrera, siento que no les gustaría que me acercara con la cámara. Sin embargo en ocasiones sonríen al ver que me he rendido.

Sigo mi ruta de viaje, observo el paisaje. Todo es color en Marruecos, azul, naranja, marrón. El desierto, que siempre me inspira, siempre tan fascinante. En mis fotos veo mi felicidad reflejada por estar ahí, sintiendo el roce en mi piel de la arena que viaja con el viento. Los hombres me preguntan si soy francés, si soy extranjero, ven en mi algo extraño. Les comento que tengo sangre Siria, hay empatía, sonrisas, me analizan, me siento aceptado. Camino entre las Medinas, obviamente me pierdo, los niños hacen burla, siento el olor tan penetrante de las curtidoras. Lugar con identidad, lugar de colores y olores, lugar de exhibiciones y espectáculos. No encuentro un buen café para relajarme, pero sí un té refrescante si bien no hace calor. Es invierno.

Es madrugada, las oraciones empiezan, la ciudad sigue inmóvil.

Me pierdo en la montaña con ella, encuentro lo que estaba buscando o más bien anticipando: la aventura de no planear nada. De pronto un Berber nos encuentra, nos adentra en la montaña y  a los pocos momentos estamos en la cima tomando un té, apreciando el paisaje y un poquito de su intimidad.

En sus ojos veo la inspiración, la calma, las ganas de seguir adelante. La conversación nos lleva a un mismo fin: seguir adelante, mantener una ruta de incertidumbre pero también de ganas de lanzarnos al vacío, de ser libres. Los dromedarios lloran, abusamos de ellos para que nos regalen vistas y memorias increíbles. Soy ateo, pero lanzo una especie de oración para ellos. Les agradezco aguantar nuestros caprichos. Hay una fogata en la noche, me pierdo, me dejo llevar, despierto confundido y tratando de analizar lo que he sentido. Es demasiada información.

Reviso mis fotos, las comparto con la gente que retrato, ellos sonríen al ver su imagen, siento curiosidad y también sonrío.

Mercadeando. Olores, especias, corazones de caballos, cabezas de tiburones, dátiles, juegos de carta y un niño al que le harán la circuncisión.

Sigo caminando, veo el mar a lo lejos, percibo la emoción de ella que quiere domar las olas, ser libre y sentirse feliz.

No quiero que acabe el viaje, quiero seguir conociendo gente, quiero seguir respirando Marruecos. La humildad de su gente me ablanda. Estoy viviendo el presente pero siento nostalgia al pensar que pronto acabará el viaje, y con ello dejaré de abrazarla. Vuelvo a casa y lo único que puedo asegurar con certeza es que en este recorrido, por primera vez, pude ver mi felicidad reflejada en las fotografías.

Ya lo dije, solo expreso mis sentimientos, voy escupiendo palabras, tal vez sin lógica narrativa, pero a sabiendas que es lo más honesto que he escrito en años.

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