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Mariza Bafile en el subte

NUEVA YORK: Mariza Bafile nunca tiene un sitio fijo. Su vida es un laberinto sin centro, una especie de fuga hacia el pasado y el futuro. Ha viajado por los diversos rincones del orbe. Habla español con prolijidad. Pero las lenguas y los lugares se suceden en su boca como las hierbas en el campo: frescos, lívidos y con una historia detrás. Su identidad múltiple indica que disfruta de la diversidad cultural. “Por eso me gusta Nueva York”, dice en un bar con la inigualable luz de Union Square. “Aquí convive gente que en otros lugares se mata. Eso es maravilloso”.

Mariza sonríe. Y cuenta historias. Guarda en su sarcófago de pasados historias inverosímiles. Me cuenta una de ellas.

Está en el túnel del subte. Mariza espera en un banco. Al lado hay un hombre calvo, solo, pensativo. El silencio penetra los cuerpos. Los hierros calientes y las columnas oscuras los rodean. Una penumbra los envuelve. A lo lejos, las ruedas del subte chirrían. El tren se estaciona. El estallido es atronador. De pronto, el subte está quieto. Una chica negra sale del vagón y se para en la estructura que une los dos vagones. Mira hacia un costado y no encuentra nada. Pero no gira la cabeza. No ve que atrás hay dos personas. No sabe que al otro lado están Mariza y el casual hombre calvo.

La chica negra se baja los pantalones, desnuda su cola y hace pis afuera del vagón. Mariza se tapa la cara. No lo puede creer. El hombre calvo esboza una tenue sonrisa. Apenas mueve sus labios. La chica negra sigue su operación. El chorro pega en la chapa y moja la estructura. El ruido es lento y tenue pero Mariza lo siente en su cuerpo.

El vagón empieza a andar de nuevo. Por la inercia, el chorro ahora es un inclinado haz amarillo.

La chica tiene la melena al viento. Está más calma.

Mariza ve cómo el aire es una brisa amarillenta que se aliviana. Las gotas se secan con el tiempo.


Photo Credits: August Brill

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