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Romina Serra

Marionetas

Reinaba la confusión en ese lugar donde habitaban millones de marionetas. El tiempo parecía transcurrir a gran velocidad, entre un desenfreno que aturdía en cualquier lugar, hasta en ese donde las marionetas simulaban dormir. Quien lograba hacerlo, soñaba con otras igual que ella, con sus problemas y preocupaciones, aunque siempre con humor.

Un mundo de juguetes y hasta de fantasías, donde lo inverosímil era real. Sería imposible estar peor, pensaban algunas, hasta que a cada instante, de forma inesperada, descubrían que sí, que en efecto, las cosas podían ser más difíciles. Y entonces, el juego se complicaba; había que enfrentar y saltar muros más altos. Muchas comenzaron a jugar al principio del juego y llegaron al final con más aliento. Mientras, aquellas que durmieron unos añitos más, se fueron cansando y perdiendo fuerzas, más no voluntad.

Y seguían en el campo, batallando, combatiendo. Dejando de comer un día. Dejando de salir otro. Rebuscándose aquí y allá para continuar sobreviviendo, atendiendo las órdenes del Rey. Sí, porque en ese lugar lleno de marionetas había un trono que todas debían respetar, quisieran o no. Y en lugar de tener más, cada día tenían menos, pero eso no era lo importante, porque la costumbre había ganado la partida y ya lo que restaba era tratar de seguir… Las que querían, las que podían. Hasta las que ya se habían cansado y optaron por no preocuparse mucho de los nuevos acontecimientos. Resolvieron adecuarse como viniese porque al fin y al cabo eran marionetas. No tenían poder de decisión.

Y los billetes también eran de juguete, bien adornaditos, eso sí. El juego consistía en ver quién acumulaba más y aunque las pacas llegasen a ser miles, las adquisiciones serían nulas, como el dinerito en cuestión, que a decir verdad, al inicio de la partida de algo servía, era real, con poco impulso, pero real. Con los años se fue congelando, mutando, hasta convertirse en simple papel de cero valor.

Todo fue cambiando junto a las marionetas, que ya no tenían gracia. Que caminaban por inercia, pero seguían con vida. De mentira, claro está. Como todo en ese lugar, donde nada pertenecía, donde no había como defenderse, porque los escudos estaban al lado del trono, protegiendo a los que ya por poder estaban protegidos.

Afuera llovía y no escampaba y las marionetas sufrían, perdían vidas, una y otra vez. ¡Qué más daba! el juego no acabaría. Con pisar inicio, las marionetas revivirían y continuarían luchando, mientras que el Rey así lo dispusiese y hasta que el omnipresente así lo permitiese.

Game Over.


Photo Credits: Georgie Pauwels

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